El
insularismo ha vuelto. Muchos dirán que, en realidad, nunca se fue
del todo; pero ahora reaparece con fuerza para desvertebrar la
sociedad canaria, para fragmentarla, para mermar la Canarias posible,
aquella que inspiraba el nacimiento de la Comunidad Autónoma, para
arrinconar el latir de un solo pueblo que son siete sobre el mismo
mar.
El
insularismo ha vuelto para que todo se resuelva en claves de el
territorio primero. Ya no es la rivalidad, ya no es el pleito
interinsular, ya no son las diferencias... Parecía la primera
relegada a competiciones deportivas o murgueras, pero, hasta eso, ha
recobrado pujanza en los discursos políticos y en los egoismos más
o menos revelados, más o menos disimulados... En cualquier sector
social. Demasiados resabios, muchos recelos para pensar y tolerar,
qué más, hasta para tender puentes y transar.
Creíamos
algunos, ilusos, que la autonomía y la madurez democrática
propiciarían otro pueblo, mejor dicho, otro enfoque, otra
mentalidad. Qué va. Hay un retroceso evidente: el ensimismamiento,
la endogamia, la isla por encima de todo. Y dentro de la isla,
también mitad contra mitad, el centralismo capitalino versus
comarcas, el acaparamiento de las áreas metropolitanas o de la
conurbación. Los monstruos, absorbe que te absorbe,
autofortaleciéndose, somos los mejores y por qué todo se lo llevan
para allá.
La
canariedad es, en realidad, insularismo. Pensar, hacer, actuar en
claves de comunidad integrada, globalizada, es poco menos que
imposible. La solidaridad queda para las emergencias, para las
catástrofes. Para lo cotidiano o lo doméstico, priman los agravios,
las comparaciones y los rechazos sin argumentación, solo por ser de
allí, de enfrente, de la otra orilla. Hasta la bonanza económica
juega en contra.
Hay
poco que ayude a igualar, a gestar sentimientos que luego se
compartan. Algo late en el interior de cada canario para no
identificarse como tal. Y miren que ha habido ganchos, hasta medios
de comunicación o de transporte que sirvieron para acercar con
alcances y coberturas que hacían estar más cerca unos de otros. Y
fórmulas como las de la hora menos repetidas (necesariamente) hasta
la saciedad en el momento de recordar en qué momento del día nos
encontramos.
Canarias
es un espejo de desconfianza, de no me gusta porque es de tal
terriorio. Los poderes económicos pugnan entre sí pero les da igual
si, al final, lo suyo, los intereses de ellos, están a buen recaudo.
Venga, que se pelee el pueblo, que se entretenga con colores,
carreteras, asignaciones menores y calificaciones varias mientras la
producción y los negocios sigan estando en las mismas manos, en las
de unas pocas manos. Ya habrá tiempo y modos de manipulación.
El
insularismo prima aquí, allá y en todos lados. Y ya no quedan, o no
hay, líderes sociales capaces de ofrecer y mantener un discurso
creíble. Hay que repensar Canarias o eso es lo que sugiere la
realidad de fechas como la que venimos padeciendo. “Peor que el
centralismo de Madrid, es el centralismo de (tal isla)”, se llegó
a escuchar en el congreso de una organización política. Con tal de
agradar, o de ver quién decía las cosas más gruesas, en defensa de
la sacrosanta causa insular, valía cualquier cosa.
Mientras
tanto, mucho talento desaprovechado, muchas risas en foros y
cenáculos divirtiéndose con la eterna división de los canarios,
muchos debates estériles, muchas energías malgastadas... Más
limpiadito. El insularismo, en fin, condicionándolo todo. No tenemos
remedio. En serio, repensar Canarias.
1 comentario:
El insularismo nunca se fué. Entre las muchas causas de su mantenimiento está por una lado una ley electoral de escasa calidad democrática que sólo sirve para que los partidos se aseguren unas cuotas de poder y por otro unos Cabildos que a través de la cada vez mayor transferencia de competencias invierten sus cuantiosos ingresos de manera discrecional. Así que el ciudadano siente que es el Cabildo la administración que "gobierna" y a la autonomía como un ente vacío de contenido. De ahí que el insularismo haya permanecido incólume a lo largo de los años y el discurso y la influencia antaño de personas como Tomás Padrón, Dimas Martín o Manuel Hermoso y ahora de Casimiro Curbelo o Antonio Morales continúe vivo mientras que el proceso de creación de la idea autonómica ha fracasado.
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