Se
ha elevado el grado de insensatez y radicalidad en algunas redes
sociales a propósito del fenómeno migratorio que, con la llegada
del buen tiempo, aumenta en estas fechas. Los dos factores van
interconectados, sobre todo cuando las soluciones que se aportan no
son otras que el rechazo sin más, aún con el empleo de métodos
violentos e inhumanos. Y cuando ya se razona en términos de 'efecto
llamada', acabáramos. Entonces, ¿qué había que hacer con quienes
iban a bordo del Aquarius? ¿Dejarlos
morir, arrojarlos al mar...? Los mismos que ahora sitúan como
referencia de los males actuales -sin reparar en otras causas y en la
propia evolución del fenómeno- aquel barco donde se vivía una
tragedia, seguro que serían los mismos que criticarían a un
gobierno progresista de insensibilidad y de insolidaridad manifiesta,
parece mentira... ya se sabe.
El
problema es de una complejidad tal que resulta pueril y hasta
indecente recurrir a las emociones -muy de moda, ¿era eso la nueva
política?- para acercarse a posibles soluciones. En Canarias se
vivió en primera línea aquella migración irregular incesante.
Cuando el asunto arreciaba, por cierto, dada su magnitud, los dos
obispos canarios lanzaron mensajes apelando a la comprensión de la
población, mientras aguardaban medidas e iniciativas que
contribuyeran a mitigarlo. Los habitantes de las islas, especialmente
los de aquéllas donde se registraba la mayor afluencia de pateras y
cayucos, hicieron gala de su proverbial sentido de acogida, en tanto
el personal de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, así
como el de organizaciones sanitarias y no gubernamentales,
multiplicaba sus esfuerzos para poder atender la llegada de personas
que, literalmente, se habían jugado la vida. No faltaron entonces
voces altisonantes pero la virulencia de ahora, seguramente impulsada
por intereses políticos, es mucho mayor.
Algunas
cifras de este fenómeno (fuente: Parlamento Europeo) son llamativas.
El sondeo del Eurobarómetro del pasado mes de mayo concluyó que el
72 % de los europeos quiere que la Unión Europea (UE) intervenga más
en la gestión migratoria. El Parlamento Europeo (PE) prevé
solicitar más fondos para afrontar la afluencia de solicitantes de
asilo, pero, en todo caso, en el marco de las negociaciones
presupuestarias posteriores a 2020. La travesía por el Mediterráneo
sigue siendo mortal: tres mil ciento treinta y nueve muertos o
desaparecidos en 2017. Este mismo año, fueron contabilizadas ciento
setenta y dos mil trescientas personas que llegaron a Europa por mar.
También en 2017, doscientas cuatro mil setecientas personas cruzaron
las fronteras europeas sin tener regularizada su situación, eso sí,
su nivel más bajo en cuatro años. El año pasado, cuatrocientas
treinta y nueve mil quinientas cinco personas fueron rechazadas para
acceder al territorio comunitario desde las fronteras exteriores de
la UE.
Los
países que albergan la mayor cuota de refugiados son Turquía,
Pakistán, Uganda, Líbano, Irán y Alemania. El año pasado los
países de la UE concedieron protección a más de quinientas treinta
y ocho mil personas. Por otro lado, según la Agencia de la ONU para
los Refugiados, en 2017 un promedio diario de cuarenta y cuatro mil
personas se vieron obligadas a huir de sus hogares.
En
fin, como podrá comprobarse con estos datos estadísticos, estamos
ante un problema de envergadura que ni las emociones sobreexcitadas
ni las medidas drásticas en las líneas fronterizas van a resolver.
Claro que tampoco es cuestión de cruzarse de brazos y a verlas venir
para lidiar o administrar como mejor se pueda con las devoluciones.
Habrán de aplicarse los gobiernos en la adopción de medidas que
deben residenciarse en los países emisores. Y aún así...
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