Es
llamativo contrastar el contento que se aprecia en habitantes de
sectores o barrios de cualquier municipio cuando se ejecutan tareas
de repavimentación. Sea porque es una antigua demanda sea porque las
vías están pletóricas de baches hasta parecer barranquillos sea
porque se han convertido en intransitables, lo cierto es que pocas
veces se ha visto un grado de satisfacción tan alto por la
renovación del asfaltado, por un rebacheo de esos que se hacen sin
maquinaria adecuada, sin muchos miramientos y hasta con materiales de
dudosa resolución, tal es así que la jerga popular la ha
bautizado como 'piche gomero'.
Y
la gente se queda contenta quizá porque está cansada de decírselo
al edil del distrito, de sumarse a algún debate doméstico en su
asociación vecinal o porque ya lo ha escrito en su red social
tropecientas veces. Es ciertamente asombroso: con qué poco supera la
incomodidad y el conformismo, o alcanza el bienestar. Igual un
dotacional, cultural, deportivo o recreativo, tiene deficiencias
prolongadas y no se preocupa tanto y protesta menos. Pero, en
llegando a calles o vías con hoyos y desperfectos, nada como verlos
reparados y conducir a gusto o cruzar sin temor a caídas y
resbalones.
Asombro
porque ni siquiera debería ser una exigencia. Se supone que la
administración competente debería velar por el mejor estado de las
vías públicas. Para ello habría de partir de un mínimo
seguimiento y la correspondiente observancia, contado con un equipo
de mantenimiento o contratando regularmente los servicios de una
empresa que ejecute los trabajos sin demasiadas dilaciones. Además,
no es difícil tramitarlo.
Los
responsables descubrieron que esta tarea es proclive al postureo y a
las fotos consabidas, aunque solo sea las que luego se vean en redes,
y entonces parece que son sujetos de lucimiento. Pero no: es su
obligación y no están haciendo otra cosa que cumplir con ella. Ni
es para tirar voladores ni para arrogarse méritos mayores. En la
vida municipal, resulta más importante el trabajo de planificación,
impulsar la ejecución del modelo -o los modelos- que previamente
hayan sido aprobados, la gestión de los recursos presupuestarios y
el funcionamiento adecuado de dotaciones y organismos que los
ayuntamientos dispongan.
Y
como no solo de asfalto viven los ediles, principalmente en tiempos
próximos a citas electorales, habrá que decir algo similar con
respecto a las vías peatonales, algunas de las cuales acusan el
desgaste natural y el inducido por el paso de vehículos y maquinaria
pesada que van levantando baldosas, losetas, junturas y elementos
suplementarios hasta producir desperfectos que suponen un riesgo para
los viandantes: tropiezos, tacones incrustados, caídas y
consecuencias que, de ser probadas en los procedimientos de demanda o
reclamación, acarrean perjuicios y responsabilidades para la
administración local.
En
estos casos, hay que recurrir de nuevo al necesario mantenimiento
como fórmula preventiva. Porque no es de recibo una situación
prolongada de rotura, desprendimiento o desnivel. Eso es lo que
molesta a los ciudadanos, no digamos si se han visto afectados por
algún accidente.
Pero
eso: los vecinos han priorizado el asfalto. Sus representantes han
entendido con qué poco se conforman. Y así nos va a estas alturas
del siglo.
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