En un comunicado, la Federación de Asociaciones de
Periodistas de España (FAPE) hacía un llamamiento en la festividad del patrono,
San Francisco de Sales, a los propios profesionales “para que promuevan el
periodismo de calidad, basado en la difusión de información veraz, verificada,
contextualizada, comprobada con las fuentes y respetuosa de los códigos éticos
y deontológicos, sobre todo de aquellas normas que establecen que debemos respetar
los derechos de las personas a su propia intimidad e imagen, a la presunción de
inocencia y al de rectificación de una información que el afectado considere
inexacta y cuya divulgación puede causarle un perjuicio”.
Son indicaciones atinadas que estimulan el ejercicio de la
autocrítica. Y que llegan en un momento pintiparado pues coincidiendo con el
comunicado fueron dados a conocer los resultados de la investigación realizada
por la consultora de comunicación Edelman,
su ‘Estudio Trust Barometer’, en la que España es, junto a Rusia, el país
del mundo donde la confianza en las instituciones ha disminuido en mayor
medida. Edelman ha analizado
veintiséis países. En una escala de 1 a 100, la confianza de los españoles alcanza
los cuarenta puntos, siete menos que en el estudio anterior. España, en un solo
año, ha pasado de la duodécima posición a la vigesimotercera. La media mundial
de confianza está en cincuenta y dos puntos, por tanto doce más que en nuestro
país.
El estudio pone de relieve que también se desploma la
confianza en los medios de comunicación. La sitúa en treinta y seis puntos,
ocho menos que en 2018. La media mundial alcanza los cuarenta y siete puntos.
Según las conclusiones de la consultora, a escala global, los ciudadanos
confían mucho más en la prensa tradicional (sesenta y cinco puntos) que en las
redes sociales, donde llega a cuarenta y tres. En una zona intermedia se sitúan
los denominados ‘nativos digitales’ (cincuenta y cinco puntos) y los medios
propios (cuarenta y nueve). La preocupación por las noticias falsas y su
utilización como arma arrojadiza alcanza entre los encuestados un 73 %, lo que
nos da idea de cómo se están tomando esta cuestión los consumidores de
información.
Por ello, la apelación de la FAPE es procedente. Cuando habla
de información veraz y verificada, contextualizada y comprobada con las
fuentes, está apuntando a la credibilidad misma como uno los fundamentos
indispensables del producto informativo, sea el que sea. Todos los afanes en
ganar audiencia o vender más periódicos conducen irremediablemente al
amarillismo, al sensacionalismo, a la tergiversación, a la confusión y, en
definitiva, a un “espectáculo de la información” que solo acarrea la pérdida de
prestigio y credibilidad. La gente termina hartándose porque su desconfianza
sigue en aumento. Los datos de Edelman al
respecto son significativos. Hay que esmerarse entonces.
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