Es como si no escarmentara el gobierno local del Puerto de la Cruz (PP+CC) en la organización de su Carnaval después del estrepitoso malestar que suscitó el pasado año el cambio de horario del coso del sábado, en los últimos años señalado su comienzo para las cuatro de la tarde -aunque casi siempre arrancaba con retraso- y en 2018 puesto para pasadas las seis de la tarde, convertida -con las demoras y tal- en bien entrada la noche.
Pues desde ayer circulaba en redes el que no variará mucho del programa definitivo de las próximas carnestolendas portuenses, con la inserción del logo de la concejalía de Fiestas, pero con un vacío notorio: no hay nada programado para el 5 de marzo, martes de Carnaval, que, si bien es verdad que no es festivo en el municipio desde hace mucho tiempo, siempre acogió algunas actividades que nos recordaban, cuando menos, que estábamos en fiestas carnavaleras: el rallye o la exhibición de coches antiguos, pasacalles de murgas o comparsas, alguna edición de concursos y una verbena o baile popular, si era al aire libre, mejor.
Pero esta vez, ni eso. No querrá el gobierno que así las cosas, con ese vacío, sin un mínimo reclamo, los jóvenes, los carnavaleros, la gente se quede esa jornada en la ciudad. Lo peor: es que está regalando el espacio a otras localidades cercanas que, sin grandes desembolsos, podrá incentivar la participación a sabiendas de que no va a tener competencia en donde, tradicionalmente, siempre hubo un núcleo carnavalero animado y atractivo.
Está más que demostrado -y el Puerto lo sabe, con Mascarita, ponte tacón- que crear, poner en marcha e impactar en unas fiestas tan populares es difícil. Hay que acertar, movilizar, fomentar y generar hábitos mediante incentivos, de modo que, a ser posible, la respuesta intergeneracional sea la adecuada. Es un número o un espacio que se conquista y se prolonga en el tiempo, ganando adeptos si evoluciona favorablemente.
Pero para el 2019, el martes de Carnaval no tiene nada previsto. Será un día más del calendario, una jornada laboral descafeinada pues difícilmente se podrá ver a mascaritas -bueno, ¿quedan aún mascaritas?- o carnavaleros disfrazados que no se sabe si vienen o van. Igual los coches de época aparcan un rato en un lugar más o menos céntrico pero eso parece más propio de turistas o visitantes y nada tiene que ver con las expectativas y las celebraciones del pueblo.
Pues desde ayer circulaba en redes el que no variará mucho del programa definitivo de las próximas carnestolendas portuenses, con la inserción del logo de la concejalía de Fiestas, pero con un vacío notorio: no hay nada programado para el 5 de marzo, martes de Carnaval, que, si bien es verdad que no es festivo en el municipio desde hace mucho tiempo, siempre acogió algunas actividades que nos recordaban, cuando menos, que estábamos en fiestas carnavaleras: el rallye o la exhibición de coches antiguos, pasacalles de murgas o comparsas, alguna edición de concursos y una verbena o baile popular, si era al aire libre, mejor.
Pero esta vez, ni eso. No querrá el gobierno que así las cosas, con ese vacío, sin un mínimo reclamo, los jóvenes, los carnavaleros, la gente se quede esa jornada en la ciudad. Lo peor: es que está regalando el espacio a otras localidades cercanas que, sin grandes desembolsos, podrá incentivar la participación a sabiendas de que no va a tener competencia en donde, tradicionalmente, siempre hubo un núcleo carnavalero animado y atractivo.
Está más que demostrado -y el Puerto lo sabe, con Mascarita, ponte tacón- que crear, poner en marcha e impactar en unas fiestas tan populares es difícil. Hay que acertar, movilizar, fomentar y generar hábitos mediante incentivos, de modo que, a ser posible, la respuesta intergeneracional sea la adecuada. Es un número o un espacio que se conquista y se prolonga en el tiempo, ganando adeptos si evoluciona favorablemente.
Pero para el 2019, el martes de Carnaval no tiene nada previsto. Será un día más del calendario, una jornada laboral descafeinada pues difícilmente se podrá ver a mascaritas -bueno, ¿quedan aún mascaritas?- o carnavaleros disfrazados que no se sabe si vienen o van. Igual los coches de época aparcan un rato en un lugar más o menos céntrico pero eso parece más propio de turistas o visitantes y nada tiene que ver con las expectativas y las celebraciones del pueblo.
No pasa nada, sigue la carnavalada. Sigue la pérdida de personalidad propia como tuvo el Carnaval portuense que no competía sino que ganaba participación y enriquecía su pasado con atractivos, incluso procedentes de otros municipios, con ambiente y concentraciones llenas de vitalidad, desenfado y colorido. Ahora no hay nada el martes: qué harán los extranjeros y los peninsulares, cómo se las arreglarán los jóvenes y los carnavaleros ansiosos de diversión. Con hechos así, hasta los tímidos intentos de rescatar grupos y convocatorias se desvanecen. Claro, porque los gobernantes continúan en su afán de desproveer al Puerto de señas identitarias y, de paso, desnaturalizar todas las fiestas de la localidad. Cabe recordar que llegaron a jactarse de que los festejos cada año costaban menos que los del anterior, cuando en realidad lo que hacían era suprimir cada vez más actos. En julio, duraban casi todo el mes. Ahora, como mucho, diez días.
Da igual, prosigue la carnavalada.
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