Andalucía
inició ayer un nuevo ciclo político. Al cabo de treinta y seis
años, un presidente y un gobierno no socialista ocupan la Junta de
Andalucía. Le corresponde a Juan Manuel Moreno Bonilla, del Partido
Popular (PP), presidirla. Lo hará merced a un singular pacto
político con Ciudadanos y con Vox. Curioso: el peor resultado de la
historia para el PP y accede a la presidencia. La política es así
de contradictoria. Pero las derechas, tal como dijimos en la misma
noche electoral, no iban a dejar pasar la oportunidad de tocar poder,
por muchas discrepancias que surgieran entre ellas en la fase de
negociación. Como ideológicamente hay muy pocas, casi ninguna, pues
más fácil todavía.
Aunque
el adjetivo está manido y se emplea para cualquier hecho, es verdad
que se trató de un día histórico para la comunidad andaluza. Tanto
tiempo para desbancar a los socialistas culminó con una alianza que
emprende un rumbo incierto pero lo hace con solidez parlamentaria. E
ideológica. Otra cosa son las coyunturas y las tensiones que
generen. Pero ya se verá. Igual los intereses pueden más que la
bisoñez y los afanes de mando. Que de eso saben mucho en las
derechas.
Lo
cierto es que el ciclo arranca con todas las expectativas que se
quiera. Quienes hemos vivido en primera persona alguna situación
similar, sabemos que hay una etapa de desahogo y de expresión de
deseos. No extrañen frases hechas como el levantamiento de
alfombras. Y no faltarán los exaltados. Y seguirán las
manipulaciones y los sesgos informativos. Ya veremos si, por mucho
afán de revanchismo político, se comprueba que no por mucho
levantar aparecen más irregularidades.
Al
cabo de ese período -el valor de los cien días, otra vez- las aguas
irán fluyendo por cauces de normalidad política. O sea, la voluntad
y las vestimentas de logros y eficacia frente a la fiscalización
parlamentaria. Y el victimismo, que ya ha hecho acto de aparición.
Las peticiones de tiempo y comprensión, las comparaciones, las
paradojas -el discurso de investidura de Moreno Bonilla ya las
registró- y las comparaciones.
El
nuevo gobierno andaluz sale a lidiar condicionado por las propias
circunstancias del pacto suscrito. Estarán todos con las orejas
levantadas aunque luego, cuando surjan tensiones y tirantez, apelarán
al sentido de la responsabilidad. Estarán mirándolo con lupa desde
Europa y hasta Manuel Valls se erige en la primera figura crítica.
Pero habrá que ver cómo funcionan el ejecutivo y la propia entente.
Habrá que contrastar las decisiones y si se corresponden con algún
programa del que, por cierto, no habla casi nadie, salvo
generalidades y tibiezas. De momento, ya han comprobado que algunas
cosas suscitan inquietud y malestar. Si la alianza de las derechas
gobierna con autoritarismo, rodillo y tente tieso, si como
consecuencia de ello se alimentan las diferencias sociales, la
situación se complica.
Y
el socialismo tiene que recomponerse desempeñando un papel que allí
les es desconocido. Su problema principal es la división interna: no
han cicatrizado las heridas de unas primarias que sí, las cargó el
diablo, viendo las consecuencias. Tendrá que adaptarse a las nuevas
coordenadas y hacer uso de su experiencia institucional para saber
desenvolverse. Si se enfrascan en pugnas intestinas, malo; se abonan
a la desconfianza y a la merma de credibilidad. Su objetivo
primordial es acreditar que son alternativa. Para ello deben
recuperar motivación y capacidad de movilización. Si no son
conscientes de que también están un trance histórico y que el pase
de página debe hacerse sin grandes traumas ni convulsiones, la
travesía del desierto puede ser muy cruda.
La
otra formación progresista, Adelante Andalucía, bastante tiene con
reflexionar sobre populismos inconsecuentes y políticas anti muy
costosas. La prueba de las elecciones municipales del próximo mes de
mayo será determinante. De momento, ya sabe que las derechas saben
ponerse de acuerdo. Aunque todos se sepan lo de todos.
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