Fue
algo más que una reacción corporativista. La profesión
periodística no podía permanecer impasible ante la decisión de un
juez de Baleares, Miguel Florit, que decidió incautar material de
trabajo a dos periodistas que investigaban el caso Cursach. Y la
constancia de organizaciones profesionales representativas y de una
amplia variedad de medios de comunicación ha dado sus frutos: el
juez ha anulado el auto que requisaba ese material. La agencia de
noticias y el periódico al que pertenecen los periodistas
directamente afectados, Blanca Pou y Francisco Mestre, habían
anunciado la presentación de una querella contra el magistrado por
presuntos delitos de prevaricación judicial, inviolabilidad del
domicilio y contra el ejercicio del derecho al secreto profesional.
La
Federación Española de Asociaciones de Periodistas de España
(FAPE) ha considerado que la decisión del juez Florit es un primer
paso positivo y respalda la solicitud de los informadores de que se
les comunique, mediante notificación, si se ha realizado o no
“cualquier examen, inspección, registro, copia o manipulación”,
del material incautado. En un auto, Florit afirma que no se ha
producido ningún decomiso. Por eso, no explica los motivos que
determinaron la incautación de los teléfonos en donde se supone que
trataría de profundizar en el origen de una filtración.
Sea
como fuere, la reacción ha mitigado el impacto y ha sentado un
precedente en el ejercicio profesional del periodismo pues de
prosperar la decisión del juez se desmoronaban algunos principios.
La FAPE y la Asociación de la Prensa de Islas Baleares (APIB)
valoraron como desproporcionada la incautación y, lo que es más,
una clara vulneración del derecho fundamental de los periodistas al
secreto profesional. La solidaridad con los profesionales y con los
medios, pero, sobre todo, con la esencia de la tarea periodística,
ha sido notable.
Pero
las dos organizaciones citadas insisten: la orden judicial inicial ha
causado ya un grave daño al derecho al secreto profesional, base de
las relaciones entre los periodistas y las fuentes. “El secreto
profesional no solo es un derecho constitucional fundamental de los
periodistas sino que es un deber que les obliga a mantener la
confidencialidad de sus fuentes”, explica la FAPE en un comunicado.
Y
remata: “Sin el secreto profesional, muchos de los casos de
corrupción y abusos de poder ocurridos en nuestro país nunca
hubieran sido conocidos por los ciudadanos y eso fue posible gracias
al trabajo de los periodistas, en cumplimiento de su función
democrática de difundir información veraz y de interés general”.
Que
no se repitan decisiones como la de Florit.
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