Es
inquietante que la ola de derechización envuelva a los jóvenes que,
desideologizados, indolentes, sin valores y todo eso, creen que van a
seguir accediendo fácilmente a los bienes de provisión y consumo.
Preocupa que, acríticos y tal, la política -mejor dicho, la
democracia- les traiga sin cuidado. Deprime que figuras históricas
que basaron su desempeño en el golpismo, el autoritarismo o la
represión ilimitada sean personajes de cabecera y sujetos
admirables.
Esto
se nos va. O se ha ido ya. Por eso, hay que reparar en pensamientos
como el del filósofo y pedagogo español José Antonio Marina quien
recientemente ha vuelto a insistir en la necesidad de una
movilización de la sociedad civil -principalmente de la comunidad
educativa- con tal de hacer ver a la clase política que cumpla sus
compromisos respecto a la juventud y ofrezca algo más que una
batería de medidas coyunturales o conectadas con las demandas de la
moda y del consumismo llevadero.
O
se asume que la clave es la educación para lograr amplios sectores
ciudadanos críticos e inconformistas, dispuestos a aportar lo que
cabe exigir para producir los avances sociales, o aquí no hay nada
que hacer. La educación es un asunto de todos para impedir el
fracaso escolar, para aliviar el sentimiento de soledad, para
prevenir las inadaptaciones sociales y los comportamientos que
confluyan en lacras como el machismo criminal, para no sentir ni
palpar el desconcierto o la impotencia de padres y docentes, para
superar las brechas de la desigualdad, para robustecer las
instituciones educativas básicas, para hacer un adecuado uso de
recursos económicos, sociales, intelectuales y personales y para
invertirlos en un generoso y activo compromiso social.
O
se toma conciencia y se es sensible, variando sustancialmente la
actitud seguida hasta ahora, o el escenario será cada vez más
tenebroso. No habría horizontes, está claro. El profesor Marina ha
sido rotundo sobre el particular: “España perdió el tren de la
Ilustración y el de la Industrialización. Si España pierde el tren
del aprendizaje, nos convertimos en el bar de copas de Europa. Y yo,
para mis alumnos, no lo quiero. De manera que hay que empezar a
decirle a la sociedad: <>.
Podemos tener un problema de paro juvenil crónico gravísimo porque
no estamos poniendo las medidas necesarias para atajarlo y es un
asunto de una gran injusticia social”.
Por
tanto, hay que hablar de inclusión educativa, de predisposición de
padres y tutores, de autonomía pedagógica. Pero también de
motivación, de talento, de creatividad, de emprendimiento y de
convivencia productiva para afrontar el futuro inmediato con una
mínima solvencia si no se quiere que los vacíos y las realidades
inciertas -puede que deseadas por actores interesados en que así
sea- predominen agravando sin remedio los males que nos aquejan.
José
Antonio Marina, con toda razón, y al calor de su experiencia,
propone esa movilización de la sociedad para crear espacios de
participación, de intercomunicación y de corresponsabilidad con tal
de mejorar la calidad educativa de barrios, pueblos y ciudades.
Lo
que no puede ocurrir es que las cosas sigan como hasta ahora, con esa
indolencia extendida, sin alicientes y sin compromisos fehacientes
que permitan hacer los seguimientos pertinentes y evaluar las tareas
que hay que acometer, para corregir, si es necesario.
Movilicémonos,
que será positivo, ya lo verán.
1 comentario:
Como siempre,magnífica reflexión maestro.
Perdona el retraso pero lo voy viendo con calma,un abrazo
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