sábado, 5 de enero de 2019

LUIS ASENCIO Y FEDERICO PADRÓN

Malas fechas estas para despedirse del mundo. La tristeza pesa más. Cuesta más reaccionar y hacer frente a una suerte común que la espantamos pero que siempre termina imponiéndose. Maldita parca. Cuando golpea en estos días, clava sus afiladas garras bien de forma inesperada bien de crueldad enfermiza. Y si te señala en vísperas navideñas, o de año nuevo, o de la epifanía, las personas y los allegados sufren porque se han roto esquemas, claro, porque alguien falta y porque las celebraciones quedan, sencillamente, para otro momento.

Se fue en el Puerto de la Cruz Luis Enrique Asencio Ramírez, nacido en 1955, ingeniero de Puertos, prejubilado que estaba ya en una importante empresa constructora multinacional. Tuvo mucho que ver, desde el punto de vista ejecutivo, con las obras del dique de protección de lo que inicialmente fue concebido como parque marítimo en el marco de ordenación y tratamiento del litoral portuense. Desde que llegó a la ciudad, se integró y aquí se casó. Pese a largas temporadas en la península y en el extranjero, siempre tuvo el Puerto en lo más profundo de su alma. Amaba los rincones, preguntaba por el pasado y gozaba con los personajes de los que iban dando cuenta quienes compartían con él tertulias y conversaciones de media tarde, la última habitual, Ébano, en el establecimiento del mismo nombre en la plaza de la Iglesia. Con Luis era inevitable discrepar pero su disparidad ideológica jamás impidió un diálogo más o menos acalorado y una predisposición al respeto y la tolerancia. Demostró con creces que le apasionaba su profesión: hablaba de infraestructuras, diques, prismas de equis toneladas, batimetría, sistemas generales y accesibilidad con verdadera fruición. Su corazón se paró en la tarde del 31 de diciembre, temprano. Como nos recordó su amigo Donaciano Vaquero, hurgando en las entrañas de Miguel Hernández, en la emocionada despedida que sus familiares y amigos le dispensaron un par de días después. Su viuda e hijo y otros familiares se percataron del afecto que supo granjearse.

También nos dijo adiós Federico Padrón, competente jurista herreño, funcionario público, secretario que ejerció en los ayuntamientos de Los Realejos y Santa Cruz de Tenerife. Padrón era una fuente de sabiduría en el Derecho Administrativo y hubo de lidiar con la aplicación de las modificaciones legislativas orientadas a la consolidación de los consistorios democráticos. Amante del deporte vernáculo, cuyas técnicas conocía como muy pocos, se involucró a fondo, junto a Eligio Hernández, en aquel célebre proceso de principios de los años ochenta para lograr la autonomía de la lucha canaria en las estructuras federativas. Fue imposible al rígido centralismo 'tumbar' a aquellos dos pollos que, mano al calzón y a la espalda, se bastaron para colocar a la lucha canaria en un lugar sobresaliente desde el punto de vista organizativo. Aún se recuerdan un denso congreso en el aeropuerto de Los Rodeos y numerosas reuniones con dirigentes y expertos de la provincia oriental para salir fortalecidos de aquel proceso. Federico Padrón tenía la virtud de escuchar y si tenía que discrepar lo hacía con la elegancia de su paisano, Juan Barbuzano, a quien no se cansó elogiar cuando se proclamó campeón del mundo de sambo, una variante de lucha individual muy similar a la canaria. Padrón contribuyó, sin alharacas pero con destreza, al cambio de modelo federativo pero, sobre todo, al cultivo de las artes y las claves de nuestro deporte. A su hijo Juan Manuel, fiel heredero de la vena jurídica funcionarial y administrativista, le correspondió, por cierto, ensamblar y consolidar los soportes estructurales y desarrollistas de la Federación Canaria de Municipios (Fecam).

Luis y Federico se han ido en fechas que no hubieran deseado. Lo mejor que tenían es que no les agradaba ver sufrir a la gente ni a sus allegados.

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