Lamentos
(por ahora, sin gritos) y susurros de financiación local, son los
que se escuchan de nuevo en ambientes municipalistas. Se entiende. Un
problema agravado por los bloqueos presupuestarios derivados de la
gobernabilidad condicionada en el Estado que dura ya demasiado tiempo
y siembra dudas o frenos. A pesar de que algunas instituciones se han
lanzado y han aprobado sus previsiones contables, no es menos cierto
que, casi cumplido el primer semestre desde su constitución, la
incertidumbre ante las dudas no resueltas del sistema de financiación
y ante los vacíos para afrontar planes, actuaciones o inversiones
plurianuales, suscita discursos lastimeros y de impotencia entre
alcaldes y munícipes que quieren saber. Soluciones, ya.
Esos
discursos, por cierto, van acompañados de balances y resultados que
les hacen reivindicar el reconocimiento de una gestión que les
acredita, al menos, como cumplidores de una normativa tan exigente
como restrictiva, merecedora de horizontes más despejados y aptos
con tal de afrontar los ejercicios de un mandato con menos ataduras.
La normativa, sobre todo, frena el regular y estable funcionamiento
de las entidades locales saneadas al coartar la autonomía local para
poder dar destino a los recursos en políticas de gasto que
contribuirían a unas mejores condiciones de vida de los ciudadanos.
Así
lo recoge una resolución del duodécimo Pleno de la Federación
Española de Municipios y Provincias (FEMP), relativa al compromiso
con la financiación local, en la que se aporta un dato
incontestable: los ayuntamientos españoles, desde la entrada en
vigor de la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria y
Sostenibilidad Financiera, han acumulado desde el año 2012 unos
superávit cercanos a los cuarenta mil millones de euros. Pero,
claro, como hemos dicho, hay limitaciones que los gobiernos locales
y ediles quieren suprimir para disponer de recursos que servirían
para mejorar prestaciones y afrontar servicios y demandas que
reflejen avances sociales. Téngase en cuenta que esos “beneficios”
no son la consecuencia de un exceso de financiación sino del
estricto cumplimiento de las reglas fiscales establecidas en la
normativa de estabilidad, coloquial o popularmente conocida como
regla de gasto que pasará a la historia del municipalismo patrio por
sus rigideces varias.
La
FEMP recuerda que no ha descansado con tal de liberar o flexibilizar
dicha regla pero cree que ha llegado la hora de poner soluciones
estables sobre la mesa de alcaldes, ediles de hacienda, órganos y
departamentos técnicos competentes. Hay propuestas de acuerdo
pendientes de materializar, se espera que en los próximos meses.
Según la resolución aludida, algunas de esas propuestas deben estar
sustanciadas en un criterio claro de “exclusión de gasto
computable en la regla de gasto, no considerándose a estos efectos
los atípicos o extraordinarios”. También habla de la inclusión
de los gastos plurianuales en Inversiones Financieramente Sostenibles
(IFS) y de la ampliación del ámbito objetivo de las mismas, de modo
que incluya los gastos de inversión dirigidos a la lucha contra la
despoblación, educación, medio ambiente y gasto corriente en
fomento de empleo.
Los
responsables de gobiernos locales, dicho en cristiano, no quieren
tener dinero ni remanentes en las cuentas de los bancos. Aspiran a
administrarlas convenientemente, haciendo uso de la autonomía
municipal, para satisfacer las aspiraciones ciudadanas. Por eso
quieren utilizar como base de cálculo de la regla de gasto los
presupuestos iniciales en lugar de los liquidados y la ampliación
del ámbito temporal de la regla especial del destino del superávit
de las citadas Inversiones Financieramente Sostenibles.
Por
ahora, lamentos y susurros. A la espera de un Gobierno y de los
acuerdos consiguientes. Y de unas modificaciones legislativas, para
qué engañarnos.
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