Que
el mensaje navideño de Su Majestad el Rey sea materia opinable y,
por tanto, criticable, no tiene que extrañar a estas alturas. Es
curioso que mientras haya expresiones y algunas iniciativas de
boicot, sobre todo, en redes sociales, se siga aguardando por sus
contenidos y algunos políticos apenas tarden unos minutos en
replicar.
Es
lo que ocurrió con el presidente de la Generalitat, Quim Torra,
disconforme con el problema territorial al que se refirió Felipe VI,
devolviéndole la pelota: “No, el problema es el Estado español”.
La endogamia de Torra es desbordante: ignora la impresión que se
tiene de la fractura social en Catalunya y del hartazgo generalizado
ante el empecinamiento y las posturas separatistas, expresadas
también en sedes institucionales. Se puede esperar más de un
dirigente que ha fijado objetivos discutibles pero que ha acreditado
reiteradamente su irrespeto, incluso con el Estado de derecho
consagrado en la Constitución, y hasta su malicia, al atribuir ese
'problema' al Estado español olvidando que su funcionamiento y sus
recursos son los que han permitido al Gobierno de la Comunidad
Autónoma resolver no pocos problemas de financiación hasta el punto
de conceder carta de fluida normalidad a la integración de Catalunya
en la estructura del Estado autonómico. Y se puede esperar más de
quien sabe que el ejecutivo de Pedro Sánchez ha mostrado su voluntad
de dialogar. Pero, claro, es consciente de que puede seguir
exprimiendo el limón independentista y producir un desgaste político
incalculable, por lo que no duda en involucrar al monarca, aunque
éste -evidentemente para no echar más pimienta al pote- se limitara
a hacer una sola mención al conflicto territorial, seguramente el
más grave de lo que tiene el país, junto al que ha aflorado con la
pretensión marroquí sobre las aguas archipielágicas canarias.
Torra
es injusto e intransigente. Le da igual la gobernabilidad de España
porque lo que le importa es el escenario de las próximas elecciones
en Catalunya. Su visión política alicorta le habrá hecho aplaudir
la radicalidad de otro mensaje, el del diputado Rufián, que comparó
el mensaje del Rey con un mitin del partido innombrable que, sí, que
tiene equis votos y equis representación parlamentaria, pero no cesa
de hacer proclamas para cuestionar la democracia y volver a tiempos
pretéritos. Torra y el separatismo catalanista deberían medir con
más cautela hasta dónde estirar -y cómo- la cuerda de sus
aspiraciones, no sea que la antipatía que siguen ganando continúe
restando adeptos para la causa, incluso entre los simpatizantes menos
politizados y más amantes del Fútbol Club Barcelona, de Messi y
compañía.
A
Torra y al independentismo catalanista le gustará jugar al filo del
precipicio pero deben saber que si hay diálogo, ese referéndum
pacto del que hablan, arranca de un principio: si se convoca, debe
ser en todo el territorio nacional. Ahí les queremos ver.
Así
que continúen discrepando de Su Majestad y acentúen la controversia
de sus discursos pero respeten su papel y su visión, que se ajusta
al texto constitucional y propicia hacer uso de él cuando los
problemas del país han requerido e él para su solución. Ya se ve
que es una cuestión de hacer méritos para ver quién es más
independentista pero tengan también presentes las razones que
impiden -al menos por la vía escogida- un proceso de quiebra de un
país integrado en la Unión Europea.
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