jueves, 26 de diciembre de 2019

UN DISCURSO CONTROVERTIDO


Que el mensaje navideño de Su Majestad el Rey sea materia opinable y, por tanto, criticable, no tiene que extrañar a estas alturas. Es curioso que mientras haya expresiones y algunas iniciativas de boicot, sobre todo, en redes sociales, se siga aguardando por sus contenidos y algunos políticos apenas tarden unos minutos en replicar.
Es lo que ocurrió con el presidente de la Generalitat, Quim Torra, disconforme con el problema territorial al que se refirió Felipe VI, devolviéndole la pelota: “No, el problema es el Estado español”. La endogamia de Torra es desbordante: ignora la impresión que se tiene de la fractura social en Catalunya y del hartazgo generalizado ante el empecinamiento y las posturas separatistas, expresadas también en sedes institucionales. Se puede esperar más de un dirigente que ha fijado objetivos discutibles pero que ha acreditado reiteradamente su irrespeto, incluso con el Estado de derecho consagrado en la Constitución, y hasta su malicia, al atribuir ese 'problema' al Estado español olvidando que su funcionamiento y sus recursos son los que han permitido al Gobierno de la Comunidad Autónoma resolver no pocos problemas de financiación hasta el punto de conceder carta de fluida normalidad a la integración de Catalunya en la estructura del Estado autonómico. Y se puede esperar más de quien sabe que el ejecutivo de Pedro Sánchez ha mostrado su voluntad de dialogar. Pero, claro, es consciente de que puede seguir exprimiendo el limón independentista y producir un desgaste político incalculable, por lo que no duda en involucrar al monarca, aunque éste -evidentemente para no echar más pimienta al pote- se limitara a hacer una sola mención al conflicto territorial, seguramente el más grave de lo que tiene el país, junto al que ha aflorado con la pretensión marroquí sobre las aguas archipielágicas canarias.
Torra es injusto e intransigente. Le da igual la gobernabilidad de España porque lo que le importa es el escenario de las próximas elecciones en Catalunya. Su visión política alicorta le habrá hecho aplaudir la radicalidad de otro mensaje, el del diputado Rufián, que comparó el mensaje del Rey con un mitin del partido innombrable que, sí, que tiene equis votos y equis representación parlamentaria, pero no cesa de hacer proclamas para cuestionar la democracia y volver a tiempos pretéritos. Torra y el separatismo catalanista deberían medir con más cautela hasta dónde estirar -y cómo- la cuerda de sus aspiraciones, no sea que la antipatía que siguen ganando continúe restando adeptos para la causa, incluso entre los simpatizantes menos politizados y más amantes del Fútbol Club Barcelona, de Messi y compañía.
A Torra y al independentismo catalanista le gustará jugar al filo del precipicio pero deben saber que si hay diálogo, ese referéndum pacto del que hablan, arranca de un principio: si se convoca, debe ser en todo el territorio nacional. Ahí les queremos ver.
Así que continúen discrepando de Su Majestad y acentúen la controversia de sus discursos pero respeten su papel y su visión, que se ajusta al texto constitucional y propicia hacer uso de él cuando los problemas del país han requerido e él para su solución. Ya se ve que es una cuestión de hacer méritos para ver quién es más independentista pero tengan también presentes las razones que impiden -al menos por la vía escogida- un proceso de quiebra de un país integrado en la Unión Europea.


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