Se
han cumplido cuarenta años de las primeras elecciones democráticas
municipales y de la consiguiente constitución de las corporaciones.
Una nueva era se inició para el municipalismo en abril de 1979.
Estábamos entonces ante un avance en la construcción de la nueva
institucionalidad, en un paso significativo para la consolidación de
la democracia -recuérdese que en febrero de 1981 hubo que superar un
golpe de Estado y los ayuntamientos desempeñaron un papel relevante
a la hora de vertebrar y estimular a la sociedad- y en un resorte
definitivo para el impulso de un nuevo modelo de convivencia. Había
una voluntad clara de abrir un nuevo ciclo en los centros de poder
más próximos a la ciudadanía. Desde luego, era un salto importante
en un proceso social lleno de innovaciones, de aspiraciones, de
afanes modernizadores y que habría de ser determinante -eso que muy
bien podría definirse como un antes y un después- para transformar
la vida de los ciudadanos y de las colectividades vecinales. En
efecto, el norte era claro: rumbo a la democracia.
Aquellas
fechas tienen un valor apreciable, el que ha ido fraguándose durante
cuatro décadas, mandato tras mandato. Y ya van diez. Al menos, el
valor que concedemos los municipalistas o los que hemos tenido
responsabilidades públicas en su ámbito. Su Majestad el Rey, Felipe
VI, ha dicho, recientemente, que “los ayuntamientos son escuelas de
democeracia”. Añadimos que de aprendizaje político y de
participación social. La Corona, ciertamente, siempre mostró gran
consideración y respeto hacia la autoridad municipal y el
municipalismo. A esa escuela llegaron
numerosos vecinos sin mayor experiencia que la atesorada en
asociaciones más o menos reivindicativas. En ellas, en el tránsito
hacia un nuevo modelo convivencial en el que tanto había que
descubrir, asumieron que lo importante era el interés general. O lo
que es igual, el trabajo comunitario, para que cristalizara cualquier
proyecto o para que, más llanamente, se llevaran a cabo las fiestas
del pueblo o del barrio.
Hubo
que reestructurarlo todo. O casi todo. Hubo que invertir notables
esfuerzos mientras las modificaciones legislativas iban
implementándose en tanto que las nuevas estructuras y el nuevo
funcionamiento nos acercaban a las concepciones y a los esquemas de
desarrollo democrático. Por eso es positivo volver a referirse a
aquellas fechas. Hay una plaza con el rótulo '3 de abril', en el
Puerto de la Cruz. La misma denominación puede encontrarse en otras
ciudades y municipios de Canarias y de España. Es como si fuera un
homenaje permanente a la democracia. Y en la memoria hay que grabar
los nombres de aquellas personas, mujeres y hombres, que integraron
las primeras corporaciones locales salidas de las urnas y que
trabajaron para engrandecer sus localidades pero, sobre todo, para
dar sentido a la la convivencia democrática, al diálogo, al
consenso y a la eficacia en la gestión que los vecinos también iban
aprendiendo y pulsando sobre la marcha, igual de ilusionados, igual
de entusiastas, igual de críticos.
Hasta
quienes gozaron de mayorías absolutas supieron repartir delegaciones
y competencias para acentuar la pluralidad y la corresponsabilidad. Y
allí donde hubo que pactar, para dar estabilidad y garantizar la
gobernabilidad, pues se impartieron cursos acelerados de de cultura
política, de pedagogía política, para acreditar que el
entendimiento era posible y que de ello se beneficiaba la ciudadanía.
Los primeros mandatos fueron ciclos plenos de experiencias, de
avances sociales y participativos, de aprendizaje y de ganas de
aportar todo lo que podía esperarse en la nueva etapa sociopolítica
que comenzaba en el país.
Ahora
que se conmemora la fecha, es positivo recordarla y darle contenido.
Cierto que hay problemas (financiación y competencias, sin ir más
lejos) que siguen pendientes de solución definitiva pero son
innegables los avances y la sustantiva transformación de muchos
municipios, especialmente de aquellos que se decantaron por un modelo
de desarrollo. Por ello, hasta procede rendir tributo testimonial a
todas aquellas personas que ejercieron sus cometidos de alcalde y
concejales en representación de sus ciudadanos, aprendiendo y
ejecutando a la vez, sobre la marcha, pero con voluntad indiscutible
de crecer y cualificarse.
(Artículo aparecido en el suplemento del periódico ELDÍA, edición del martes 24 de diciembre de 2019, dedicado a 40 años de democracia local)
2 comentarios:
¡Excelente análisis!
Fantástico el artículo.
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