Arranca
la legislatura con el show
de
las fórmulas para prometer o jurar el cargo a cargo de sus señorías.
O se corrige esto o quedamos expuestos a que en cada sesión
constitutiva de las Cortes se produzca un número similar que sea,
incluso, más noticia que la elección de los componentes de la Mesa.
Ya está bien.
Desde
que se inventó aquel 'imperativo legal', a peor la mejoría. Han ido
adornándolo con expresiones superfluas, con connotaciones de tipo
político, con latiguillos que hasta devalúan la fórmula. ¿Tan
difícil es prometer o jurar, sin más? Parece que sí, cuando no se
trata más que de una afirmación con la que se formaliza la toma de
posesión.
Pero,
nada, salen los valientes y los díscolos, los que creen sumar más
afectos y ganarse a los propios o a aquellos que pasaban por allí y
les gusta dentro de la rutina. Rutina inevitable, por cierto.
Que
sepan los protagonistas del show
que escriben una página que solo aumenta el desafecto hacia la
política, especialmente entre quienes ya están hartos o son
incrédulos. Algo tan serio y tan solemne, una formalidad, también
inevitable, que debe estar reglada de manera uniforme, no habría de
prestarse a chanzas ni extravagancias, por muy oportunistas que se
presenten.
Quien
no esté conforme, que no tome posesión. Y que advierta a su
electorado. Así de radical. O que se prepare para recibir una
sanción jugosa por su desvío. Cierto que el Tribunal Constitucional
ha autorizado y ha dado por buenas fórmulas caracterizadas por la
flexibilidad, o sea, que no desvirtúan el hecho principal: la
asunción del cargo y su consiguiente responsabilidad política.
Pero, con el debido respeto al alto tribunal, y siendo consecuentes
con la libertad de expresión, la dignificación de la política y
del parlamentarismo, empieza, precisamente, porque las primeras
palabras de un diputado o de una diputada, ante el pleno de la Cámara
y ante millones de espectadores que lo siguen por vía audiovisual,
sean de respetable igualdad.
Nos
gustaría saber si los empleadores de tan 'originales' y llamativas
fórmulas, con alusiones más o menos veladas a las causas que
abrazan, las autorizarían en sus respectivos ámbitos de
influencia. Estamos casi seguros de que serían más radicales aún.
A ver qué propugnan si a algunos grupos parlamentarios o a la propia
Mesa les da por regular la fórmula, mediante ley o precepto
reglamentario, homogeneizándola o uniformándola.
Señorías:
si para lo básico y para la elemental cortesía institucional, si
para lo inocuo, parlamentariamente hablando, no son capaces de
converger y ponerse de acuerdo, no extrañe que el rechazo social
hacia la política y sus manifestaciones siga creciendo.
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