¿Quién
no se ha incomodado por una multa de tráfico? Aunque haya sido
impuesta con toda justicia. ¿No es cierto que hay una reacción
incontrolada o a caja destempladas cuando la notificación se recibe
sin esperarlo y se hace memoria hasta contrastar las circunstancias,
lugar y hora de la comisión de la infracción?
Pero
el fiscal Coordinador de Seguridad Vial, Bartolomé Vargas, ha
lanzado un mensaje significativo y digno de ser entendido: “La
educación vial triunfará cuando el ciudadano entienda que una multa
salva vidas”, ha dicho advirtiendo de los efectos. Los sancionados
suelen proceder así... con reflexión, con propósito de no volver a
repetir... aunque agoten todos los medios a su alcance -alegaciones,
recursos y demás- para no abonar el importe de la sanción, culpando
a quien sea y justificándose de cualquier manera para tratar de
convencer: todos culpables, menos él.
Pero,
es así, independientemente de que duele el bolsillo. Las crecientes
cifras de accidentes en las carreteras, el ascendente número de
víctimas, obligan a campañas de sensibilización sostenibles, que
no basta, según se ha comprobado, para reducir aquéllas y, sobre
todo, para conducir mejor, lo cual equivale a prevenir los choques y
los siniestros.
Vargas,
que se confiesa “creyente de la educación como motor de
transformación”, ha afirmado la necesidad de sensibilizar con las
víctimas y su dolor como protagonistas. Por eso se muestra
convencido del valor positivo de las multas para cambiar la
mentalidad: “Una multa es digna de agradecimiento pues es un aviso
que puede evitar la temida llamada que alerta de que la carretera se
ha cobrado otra vida”, dijo el fiscal.
En
su día, en el ejercicio de responsabilidades públicas, siempre
defendimos el papel de la Guardia Civil de tráfico y de las policías
locales, especialmente cuando eran acusadas de excesivo afán
recaudatorio. Son esos cuerpos los que han de comportarse con
ejemplar profesionalidad para concienciar en respeto, valores y
tolerancia y para comportarse adecuadamente en lo público, en lo que
es e todos.
Y
admitamos que el papel de la local no acaba en la prevención pues
desde su ángulo se vive y se asiste a la transformación constante
de las ciudades. Ya no es un cambio de dirección de una calle o de
la vigilancia para regular los aparcamientos con carácter
excepcional en determinado sector sino la orientación y hasta la
coparticipación en la implantación y evolución de esas medidas
transformadoras que, según Bartolomé Vargas, son buenas “porque
enriquecen la ciudad y ofrecen oportunidades de movilidad no
contaminante”, pero que deben regularse “de acuerdo con las
normas que son para ciclistas, patinadores, conductores... para
todos”. En ese sentido, hay que recordar, por enésima vez, que
“sin respeto a la norma, no hay convivencia”.
Por
consiguiente, hay que esmerarse. Y asumir que para un buen desempeño
en las carreteras, en las avenidas y en la vía pública, es
imprescindible ser consecuentes con todo lo que la educación vial
inspira. Que no es poco. Ese educación, en términos generales, no
tiene plazos ni límites ni excepciones. Luego, si el objetivo es
moverse con seguridad, en beneficio propio y en el de todos, hay que
conducirse con las prescripciones de una educación apta para
responder de manera eficiente.
Una
sanción de tráfico, en fin, podrá incomodar pero que surte efectos
positivos, sobre todo si se tiene en cuenta que salvó vidas o evitó
colisiones, es un hecho. Mucho más si logra evitar reincidencias de
preceptos infringidos del Código de Tráfico y Seguridad Vial. Y no
digamos si hace reflexionar al conductor sobre incumplimientos,
despistes y desmanes al volante.
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