Después de citar como ejemplos los
casos de Jair Bolsonaro, en Brasil, y del juez de la Corte Suprema de los
Estados Unidos, Clarence Thomas, el periodista americano Andy Hirschfeld se
pregunta “¿Como podemos cubrir de forma precisa y responsable las falsedades
que los líderes utilizan para justificar sus decisiones y acciones?”.
Sostiene el periodista que algunas de
las teorías conspirativas sobresalientes y dañinas de la actualidad tienen su
origen en el discurso político. Entonces, Bolsonaro y Thomas serían “teóricos
de la conspiración ellos mismos o amplifican teorías infundadas para promover
una agenda, una herramienta de éxito comprobado en el ascenso del populismo”.
El caso es que por mucho que los
periodistas quieran ignorar las teorías conspirativas y a quienes las impulsan,
es irresponsable hacerlo. Y es igualmente irresponsable dar cabida y legitimar
enfoques que son verificablemente falsos. De ahí la pregunta del principio.
Hay que valorar cómo conducirse
cuando nos encontramos con alguien que cree en una teoría conspirativa, sobre
todo cuando está sustanciada por una ideología de odio o acciones violentas. La
profesora de periodismo de la Universidad de Oregón, Whitney Phillips, autora
de un libro sobre el particular, aconseja a los periodistas no descartar las
creencias conspirativas de las personas.
"La gente se toma en serio su
relación con estas creencias", explica. "Tener eso en cuenta te
obliga a hacerte preguntas como: ¿cómo es que esta información se ha
transmitido? ¿Por qué esta información es tan convincente? ¿Cómo se ha
convertido en una forma coherente de entender el mundo para determinados grupos
de personas?".
Es cuando aflora el odio,
especialmente cuando se confunden los planos de información y opinión. El odio
es un comportamiento aprendido que suele ser alimentado por una distorsión de
vulnerabilidades reales, como la inseguridad económica. “Es fundamental que los
periodistas que informan sobre las teorías conspirativas comprendan estos
temores subyacentes”, escribe Hirfschfeld.
Al mismo tiempo, no deben limitarse a
aceptar las opiniones de una persona, a ciegas. Los periodistas deben
investigar para encontrar las pruebas que refutan las falsas teorías, y hacer
referencia a ellas en sus artículos.
Luego hay otra importante distinción
que hacer. Al escribir sobre los efectos de la desinformación y las teorías de
la conspiración, es importante distinguir entre el manipulador y los
manipulados. Los manipulados merecen empatía, el manipulador no. Las personas
que creen en una conspiración han estado, por lo común, expuestas a información
falsa durante un largo periodo de tiempo. Por ejemplo, el asalto de 2021 al
Capitolio de Estados Unidos fue el resultado de la radicalización de la extrema
derecha. Personas en posiciones de poder utilizan sus plataformas o redes
sociales para promover desinformación. Sobre todo, porque explotan las
debilidades de su audiencia para difundir narrativas falsas y sugerir o
fomentar la violencia. Juegan a conveniencia con la mentira, la deformación o
la exageración, no tienen e n cuenta reglas elementales, se aprovechan hasta el
infinito de la laxitud o de la impunidad.
Como periodistas, debemos
preguntarnos a quién tratan de atraer las personas que difunden información
falsa y por qué. Esto ayuda a identificar de dónde surgen las peligrosas
teorías conspirativas.
"No hay una respuesta única para
todos. Es caso por caso. Es persona por persona. Es teoría de la conspiración
por teoría de la conspiración", observa la profesora Phillips. "Se requiere
mucha reflexión para averiguar qué es lo que interesa al público en este caso,
y qué podría convertirse en una amenaza para el interés público",
concluye.
En las noticias, ocuparse demasiado
de quienes perpetúan desinformación y teorías conspirativas es parte del
problema, opina Anita Varma, profesora adjunta de ética de los medios de
comunicación en la Escuela de Periodismo y Medios de Comunicación de la
Universidad de Texas-Austin. Los periodistas deberían centrar su trabajo en las
personas afectadas negativamente por las decisiones de los desinformadores, y
en las personas manipuladas para creer en conspiraciones.
"Tenemos que dejar de centrar
las historias en los líderes que hacen afirmaciones infundadas o
distorsionadas, y en su lugar destacar a las personas afectadas", dice
Varma.
El papel de Rusia en la pandemia de
desinformación es un ejemplo perfecto de por qué es tan peligroso dar el
micrófono a quienes desinforman con fines políticos.
Hablar con los conspiracionistas como
parte del proceso de investigación es muy diferente a darle protagonismo a sus
ideas. "Debes ayudar a tu lector a entender, pero sin entregar un
micrófono a los teóricos de la conspiración. Solo necesitas
contextualizarlos", dice Phillips.
Laa profesora Varma coincide y añade
que los periodistas deben tener en cuenta también la realidad de la industria
periodística actual.
"Con tiempo limitado, recursos
limitados y una presión de tiempo extrema para publicar, no permitas que todo
tu tiempo sea monopolizado por los conspiradores", concluye.
O sea, precauciones, sí. Pero con
determinación a la hora de informar, a sabiendas de los enormes y acaso
irreversibles perjuicios que se pueden ocasionar. Para la sociedad y para la
democracia.
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