Antonio González Pérez –unos cuantos le identificaban como Vitín- era un ejemplo de rectitud y lealtad. Para eso aludía a su disco duro, capacidad memorística, con el que recuperaba hechos y situaciones, especialmente para centrar conversaciones y discusiones de asuntos en los que de alguna forma había participado. Detallaba las secuencias a veces con exactitud cronométrica. Y luego, fijaba posición propia cuando había que comparar.
Un
hombre peculiar Antonio, desde que andaba, procedente de Buenavista del Norte,
por el antiguo Instituto Laboral del Puerto de la Cruz. Después se fue a Guía
(Gran Canaria), con una generación irrepetible de jóvenes estudiantes
portuenses, antes de hacerse maestro en la Universidad de La Laguna. Serio,
cabal, consecuente: un permanente intérprete de la realidad cuyas aristas le
aparentaban hosco y antipático, cuando en el fondo latía un corazón de
comprensión, justicia, equidad y buen hacer. Acuñó una máxima: “Mínimo
esfuerzo, máximo rendimiento”, que habla por sí sola de su sentido pragmático
de la vida.
González
se dedicó a la docencia. Fue profesor y director del colegio Tomás de Iriarte
de cuya comunidad educativa fue integrante activo hasta que decidió dar el
salto a política y ejercería en el Ayuntamiento como primer teniente de alcalde
y portavoz del Grupo Municipal Socialista, además de ocupar la secretaría
general del PSOE portuense, desde la que fortaleció su presencia en la sociedad
insular y local. Cumplió con sus deberes de responsable hasta el último minuto,
hasta que cesó en la actividad pública y retornó a las aulas.
Antonio
González Pérez fue un impulsor decisivo del urbanismo portuense. Obseso de la
planificación, acometió también la ejecución de varios programas de actuación y
la participación del municipio en iniciativas como la Carta de Aalborg
(Dinamarca), que proporcionó un marco para la entrega de desarrollo sostenible
local y hacía un llamamiento a las
autoridades locales a participar en los procesos de la denominada Agenda
Local 21.
A
González se le debe la búsqueda de suelo para completar el conjunto dotacional
del municipio y propiciar su intercomunicación terrestre interior desde sus
límites territoriales. Prueba de ello es la Avenida 8 de marzo, en su día la
inversión en infraestructura viaria más importante de Canarias. Otra es la
obtención de suelo para el nuevo Puerto de la Cruz en las proximidades de El
Durazno y el sector Las Arenas-Piedra Redonda. La teoría urbanística encontró
en él un gran aliado que acreditó en la gestión diaria de la oficina técnica
municipal.
El
concejal, a pesar de los prejuicios de hosquedad –alguno de ellos injustamente
atribuido- gozó de la aceptación que, por su seriedad y observancia de la normativa, inspiraba en los procesos de
negociación con promotores, inversores, técnicos y profesionales inmobiliarios.
Ni una fisura cuando se trataba de defender el interés general y el progreso
del municipio, tal es así que, en cierta ocasión, aún estando asistido por
funcionarios municipales y policías locales, fue amenazado con un arma mientras
cumplía con su deber.
Ya
retirado de la docencia y de la política, seguía frecuentando San Telmo, donde
era bañista habitual, como los alrededores de la plaza de la Iglesia, donde en
una de sus cafeterías próximas asistía
habitualmente a una tertulia de ex, que comenzó en el antiguo hotel ‘Los
Príncipes’ y prosiguió en ‘Ébano’ y en la que se comentaba la actualidad y la
realidad local desde una generosa, tolerante y pluralista visión. Antonio, que
se desvivió siempre por su esposa e hijas, aportaba la racionalidad de análisis
bien construidos y hacía uso de su privilegiada memoria a la que llamaba disco
duro.
Adiós,
pues, a un portuense de adopción, a un maestro de noble espíritu y a un
servidor público que se entregó con responsabilidad y altura de miras. Le
recordaremos siempre. Al compadre, como gustaba de llamar y que le
correspondieran.
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