El Grupo Zeta, editor de las revistas Interviú, aparecido en 1976, y Tiempo,
cuyo primer número vio la luz en 1982, ha confirmado que las dos
publicaciones desaparecerán próximamente. Razón: las pérdidas que generan, unos
siete millones de euros tan solo en los últimos cinco años. La caída de la
difusión a lo largo de la pasada década hay que situarla en un 80 %.
De la misma forma que la irrupción de un nuevo medio es
recibida con alborozo en cuanto que enriquece el pluralismo mediático, su
desaparición, sobre todo cuando se trata de cabeceras consolidadas, comporta
siempre preocupación y tristeza. Primero que nada por la pérdida de puestos de
trabajo.
Pero, además, por lo que en este doble caso supone. De una
parte, el papel. Es otra prueba de que lo impreso va mermando a pasos cada vez
más veloces. Lo han padecido, en todos lados, los periódicos convencionales.
Cambia el modelo de negocio, luego tiene que haber un sacrificado. En los
costes de producción, el papel ha sido el gran perjudicado. En la era digital,
los métodos y los hábitos de lectura son otros, de modo que se prescinde del
soporte impreso, convencional, de toda la vida. Y a pesar de que algunos
editores se han ido dando cuenta de que esta hora llegaría y trataron de
compatibilizar, complementando sus productos impresos con versiones accesibles
desde la red, lo cierto es que los avances tecnológicos son incontenibles en
detrimento de aquéllos.
De otra, el género. El semanario ha ido desenganchándose,
principalmente los de contenidos políticos. Desde la Transición, en España,
hubo publicaciones extraordinarias que acompañaron y siguieron aquel proceso de
forma constante. Recordamos cuando se publicaban las cifras de tirada y
difusión. Crecían a borbotones. Y ello era decisivo para ‘comer’ de la tarta
publicitaria. De hecho, en el caso que nos ocupa, se considera que Tiempo era el hijo de información
política de Interviú.
Pero se ve que la política ha dejado de interesar, al menos
desde este ángulo o modelo de comunicación. Preocupante, también. Ha ido
palideciendo mientras surgían otras publicaciones cuyos contenidos tienen que
ver más con la farándula, los espectáculos, la frivolidad, el intimismo, la
sentimentalidad, lo gráfico impactante -robado o posado, qué cosas- y hasta el erotismo en cualquiera de sus mil y
una formas. En los quioscos se amontonaban tongas de ese tipo de revistas
mientras las “clásicas” o de información política apenas cubrían hueco en los
expositores.
En fin, que decimos adiós a dos cabeceras cuya aportación al
periodismo español es sobresaliente. Esta doble desaparición confirma que los
tiempos no solo están cambiando en la comunicación sino que se tragan productos
que tuvieron gran solidez. Habrá que reconocer el esfuerzo de grandes
profesionales que se esforzaron por dotar a las respectivas publicaciones de
informaciones, reportajes, opinión e investigación que marcaron una época.
La de ahora no es buena para esta modalidad.
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