No
son buenos tiempos para el periodismo, para una profesión que se
debate entre incertidumbres y vaivenes. En cualquier caso, las
circunstancias aconsejan una reflexión que, hecha en torno a la
festividad del patrono, sirve para contrastar ideas o criterios e
impulsar la autocritica, sin perjuicio de posibles alternativas,
incluso en los más modestos actos conmemorativos.
Y
es que el periodismo, como se concluía en el informe sobre el estado
de la profesión, hecho sobre la base de una gran encuesta promovida
por la Asociación de la Prensa de Madrid, sigue condicionado por
amenazas muy serias. Las expresaba su presidenta, Victoria Prego,
cuando hablaba de la crisis de su propia credibilidad y del auge
premeditado de las noticias falsas “con el fin de confundir a la
población de las sociedades libres y democráticas”. Hasta un
cierto descrédito de la profesión, alimentado por los populismos de
distinto signo y por la impunidad de contenidos o tratamientos
transgresores, resulta un serio inconveniente para recuperar terreno
y confianza.
En
medio de este escenario, una expresión se ha hecho familiar: el
cambio de negocio, un factor que cada vez es más asumido, aún a
sabiendas de que pone en peligro las ediciones impresas mientras las
innovaciones tecnológicas, vía digital, van dejando a la radio en
un trance delicado. Algunos países, como Noruega, ya afrontan el
reto y empiezan a dejar atrás la frecuencia modulada, aunque los
costos sean muy elevados, al menos en la fase inicial. Por el lado
del producto impreso, en España ya conocemos el anuncio de la
desaparición de dos cabeceras de postín, como Interviú y
Tiempo, en tanto que
desde Argentina han llegado las desalentadoras noticias del mismo
trance con El Gráfico, un
título emblemático en el periodismo de aquel país y de toda
Sudamérica que no va a poder cumplir cien años como era deseable.
Esto
supone pérdida de puestos de trabajo, de ahí que se concatenen
reivindicaciones salariales y unas mejores condiciones laborales.
Frente a la idea, cada vez más consolidada, de que poco importa la
calidad de los contenidos y de los productos, los editores y las
empresas deben esmerarse para que la pérdida de empleo no empobrezca
aún más el panorama informativo y de la comunicación.
Ello
conlleva un riesgo, cada vez mayor, a la vista del espectacular
crecimiento, consistente en que las redes sociales se conviertan en
un único medio de información. Los responsables de algunas
plataformas parecen ser conscientes y están adoptando algunas
medidas -especialmente en el orden de impedir la circulación de
noticias falsas- que aún deben cristalizar.
Y
por encontrar alguna luz en un contexto de precariedad e
incertidumbres, queda el consuelo de que gracias a las nuevas
tecnologías, muchos profesionales han reconducido sus trayectorias y
hasta han encontrado posibilidades de afrontar proyectos autónomos
en plataformas o sitios digitales.
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