Rafael Ben-Abraham
Barreto (a quien no disgusta, en cualquier caso, que le llamen
Cayetano) invita a reflexionar “sobre el tiempo que moldea nuestro
carácter” -escribe- en este libro suyo que desglosa ciento
ochenta seis ideas e idealizaciones (cabe añadir, por nuestra parte,
evocaciones), expresadas con ameno lenguaje periodístico y con las
que interpreta la realidad más cercana, la que más le ha influido.
Eso fue lo que dijimos,
hace dos años justos, cuando la obra, titulada Rehenes del tiempo
(La Ranilla Editorial) vio la luz para plasmar los pensamientos
de “un tiempo sin el cual no maduran las uvas o es imposible la
existencia como la entendemos o percibimos ahora”. El autor,
consciente de las ataduras y de los condicionantes, sugiere con
sutileza una suerte de liberación: “La vida es mucho más que sus
ciclos -afirma en uno de sus apartados-, aunque estos sean
determinantes de su evolución o retroceso. Girar y ascender
simultáneamente conduce a la elevación espiritual”.
Por eso, Barreto
reflexiona sobre la edad de la Luna o acompaña el vuelo de las
golondrinas en busca de metáforas y latidos poéticos que impulsan
el traspaso de las dimensiones del espacio y el tiempo. Sabe que va a
encontrarse con espejismos pasajeros y fugaces, hasta concluir que
solo los sueños nos aproximan a la realización de las utopías.
Los rehenes, de lo que
sea, quieren franquear su propio destino y el escritor mismo revela
que, tras su travesía por el Mar Muerto, se percató de que llegaría
un momento en la vida “en que determinados aspectos de la
existencia se convierten en lastres que acentúan la pesadez”. Ahí
se pregunta si estará preparado para soltar las amarras y emprender
la singladura sin retorno.
La respuesta está en
las páginas de este libro que habla del tiempo, ese que acotará y
precisará la profundidad del fondo del puerto donde caerá el ancla.
La reflexión más intimista le hace ver que la madurez se aleja de
sus contornos, “pese al tiempo inexorable que nos acota y consume”.
El tiempo, siempre el
tiempo, como factor existencial, como una realidad difícil de
administrar mientras incide en los estados anímicos y en las
voluntades. El tiempo que discurre y que se agota para tal propósito,
para cualquier querencia o para culminar lo que se ha emprendido.
Barreto lo plasma atinadamente cuando encabeza con la palabra
Autoestima esta revelación:
“Cada ciclo de
nuestra vida es una invitación a la purificación física y
espiritual, a la superación de la postración que representa el
acomodo a estereotipos ajenos impuestos y que nada tienen que ver con
la esencia del modelo de perfección o seguimiento de unas pautas de
conducta respetuosas consigo mismo y con los seres cercanos. La
autoestima que tanto se proclama y se reivindica, a veces sucumbe
ante la hostilidad que implica el rechazo a la indiferencia o al
reconocimiento de las limitaciones materiales que nos acotan y nos
abocan al vacío más absoluto: la indiferencia y el desprecio”.
Es decir, el tiempo es
también solidaridad, básica para no caer en ese abismo tenebroso,
del que solo se sale, si es que se puede, con perseverancia y con
plena consciencia para no escurrirse y para apreciar los valores que
se atesoran y que, a menudo, son relegados hasta hacer que se
desmorone la propia personalidad.
El contenido de la
publicación, ilustrada con reproducciones del pintor castellonense
Juan Mezquita y de José Palomares y prologada por Ana Valentín, es
la colección de artículos y greguerías aparecidas en la sección
dominical 'La Ranilla', del periódico El Día, firmadas con
el seudónimo Herzog, entre finales del año 2004 y mediados del
2011. Ana, en su texto, escrito “desde la transparente prisión de
nuestro propio tiempo”, señala que Rehenes... “es el eco
del mar, el aroma de la brisa, la puesta de sol o la luna a medio
llenar”.
Rafael Ben-Abraham
Barreto, ya había manejado ese mismo título, 'La Ranilla', para un
volumen anterior en el que exponía las visiones desde el Puerto de
la Cruz, identificándolas con el nombre del que ha sido uno de sus
emblemáticos sectores urbanos, injustamente tratado, por cierto, en
algunos relatos periodísticos que fabricaron una leyenda
estereotipada que no se ajusta mucho a la realidad.
El autor, que dijo en
otro foro encaminarse a la trilogía, acredita en esta entrega que
“nuestra vida apenas es un lapsus o un soplo exhalado desde que
salimos del seno materno”. Se trata de textos breves, con plétora
metafórica, vocablos únicos para introducir, alfabéticamente
ordenados, adjetivos, figuras y preguntas que se van desgranando para
descubrir que conservan su frescura. El escritor desmenuza las
estaciones -las del tiempo y las otras-, sus impresiones personales
-licencia para la subjetividad, desde luego- como si quisiera liberar
a quienes estuvieron retenidos y obligados a cumplir determinados
convencionalismos.
“Creemos tenerlo en
nuestras manos, pero estamos acotados por él hasta que trascendemos
la materia que nos envuelve, ese caparazón frágil, mutante y
efímero”, aclara Barreto.
Se nota, ya lo dice él
mismo, que las ideas brotaban y fruto de sus impulsos “descendían
al teclado en cuestión de minutos, apremiados por la urgencia
informativa o la voracidad del tiempo”. Es el sino del periodista,
su pugna consigo mismo para plasmar ideas y percepciones, su afán y
su celo constantes que no solo sellan un rostro sino que estimulan un
quehacer comprometido con la escritura, primero en su versión
periodística y luego tratada en forma de libro.
El autor nos obsequia
con una de sus más bellas metáforas: “El crepúsculo dibuja soles
de algodón”. Vamos a interpretarla como un grito de serena
rebeldía o de apacible pero no resignada contemplación de la
existencia. Es como si concluyera que el tiempo dicta sus lecciones a
diario y aunque presienta que no figura aún entre sus alumnos
aventajados, hace que los sentimientos de los rehenes (que, de alguna
manera, somos todos) maduren con fluidez con una paradójica visión
de alejarse o querer alejarse del ombliguismo y del ensimismamiento.
El jesuita escritor
español Baltasar Gracián, que cultivó la prosa didáctica y
filosófica, sentenció que lo único que realmente nos pertenece es
el tiempo. “Incluso aquel que nada tiene, lo posee”, añadió. En
efecto, por ahí también descubrimos que somos rehenes. Como seres
humanos, es prácticamente el único hecho que podemos experimentar.
Rafael Ben-Abraham
Barreto, Cayetano, invita en este libro, de algún modo, a que
reflexionemos para liberarnos de prejuicios. Palabras, conceptos,
ideas y hasta ensoñaciones: que no sean obstáculos para vivir, para
aprovechar cada momento, cada minuto, cada segundo. En estas páginas
van a encontrar opciones. Tantas como para convenir con el escritor y
político norteamericano Joseph Randoplh que “el tiempo es, a la
vez, el más valioso y el más perecedero de nuestros recursos”.
Es, si se quiere, una
paradoja incómoda. Pero, aplicada en Rehenes del tiempo, se
nos brinda para que aprovechemos algo más que su lado amable o
positivo. Es toda una enseñanza.
(Texto de presentación del libro Rehenes del tiempo, de Rafael Ben Abraham Barreto, leído en el acto convocado por el Rotary Club del Puerto de la Cruz en el hotel 'Botánico', el jueves 25 de enero de 2018).
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