El
Gobierno ha quedado en evidencia con la situación creada en torno a
la nevada que derivó en caos para amargar la pasada Epifanía. A los
errores de gestión se sumó la ya popular y recurrente “maldita
hemeroteca”, de la que rescataron testimonios reveladores de la
contradicción patente. Es lo que tiene la política de vez en
cuando, los vaivenes de la ironía. Ocurre una vez que se critica sin
piedad una coyuntura adversa y al cabo del tiempo, desde la oposición
al gobierno, se vuelve en contra de quien no dudó en acusar de
imprevisión y de lo que hiciera falta hasta pedir la dimisión de
quienes son considerados los primeros y directos responsables, cuanto
más altos en el escalafón, mejor.
Miles
de conductores bloqueados, familias en un trance delicado a la espera
de que llegara alguna asistencia y pocas soluciones al alcance para
superar la incertidumbre... Las imágenes -el algodón de la nieve-
no engañaban. Y cuando se desahogaba el malestar ciudadano, surge el
“al final, nadie fue”, todo un clásico cuando se concatenan los
errores y las omisiones. O lo que es igual: el reprobable juego de
pasarse la pelota unos a otros. Que si la Dirección General de
Tráfico, que si la concesionaria, que si las competencias... Cierto:
al final, nadie fue. Y en aquella autopista de peaje -hasta eso-
colas kilométricas, personas desesperadas, comunicaciones
interrumpidas y riesgos evidentes. Menos mal que no hubo desgracias
personales.
Y
tras el caos, las desdichas de las autoexculpaciones formuladas por
dirigentes gubernamentales y de las acusaciones de culpabilidad a
conductores que se vieron envueltos, entre no haber sido precavidos o
no haberse enterado ni haber respetado las recomendaciones y las
señaléticas que, según tales dirigentes, se habían establecido.
¿Culpables? Ustedes, los que están al volante, los que se empeñaron
en ver a los abuelos o a los parientes, los que quisieron satisfacer
caprichos, por muy infantiles que fuesen... Que una parte del
Gobierno haya culpabilizado a las víctimas del fenómeno natural
desbordado, es, cuando menos, una situación insólita, de una
torpeza manifiesta que, incluso, echa a perder la parte de razón que
pudiera asistir.
Las
comparaciones de las horas -¡qué horas, fechas!- siguientes son un
ejercicio llamativo válido para poner en evidencia. Ni las
comparecencias parlamentarias a petición propia ni las reuniones
urgentes de gabinetes de crisis ni el 'sostenella y no enmendalla' de
ministros, director general y ejecutivos de la concesionaria de la
autopista. Fue un auténtico sálvese quien pueda, a la espera de que
escampase, cuando los documentalistas y encargados de archivo
trabajaron sin reserva para ver qué se dijo entonces y qué se dice
ahora. Llegó la puesta en evidencia.
A
nuestro juicio, la más llamativa es la que tiene que ver con la
Unidad Militar de Emergencias (UME), promovida durante su presidencia
por Rodríguez Zapatero, que sigue ganando enteros a medida que pasa
el tiempo y se comprueba que sus decisiones iban bien encaminadas.
Entonces, la oposición del Partido Popular (PP) fue feroz. Hasta
llegaron a dudar del cumplimiento de la Constitución en lo
concerniente a las funciones de las Fuerzas Armadas. Pues ya ven para
lo que sirve la UME: primero, para auxiliar y asistir a quienes se
ven envueltos en el casos; y luego, para que un gabinete de crisis
adopte el acuerdo de incluirla en los dispositivos que se preparen
-un decir- en los fenómenos metereológicos adversos.
Pero
eso sí: al final nadie fue. Ni siquiera la petición de disculpas se
hizo de forma afortunada.
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