Solo
circunstancias personales, respetables, al borde del desespero,
aunque no asumibles desde que transgreden el sentido común y la
ética en la esfera pública, pudieron inducir al alcalde de Firgas,
Manuel Báez (CC), a cometer el absurdo de suplantar a su hijo en una
prueba de oposición a funcionarios de la Comunidad Autónoma.
El
episodio revela que el surrealismo en la política canaria es
inagotable. Si alguien creía haberlo visto todo, ya habrá
comprobado que no es así, que cualquier cosa es posible. Aquí, a la
espera de algunas determinaciones que adopten los tribunales, no solo
los administrativos sino también los judiciales, ya tenemos a Báez
dimitido, esgrimiendo el argumento del arrepentimiento espntáneo, y
a un municipio pendiente de la elección de un nuevo regidor, aunque
el estigma, social y políticamente, no se borrará en mucho tiempo.
Lo dicho: la concurrencia de circunstancias personales ayudaría a
comprender, que no a justificar, el dislate.
No
fue el único episodio llamativo en los días finales de 2017. El
nuevo director general de Industria y Energía, Justo Artiles, se
ausentó, hasta el próximo 5 de enero, un día después de haber
tomado posesión, el 29 de diciembre. Trámites burocráticos “para
dar validez legal a su firma administrativa” son las razones
argumentadas desde el propio departamento del que depende el alto
cargo, la consejería de Economía, Industria, Comercio y
Conocimiento. Ya se verá si en sede parlamentaria se registran otras
explicaciones.
En
cualquier caso, seamos conscientes de que estos hechos, con o sin
trapisondas, poco favorecen a la política en general y a quienes se
dedican a ella. Al contrario, contribuyen a que la sensación de
rechazo y desafección siga aumentando. Eso de que todo se puede
hacer cuando se está en el poder, además de igualar (injustamente),
va generando un descrédito considerable hasta llegar a la rechifla.
Los
partidos políticos no solo deberían ser más conscientes del
alcance de estas cosas sino más exigentes con sus cargos públicos.
Si no, ellos mismos convierten los principios y los códigos éticos
en zarandajas. Y esa envoltura de desprestigio seguiría creciendo.
Lastimosamente. La política, a estas alturas, ya es algo más que un
ejercicio entusiasta y voluntarista. Y aunque en Canarias esté
preñada de surrealismo, hay que evitar situaciones como las
comentadas.
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