El
hallazgo del cadáver de la joven Diana Quer y la confesión del
presunto autor de su asesinato, José Enrique Abuín, alias 'el
Chicle', han propiciado un profuso y desigual debate en torno al
tratamiento dispensado por los medios a tales hechos. El debate es
digno de un estudio sesudo y reflexivo en las facultades y en los
propios medios de comunicación, donde, por cierto, no han faltado
voces sobre la necesidad de autocrítica para contrastar las
fronteras de la información y de la propia deontología profesional.
Cierto
que las noticias surgen en unas fechas donde no hay tanta actividad
política ni parlamentaria y la deriva, incierta y menguante, del
proceso soberanista de Catalunya propició más imágenes, más
páginas y más minutos de informativos. Eso no debería justificar
la atracción que despiertan los hechos o acontecimientos
desgradables, en una palabra: el morbo, pero jugó a favor de la
exageración y de la prolijidad que degeneró en impertinencia.
Cierto
también que hay antecedentes, los casos de Alcácer, Anabel Segura,
Marta del Castillo, entre otros, pero ninguno generó un tratamiento
como el que aún se alarga y que tan cuestionado está resultando
también en redes sociales, donde muchas opiniones alumbran otras
aristas de lo que envuelve el suceso. Pero el enfoque exorbitante
llega a incomodar y también es calificado de sensacionalista y
provocador. Con tal de vender, con tal de ganar audiencia... venga
morbo. Malo que éste sea el único criterio que cotiza. Quienes
emplean a menudo la frase 'la sociedad está enferma' tienen cada vez
más elementos para argumentarla.
Y
no debería ser. Porque los hechos son los que, exigiblemente
contrastados, determinan una realidad que hay que plasmar de forma
ajustada, exacta. A ellos habría que ceñirse. Aquí, como que no
bastan los testimonios policiales y las decisiones judiciales y
entonces hay que aventurarse a lanzar hipótesis o conjeturas,
basadas en datos o informaciones con las que ir, supuestamente,
robusteciendo un relato más propio de una novela negra o inspirador
de algún thriller, una
película de intriga y suspense.
Se
ha exprimido, o se sigue exprimiendo, el que resulta un evidente
exponente del machismo criminal, tan recurrente cuando hay que
condenar asesinatos de mujeres y demandar la erradicación de esta
lacra social, algo enquistado en la estructura misma de la sociedad.
No son de extrañar entonces que algunos periodistas se pregunten,
poco menos, qué estamos haciendo y otros pidan perdón, sobre todo
cuando se repasan algunos testimonios y comentarios propios, una vez
que los hechos tumban las teorías y los indicios trufados hasta de
insinuaciones para dar verosimilitud a la historia. Puede haber
consumidores de tribulaciones o emociones ajenas que gozan con la
crueldad y la iniquidad pero ello no es una bandeja para regodearse
desde cualquier plataforma mediática.
Como no es para
asombrarse, así las cosas, que los investigadores, sin ambages en
una primera evaluación, pidan a los medios un ejercicio de
autocrítica que es tanto como decir una revisión en profundidad:
“Hay titulares que hacen daño a la familia de por vida”. Y no
solo a la familia, por mucha desmemoria que haya. Igual, sin
renunciar al necesario deber de informar, todo sea cuestión de
sensibilidad. Y cuando no se tiene, es difícil situarse en el fiel
de la balanza.
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