El
sacerdote y periodista José Siverio Pérez, realejero de nacimiento,
dio una sobria lección de gratitud (con brindis añadido por San
Andrés) en ocasión del acto conmemorativo del nacimiento del
insigne José de Viera y Clavijo (1731-1813), celebrado la semana
pasada en la Sociedad Círculo que perpetúa su nombre.
Siverio
caló desde el principio, “la gratitud que se inicia en el zagúan
de la buena educación”, antes de evocar las circunstancias de su
natalicio, un 29 de noviembre, víspera de San Andrés:
“Muchas
gracias por tenerme; muchas gracias por llamarme; muchas
gracias por quererme; muchas gracias por hablarme. Gracias por
dejar se os quiera no esperando a cambio nada: esa es fórmula
sagrada de la gratitud sincera”.
Y
luego fue desgranando el asunto escogido para la ocasión: la corrida
del carro o del cacharro, en la víspera de la festividad del hermano
de San Pedro, pescador en el lago Tiberíades y a quien se conoce, en
algunos lugares, como el patrono de los sastres, después de haber
sido crucificado en una Cruz de Aspas. La costumbre, también
mantenida en otras localidades cercanas, debe tener su fundamento:
Siverio recurre a la hora, al atardecer, a la hora de encender los
faroles de las esquinas de las calles:
“La
hora de acudir a las bodegas, que en aquella época eran más
domésticas que públicas -diría. En la mayoría de las casas
fundacionales del pueblo había bodega propia; y los que las
visitaban en aquel atardecer eran invitados: personajes y amistades.
Pero también era la hora del recorrido diario de “la ronda de
alguaciles” en todo el casco urbano. Entonces supongo que en un
momento determinado los alguaciles de la ronda y los personajes
notables de las bodegas hicieron un pacto de buen entendimiento entre
sí: valerse de algún cacharrito pendiente de un hilo y hacerlo
sonar cuando en cualquier bocacalle la ronda preguntara el consabido
¡quién vive, o quien va! … el cacharrito diera la respuesta sin
hablar, porque los cacharros no hablan: los que vamos o venimos de
bodegas. Y siga la ronda en paz, que aquí todos nos conocemos…
Como fácilmente se comprende, esto es solo una opinión. Pero
también aquí se puede dar la disyuntiva famosa del mal estudiante
de historia: si no fue así, bien pudo haberlo sido”.
Fue
un brindis sentido y afectuoso a la tradición y al santo. Después
de aludir a los orígenes de las fallas valencianas y de las
alfombras orotavenses y de preguntarse cómo empezó la centenaria
tradición de engalanar las cruces realejeras, su conclusión:
“Importa
recordar que todo eso está ahí y se conserva mientras sigamos
queriéndolo y respetándolo. Desentendiéndonos y dejándolo en
manos inexpertas y ajenas, sería su quiebra y desaparición… La
historia nos pedirá cuentas. Y ya sabemos cómo castiga la historia
a los pueblos que la olvidan: con su repetición...”.
Fue
la suya una intervención cargada de rigor y de emotividad, leída
con su estilo pausado de siempre, para que el auditorio quede bien
enterado. El padre Siverio, que comenzó 2017 recibiendo el premio
'Patricio Estévanez” de la Asociación de la Prensa de Tenerife,
lo cerraba con el pergamino que le entregaban el alcalde Manuel
Domínguez y el presidente de la entidad, José Antonio Mesa Yanes.
Antes, el vicepresidente del Círculo, José Domingo Hernández
Grillo, hizo una ajustadísima semblanza de la trayectoria humana y
profesional del galardonado, un polifacético próximo a los noventa
años. Le había precedido una brillante actuación musical del dúo
compuesto por Saúl González (piano) y Carolina Hernández (flauta).
La profesora e investigadora, Carmen Nieves Luis García, había
logrado condensar, con la lectura de un fragmento del Diccionario de
Historia Natural de las Islas Canarias, la erudición de Viera y
Clavijo, el abate dieciochesco que, de vivir en nuestro tiempo,
hubiera superado las más altas cotas del cultivo del naturalismo y
sus especies.
Un
perfeccionista del violín, Luis Mañero, a quien le recordamos sus
actuaciones bajo la dirección del maestro Rafael Ibarbia en varias
ediciones del desaparecido Festival Internacional de la Canción del
Atlántico, añadió otras composiciones musicales que nos acercaron
a un atinado epílogo del acto, protagonizado por el historiador
Abilio Martín, lector enfático de una pieza en la que trazó la
línea mágica que une la poesía y la escritura surrealista de
Agustín Espinosa con la sabiduría de Viera. Isidro Pérez ejerció con brillo de presentador.
La
lección de gratitud de Siverio, brindis por San Andrés incluido, se
vio así correspondida por la generosidad de quienes protagonizaron
en la fría noche realejera una conmemoración a la altura del sabio.
De Viera y Clavijo.
2 comentarios:
¡ Qué buen cronista eres, Salvador !. Un abrazo.
Excelente!!! Un abrazo
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