Reapareció
la crispación -en realidad nunca se fue del todo- en el escenario
político español. Una parte del periodismo se ha visto afectada.
Amenazas, exigencias, judicialización, intimidaciones, réplicas y
contrarréplicas... el escenario se pobló con acciones y
declaraciones que nos han devuelto a los peores momentos, aquellos en
los que se palpó el enfrentamiento entre políticos y periodistas,
una circunstancia que ha enrarecido las relaciones y apenas ha
restado relieve a la dimensión del coronavirus y sus repercusiones
en la salud y en la productividad económica.
Menos
mal que la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, vino a
administrar una dosis de sosiego y racionalidad -buena falta hace;
seguramente será necesaria alguna más- al firmar en el Senado que
los periodistas tienen “un compromiso de honestidad, verificación,
contextualización y análisis”, con sus lectores. Y abundó:
“Políticos y periodistas está comprometidos con la ética”, en
tanto que “exigen luz y taquígrafos “ al trabajo que realizan.
Ojalá no sea una declaración más en ese ambiente de refriega del
que hablamos sino que sea una invitación a la reflexión sobre el
papel que corresponde a las partes en un momento delicado de la
historia de España, caracterizado por el encono y por un clima que
no es el más deseable para la convivencia política. En situaciones
así, siempre es deseable que algún responsable institucional
aparezca en la escena para lanzar un mensaje sosegado, responsable,
cabal y consecuente. Otra cosa es que le hagan caso o se den por
aludidos los destinatarios; pero sería bueno que las discrepancias
se mantuvieran siempre en las coordenadas de la racionalidad.
Porque
antes, recordemos, la Asociación de la Prensa de Madrid y la
Federación de Asociaciones de Periodistas dee España tuvieron que
fijar posición ante unos episodios protagonizados por políticos
significados que fueron considerados poco menos que intimidatorios y
amenazantes. Es lógico que algunos cargos públicos involucrados en
la controversia se defiendan: tienen todo el derecho a hacerlo, para
desmentir, matizar, puntualizar o aclarar. Desgraciadamente abundan
falacias, dicterios, libelos, injurias que fluyen impunemente, sin
ton ni son, irresponsablemente.
Pero
es difícil asumir una contienda abierta en la que se pierda el
respeto, en la que se confundan los papeles, aflore la prepotencia y
se deterioren las relaciones hasta extremos ya impredecibles, pese a
que, por el interés recíproco -empresarial e informativo por
simplificar- deberían conducirse de otra manera. Esa sería una
señal de madurez democrática.
Por
eso es también normal que las organizaciones profesionales exijan el
respeto al trabajo de los periodistas, garantía, por cierto, de
libertades esenciales, y en el que hay que incluir la vigilancia de
la actuación de los poderes públicos. Tal como están las cosas,
ante determinadas situaciones de crisis, es primordial entender la
función social del periodismo. Las sociedades deberían contar con
un periodismo sano y crítico, el que se asienta en valores éticos.
De ahí que ese enfrentamiento sea pernicioso.
Cordura,
pues.
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