Los
arbitrios se definen como una contribución fijada por un
ayuntamiento para sostener el gasto público. Dicho de otra manera,
son las tasas que se pagan por la prestación o el mantenimiento de
un servicio público individualizado en el contribuyente.
En
1822, el Puerto de la Cruz registró algunas determinaciones curiosas
sobre la naturaleza de lo que llamaríamos hecho imponible. Antes de
explicarlas, veamos el contexto histórico de entonces:
Con
el regreso a España de Fernando VII en 1814 queda abolida, junto con
la Constitución de Cádiz, toda la obra legislativa y reformadora de
aquellas Cortes instaurándose un período de absolutismo que
perdurará hasta 1820, cuando Riego se pronuncia en Cabezas de San
Juan (Cádiz) instaurándose otra vez la Constitución y las Cortes.
Pero
el llamado Trienio Liberal (1820-1823) fue un corto período de
nuestra historia al que sucedieron diez años de absolutismo, la
llamada década ominosa (1823-1833), declarándose por segunda vez la
abolición de la Constitución y las Cortes.
Estos
cambios entre regímenes liberales y absolutistas afectaron no solo
al acontecer de la vida política y de sus instituciones, sino
también a la vida de muchos españoles cuya adhesión a un régimen
o a otro podía influir en su seguridad y en su subsistencia.
Entonces,
en aquel 1822, la Diputación Provincial hizo un estudio sobre la
necesidad de establecer un sistema de arbitrios para proveer fondos o
recursos con que atender a las cargas generales de la provincia y a
las particulares de cada municipio.
Según
relata el que fuera cronista oficial del municipio, Nicolás Pestana
Sánchez, en un trabajo personal de investigación elaborado en
noviembre de 1964, el Intendente General presentó a la Diputación
un Plan de Arbitrios al que la corporación dio conformidad,
aprobando las tarifas de los derechos que deberían exigirse de los
frutos y afectos de estas islas, “en su exportación de unas a
otras, al extranjero, a las Américas y a la Península, así como
también en la importación de algunos y del vino y aguardiente que
se vendiese en las tabernas al por menor”.
La
corporación local designó una comisión para que realizase un
detenido estudio sobre el particular. El Puerto tenía entonces
empadronados mil ciento trece vecinos. Cuenta Pestana que “de la
lista formada al efecto, resultó que había sesenta y tres comercios
o tabernas en las que se vendía vino y aguardiente”,
Y
es cuando se empieza a hacer los cálculos. La comisión concluyó
que el gasto diario debería ser de una pipa de vino y cuarenta
cuartillos de aguardiente, como mínimo. Por consiguiente, al año se
consumirían trescientas sesenta y cinco pipas de vino y treinta
pipas y cinco barriles de aguardiente. En consecuencia, el valor de
estos arbitrios sería:
·
Por 365 pipas de vino, a 4 maravedís por cuartillo: 20.611,26
reales.
·
Por 30 pipas de vino y 5 barriles de aguardiente, a razón de 8
maravedís por cuartillo: 3.465,10 reales.
-Total:
24.047,2 reales.
Consignando
en los presupuestos los haberes que percibiría la persona a la que
se encargase el cobro de los arbitrios, la cual percibiría una
comisión del 25 % del total de lo recaudado, o sea 6.011,25 reales,
el importa quedaría reducido a 18.035,11 reales.
Luego
estaba el capítulo de gastos de la municipalidad que estaban
estipulados de la siguiente manera:
·
Sueldo del secretario del Ayuntamiento: 3.000 reales.
·
Sueldo del maestro de primeras letras: 6.000 reales.
·
Gastos de la secretaría general: 3.000 reales.
-Total
12.000 reales.
De
acuerdo con la investigación de Pestana, descontado este importe de
lo recaudado anualmente por los arbitrios sobre el vino y
aguardiente, quedaban, como sobrante, 6.035,11 reales.
En
definitiva, que con el gravamen impuesto solamente al vino y al
aguardiente, “que pagaban las personas de buen beber, quedaban
cubiertos los gastos de primerísima necesidad del municipio en
aquella época y aún sobraba para el arreglo de alguna calle”.
El
consumo de alcoholes, desde luego, servía para la financiación de
gastos fijos y servicios públicos que habría de prestar la
corporación.
Día
14 de la alarma
Mañana
radiante. Pero ya no se distingue un sábado de los demás días de
la semana. Son todos igual de vacíos, de preocupación, de miradas
proyectadas sobre un paisaje urbano monótono. Paisaje de postales
antiguas, que diría Manolo Torres. El paso de los dueños y sus
perros atados es lo único que anima y altera. La proximidad de las
palomas invita a un juego breve.
Los
medios se hacen eco del fiasco de la cumbre europea. Hasta la
impactante foto del papa Francisco, impartiendo la bendición para
todas la ciudades y para todo el mundo, vacía la plaza de San Pedro,
en el Vaticano, hace presagiar lo peor para la suerte de la Unión
Europea. Nunca antes se mostró tan débil, tan incapaz de alcanzar
un acuerdo para solventar una situación con arreglo a la filosofía
con que fue concebida. Aprietan al máximo Alemania y Holanda para
que Italia y España utilicen el fondo de rescate. La voz del primer
ministro de Portugal, Antonio Costa, refiriéndose a la postura
neerlandesa, que incide en la necesidad de investigar a España,
retumba: “Es repugnante”. Cosido con alfileres, el europeísmo
está herido de gravedad. “Si ahora no, cuándo”, se pregunta el
editorial de El País.
Ligero
alivio en el número de personas que han salido de la enfermedad.
Pero las cifras de contagios y fallecidos son apabullantes. Y también
las de sanitarios en nuestro país que han dado positivo, cerca de
nueve mil quinientos.
A
última hora de la tarde, comparecencia televisada del presidente del
Gobierno, Pedro Sánchez. Con temple, sigue dando la cara. Es su
deber, desde luego. Avisa que el periodismo es un servicio esencial.
Sabe que cualquier anuncio encontrará rechazos pero en nuestra
opinión sigue creciendo su estatura política en medio de la
desoladora situación y de una de las más graves crisis a la que se
haya enfrentado presidente alguno de la democracia, recuperada en
1978.
Y
ya de noche, la noticia del fallecimiento de Macario Benítez,
alcalde socialista de El Rosario (La Esperanza), durante varios
mandatos. Benítez trabajaba desde que salía el sol hasta que se
despedía de sus habituales visitas a domicilios vecinales o les
daban las tantas jugando una partida de envite, tal era su campechanía habitual. Preocupado por el
desarrollo del municipalismo, se integró activamente en los debates
de las principales cuestiones que lo afectaban e hizo cuanto pudo
para engrandecer su municipio. Pese a los reveses finales, será
siempre recordado.
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