Si
este es el tiempo del coronavirus, que tantos estragos causa en la
economía mundial en tanto las autoridades sanitarias de todo el
mundo se esmeran para determinar cómo prevenirlo o atajarlo, en
octubre de 1823 el Puerto de la Cruz, aún sin turismo pues no se
había inventado como tal, hubo de afrontar, con el contagio de la
peste, una situación bastante delicada.
Resulta
que la Junta Superior de Sanidad determinó el 14 de octubre de aquel
año que los buques nacionales procedentes de los puertos americanos
fuesen admitidos en las islas, con veinte días de observación para
aquellos tripulantes o pasajeros que estuviesen sanos y en cuarentena
en caso de estar presumiblemente afectados por la enfermedad. Los
extranjeros, precisaba la circular correspondiente, no serían
admitidos.
El
Ayuntamiento, reunido el 17 de octubre, acordó dar traslado
inmediato de copia autorizada de la solicitud que había dirigido a
la Diputación el 25 de septiembre anterior, en la que se pedía que
fuesen admitidos todos los buques nacionales y extranjeros que
llegasen cumpliendo la cuarentena que se señalase, sin que
estuvieran obligados a pasarla en Mahón (Islas Baleares). La
solicitud se fundamentaba en los perjuicios notorios que se
originaban, si bien el cronista oficial Nicolás Pestana Sánchez
hablaba de “razones incontrastables” que los sustanciasen.
Se
veía con sorpresa, según su relato, que la Diputación resolviese
que los buques extranjeros efectuasen su verificación de cuarentena
en estos puertos, sin que fuera concebida la idea que dio motivos a
la Ju nta Superior para hacer una distinción de banderas cuando el
perjuicio solo estaba en la introducción de epidemias. Casi todos
estos buques procedían del puerto de La Habana (Cuba), donde se
padecía casi todo el año el denominado 'vómito negro', al paso que
los extranjeros que acostumbraban a llegar lo eran de los puertos de
Estados Unidos de América, donde no se padecía con tanta frecuencia
(Era la fiebre amarilla, una enfermedad aguda e infecciosa, causada
por el virus del mismo nombre. Se trataba de una hemorragia
digestiva. Está asociada a otros síntomas como mareos, sudoración
fría y heces con sangre).
Entonces,
palpando cierto estupor, el consistorio portuense se refirió a las
mismas razones que tenía acreditadas en su citada solicitud sobre el
particular, en la que probaba las consecuencias perjudiciales en el
caso de que los barcos, tanto nacionales como extranjeros, atracasen
en Mahón para efectuar la cuarentena. ¿Cuál era el problema?
Evidente: si los nacionales corrían el riesgo de ser apresados por el
solo hecho de ser españoles, los extranjeros que solían venir a
Canarias conducían cargamentos de la propiedad de españoles, como
ha sucedido casi continuamente. Claro, ello presuponía que dicha
propiedad, estando a bordo de un buque extranjero, iba a ser poco
respetada una vez que los enemigos descubriesen la documentación y
advirtieran, a su aire, cualquier irregularidad.
Consigna
Pestana que “ni aún las personas eran respetadas a bordo de un
buque extranjero, según lo sucedido con dos pasajeros españoles
que, desde la isla de Canaria (por Gran Canaria) se trasladaban a
Tenerife en un bergantín inglés y fueron hechos prisioneros”.
La
situación debía entrañar serias complicaciones, de modo que el
Ayuntamiento no adoptó acuerdo alguno sino que se limitó a levantar
acta y remitirla a la Junta Superior de Sanidad, a la espera de
resoluciones competentes.
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