martes, 31 de marzo de 2020

EL SILENCIO PREDOMINANTE


El silencio predomina. El confinamiento es silencioso. Desde el exterior apenas se perciben sonidos.

Y a la luz desnuda vi/ diez mil personas, tal vez más/ la gente habla sin hablar/ personas que oyen sin escuchar… Y nadie se atreve/ molestar el sonido del silencio”. Son versos extraídos de la inolvidable composición de Paul Simon y Art Garfunkel, ‘The sound of silence’ (‘El sonido del silencio’).

Solo lo alteran las campanadas horarias de las iglesias cercanas y las que redoblan al mediodía, como una suerte de petición de ayuda para que acabe la pesadilla. Y el trino de los pájaros, temprano y al atardecer, refugiados en los nidos y el ramaje de los laureles o las palmeras. Y el ladrido de los perros que, aún atados, nunca antes se sintieron tan a gusto para caminar. Y el paso de algún avión militar o de helicópteros de la Guardia Civil que reclama la atención de los ciudadanos asomados al balcón.

Es una densidad que impone y solo es modificada por el ruido de motor de vehículos aislados o de unidades policiales y militares. Por el soniquete de la mensajería móvil o por los timbrazos de la telefonía fija y del portero eléctrico.
Solo interrumpida por la voz recia del barítono invisible que ensaya en el interior de su vivienda y por los aplausos de las siete. Y por alguna conversación de balcón a balcón o de viandantes que se detienen a preguntar si hay novedad o hasta cuándo durará esto.

Hasta que las sombras de la noche envuelven el silencio predominante y apabullante.

Hola oscuridad, viejo amigo/ he venido a hablar contigo otra vez/ porque una visión que se arrastra suavemente/ dejó sus semillas mientras dormía./ Y la visión que se plantó en mi cerebro/ todavía queda/ en el sonido del silencio”, primera estrofa de aquella composición de Simon and Garfunkel, hoy rescatada no para evocar (porque no hace falta) sino para palpar que nos envuelve y, en cierto modo, anima para superar el trance, aunque no sepamos qué nos encontraremos cuando ese momento llegue.

Día 16 de la alarma

Despertar y levantarse de noche. El cambio horario. Apenas una señal de la normalización. Reconforta a media mañana, en el balcón, el sol que se proyecta y alumbra un cielo azul en el que se adivina el paso de un helicóptero. Tampoco están los parapentistas, los “hombres pájaro”, como enfáticamente les llamaba Gilberto Hernández Linares al irrumpir en su particular universo aeronáutico.

Casi nunca vemos televisión en horario matinal pero esta vez hacemos una excepción y nos detenemos en el programa de RTVE que presenta, con elegante solvencia y sin sobreactuar, María Casado Paredes, quien entrevista a un señor cordobés de 106 años que se maneja bien con la tecnología y sabe lo que es skype, que está utilizando en ese momento. Milagros de la vida y de los avances, quien sabe si frenados por la pandemia. Después, la noticia de la baja del doctor epidemiólogo Fernando Simón, el hombre antipánico, tan injustamente tratado en algunos sitios. Ha dado positivo en coronavirus.

Unidades policiales y militares concentradas en el exterior de casa. Uno de los efectivos pregunta, muy formalmente, dónde vamos: “A comprar pan y agua”. Y seguimos, compartiendo el vacío de las calles y reencontrándonos con amigos en el interior del establecimiento, ansiosos de saber que las cifras apuntan a una estabilización.

Pero, a primeras horas de la tarde, la noticia de un caso detectado en el Hogar Santa Rita donde tantas personas, del Puerto y de otras localidades insulares, pasan su ancianidad, ensombrece de nuevo el panorama: Gobierno y empresarios discrepan a propósito de las últimas medidas que, por poco, no aparecen en el Boletín Oficial del Estado. Las estimaciones de Donald Trump, con un número de muertos, son estremecedoras. Y desde Brasil se escucha el tan-tan de sables. En China, en algunas ciudades, abren plazas y avenidas y la gente se abraza.

Pero la pandemia sigue.

1 comentario:

zoilolobo dijo...

Excelente crónica.