sábado, 29 de abril de 2023

LA HISTORIA INAGOTABLE

 

En pleno fragor del asalto al Palacio de La Moneda, Chile, septiembre de 1983, el presidente constitucional Salvador Allende, pronunció un discurso memorable del que entresacamos una frase:

 -La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

 Vamos a quedarnos con la literalidad de la afirmación, diferenciados naturalmente los contextos, para interpretar el valor o la dimensión de lo que se ha querido significar. Cuando decimos que los ciudadanos han de ser dueños de sus propios destinos, establecemos una premisa que ha de ser una constante para extenderla luego en su propia autonomía, individual y colectiva, en su propio desenvolvimiento. Están trazando sus designios, están haciendo la historia, su historia, en primera persona.

 Por lo tanto, lo que han hecho, en sus distintos procesos sociales, les pertenece, es suyo. Y han de cultivarlo, claro. Cuidarlo y mimarlo. En las fuentes están los hechos, los que protagonizan, los que dan vida, los que deben ser respetados y los que las futuras generaciones deben conocer de la manera más objetiva y ajustada posible. Es lo que hicieron o no hicieron, lo que protagonizaron, para bien o para mal, lo que va a condicionar o caracterizar el desarrollo futuro como sociedad.

Pero es la expresión de su voluntad. De ahí el valor y el alcance de la afirmación del presidente Allende, una enseñanza que deberíamos asumir con todas las consecuencias y emplearla a sabiendas de que ha de constituir una norma de conducta, sobre todo en la sociedad de nuestros días, tan proclive a fenómenos que desvirtúan la historia, a confundir, a solapar y a sembrar el desconcierto, si nos apuran, hasta el hartazgo.

¡Quién iba a decir que en la sociedad del conocimiento, nos encontraríamos con desvíos y perversiones incontables hasta el punto de conducir a ese no creerse nada, desconfiar de todo o hartarse de los escenarios que se suceden, además, vertiginosamente!

Por eso el valor de la historia. De la historia local, esa de difícil localización y de compleja o complicada investigación.

 El trabajo que hoy presentamos, Historia y tradiciones de Ycode, original del doctor en Bellas Artes e investigador, Estanislao González y González, una compilación de investigaciones sobre Ycode y su comarca, es un genuino ejemplo de cuando alguien del pueblo dedica su tiempo y sus afanes a una tarea enriquecedora que nos permite, sobre todo, conocer mejor un pasado en el que tanto hay que averigüar: qué hacían, cómo producían, cuáles eran sus usos y hábitos sociales, cómo se desenvolvían y cómo forjaban su propia idiosincrasia los habitantes de la comarca de Ycode.

 La contribución del profesor González es valiosísima. Ya acreditó su quehacer y su sensibilidad con la tesis “La indumentaria en pinturas en Tenerife de los siglos XVI, XVII y XVIII”, dirigida por el profesor Rafael Delgado y Rodríguez con la que accedió al doctorado en 1997. Después, con numerosos artículos y publicaciones en periódicos y revistas especializadas, uno de los cuales, aparecido en el periódico El Día de Santa Cruz de Tenerife, ganó el premio de investigación ‘Antonio Rumeu de Armas’ en 1995, bajo el título “El mencey de Ycoden y el romance de Cho Juan Parejal”. Y finalmente, con la publicación de dos libros, escritos en colaboración con otros autores: “José Cecilio Montes y Sanoja (1831-1872)”, publicado en 1995, e “Historia de la fuente de La Guancha”, editado en 2005.

 Tal como relata en su prólogo el catedrático de Lengua y Literatura, escritor y poeta, Oswaldo Izquierdo Dorta, la obra comprende veintiocho estudios que, “como otros tantos cuadros de una exposición, se sitúan en tres salas, atendiendo a la temática de cada uno de ellos: 1) Etnografía, folklore y tradiciones, que comprende nueve trabajos. 2) Historia civil y militar, el más corto, con tres estudios y 3) Historia religiosa, artística y social, el más amplio, con dieciséis”.

Escribe el prologuista: “Estanislao González, navegando río arriba, ha rescatado valiosos materiales con los que ha construido este libro, esta nave en la que nos invita a surcar el tiempo hacia atrás, hacia el pasado, para enriquecer nuestros conocimientos y nuestros sentimientos con diversas y bellas pinceladas que constituyen un significativo y atrayente mural de la historia de la comarca de Ycoden, en sus múltiples aspectos”.

Pero, ¿cómo era Ycode, como era Icod de los Vinos en aquel tiempo? El historiador Juan Núñez de la Pena hace una descripción del lugar de entonces en 1676. Dice:

“El lugar de Icod puede ser Villa, por ser tan grande, cógense en su jurisdicción de todos los frutos, de vinos de malvasía, trigo, centeno, y otras semillas, lábrase mucha seda; en este lugar no se conoce a ninguno por su propio nombre, ni legítimo apellido, sino es por alcuña, que unos a otros se ponen (...). Tiene este lugar muy buena parroquia con dos beneficiados, y muchos capellanes, buena música, que todos los de este lugar son más inclinados a ella, que otros, y los más tienen buenas voces; hay dos conventos de religiosos, uno de S. Agustín y otro de recoletos de S. Francisco, gran convento, y otro de monjas de la Concepción de la orden de S. Bernardo, cerca de este lugar está una ermita de S. Felipe Neri, de mucha devoción en toda la isla, hay en este lugar su alcalde, y dos escribanos, y mucha gente noble, como en los demás lugares”.

En 1768 el rey Carlos III crea los cargos públicos de síndico personerodiputado del común y fiel de fechos para los lugares que contaran con alcalde real, siendo elegidos por los propios vecinos mediante sufragio censitario. Se forma así el primer «ayuntamiento» de Icod.

Pero repasemos también la descripción del insigne tinerfeño José de Viera y Clavijo, a finales del siglo XVIII:

“Dista dos leguas de mal camino de La Rambla, y nueve de La Laguna. Es una bella población, cabeza de partido en lo eclesiástico, plantada en una especie de valle delicioso que sube desde el mar hasta la falda del mismo Teide, que le envía un ambiente fresco y saludable. Casi todo el terreno está plantado de viñas y emparrados de malvasía, su principal fruto. Cógese mucha seda, y hay algunos telares de tafetanes, pañuelos, cintas, etc. El piso es algo desacomodado, porque gran parte del lugar está en pendiente. Las aguas son excelentes y en abundancia. Los naturales, inclinados a la navegación y comercio de las Indias. El lugar es rico. La iglesia parroquial, de 3 naves, es buena y está bien adornada. Sírvenla dos curas beneficiados provisión del rey, con crecido número de clérigos. Hay un convento de recoletos de San Francisco, otro de San Agustín, y otro de monjas de San Bernardo, todos de bastante comunidad. Hay un hospital y diez ermitas. La feligresía es de 4468 personas, y de ellas algunas en los pagos de San Felipe, El Miradero, Buenpaso, Pedregal, Corte de la Nao, Abrevadero, El Amparo, Fuente de la Vega y Cerrogordo, Las Abiertas, Los Castañeros, Socas, Las Cañas. Tiene Icod en la costa del mar una caleta llamada de San Marcos, a donde llegan algunos barcos pequeños a cargar de vinos”.

En esas coordenadas se ha movido el autor de esta obra que enriquece el caudal bibliográfico dedicado a la historia del municipio. El doctor González es consciente de que la investigación histórica implica estudiar, comprender e interpretar acontecimientos pasados. El propósito de esta modalidad de investigación es llegar a ideas o conclusiones sobre personas, sucesos o episodios. La investigación histórica implica más que simplemente compilar y presentar información objetiva; también requiere la interpretación de la información. Algunos especialistas sostienen que “típicamente, las historias se enfocan en individuos particulares, problemas sociales y vínculos entre lo viejo y lo nuevo”.

Por eso, pone énfasis en su exhaustiva investigación en la interpretación de documentos, diarios y similares. Sabemos que los datos históricos se clasifican en fuentes primarias o secundarias. Las fuentes primarias incluyen información de primera mano, como publicaciones de testigos visuales y documentos originales. Las fuentes secundarias incluyen información de segunda mano, como una descripción de un evento realizada por alguien que no sea un testigo ocular, o la explicación de un autor de un libro de texto de un evento o teoría. Las fuentes primarias pueden ser más difíciles de encontrar, pero generalmente son más precisas y preferidas por los investigadores históricos. Un problema importante con esta modalidad es la dependencia excesiva de fuentes secundarias. Pero eso, dejemos que sea el doctor González quien lo explique si lo estima conveniente.

Lo bueno de la búsqueda y el rescate, y de los frutos publicados, es que pareciera que estamos ante una historia inagotable, la que deja abiertas tantas ventanas, para seguir indagando, para encontrar nuevas aristas, para continuar explorando y descubriendo hechos y matices. En definitiva, para seguir interpretando. Si esa historia es inagotable, Estanislao González también es incansable a la hora de procesarla y desmenuzarla, de modo que hace bueno el pensamiento del poeta escocés, Robert Burns, quien señaló: “La historia es cuestión de supervivencia. Si no tuviéramos pasado -añadió-, estaríamos desprovistos de la impresión que define a nuestro ser”.

Entonces, la prosa limpia y precisa de la que habla el profesor Izquierdo en su prólogo, se va desgranando en las seiscientas páginas de este volumen para que apreciemos los valores costumbristas, folklóricos y etnográficos y para recrearnos en los aspectos musicales (danzas, coplas, romerías…) o plásticos, como retablos y pinturas, sin olvidar materias más festivas o populares como las tablas de San Andrés, las hogueras de San Juan o los hachitos, una celebración que se remonta a la época aborigen. Los guanches usaban los hachos o antorchas, confeccionados con madera de tea, para alumbrarse por la noche. Los antiguos pobladores de las islas las encendían para festejar el solsticio de verano. Desde La Vega hasta El Amparo, al compás de tajarastes, al viento ramas, flores y cintas, siempre hay un desfile animado y bullanguero.

Es una de las señas de identidad de Ycode, la que el autor, un hombre del pueblo (recuerden la frase de Allende), describe con mimo y con rigor, enamorado de su historia y de sus costumbres, desglosando, en fin, contenidos artísticos, religiosos y sociales hasta reactivar la afirmación de Azorín:

“No hay pueblo español, chico o grande, que no encierre una enseñanza”.

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