viernes, 31 de octubre de 2008

TAPERÍO EN LA CIUDAD

Tiene razones Antonio Marrero, su promotor, para andar contento por las calles, como le vimos hace poco, satisfecho por el desarrollo de la segunda edición de la denominada “Ruta de la tapa”, una iniciativa suya que tuvo buena acogida en el sector local de restauración y una muy estimable respuesta entre quienes la han seguido, unos por curiosidad, otros por probar algo distinto y otros, para qué engañarnos, para aprovecharse de la coyuntura.
Siempre fue el Puerto pionero de muchas cosas, a las que luego, por muy distintas razones, faltó continuidad. Esta ruta tenía también mucho de innovación, de apertura de nuevas formas para contrastar la gastronomía y para la experimentación de respuestas por parte de los turistas y de la población nativa.
Se ha de convertir, desde luego, con el paso del tiempo, en todo un reclamo. Al menos, las dos primeras convocatorias han servido para incentivar y para pulsar los valores de una oferta que, por imaginación y calidad, no sólo ha de suplir algunas carencias sino que debe constituir un atractivo de primer orden.
Uno se alegra, en el fondo, de que estos planteamientos salgan bien. Hace unos años, cuando nos tocó regir desde la alcaldía los destinos del municipio, nos esforzamos en destacar la necesidad de enriquecer la oferta turística de la ciudad, siempre en las coordenadas de sus reales posibilidades, siempre pensando en potenciar, mediante opciones viables, las cualidades que atesora.
Desde luego, la gastronomía es una de ellas. No exagerábamos cuando entonces decíamos que difícilmente podía encontrarse en una superficie territorial tan reducida tamaña variedad de especialidades culinarias. Sabíamos de la profesionalidad de los ‘chef’ y cocineros que en hoteles y restaurantes han acreditado su solvencia. Tal es así que se los rifaban en otras latitudes como si de futbolistas se tratara.
Algunos pocos hoteleros y restauradores -acaso los que aún piensan que los clientes vienen solos como en los años sesenta- creían que esa defensa era desmesurada. El Puerto había sido en el pasado sede de importantes convocatorias y jornadas de este ramo: ese era (es) otro factor a explotar favorablemente.
Pero está claro que, independientemente del apoyo institucional que se pueda prestar, esta iniciativa corresponde al ámbito privado. Por fortuna, hay establecimientos y profesionales con categoría suficiente como para consolidar esta ruta o esta modalidad del tapeo que tanto gusta a los portuenses cuando están lejos de la tierra y regresan exaltándola. El taperío -expresión que, por coloquial, también puede aplicarse- fue siempre un distinto y atrayente modo de comer.
O sea, que son los propietarios y los emprendedores del sector, las asociaciones privadas, las llamadas a enriquecer y perfeccionar esta iniciativa. Hay que promocionarla bien. Hay que acudir a ferias y medios especializados. Hay que situarla en las coordenadas temporales más interesantes. Ya están buscando cocineros afamados o expertos culinarios cuya presencia debe servir, entre otras cosas, para valorar la misma originalidad y calidad de las creaciones que se ofrecen.
En definitiva, a identificarse con la ruta, a hacerla suya. Y enhorabuena, Antonio.

sábado, 25 de octubre de 2008

ANTIGUO INSTITUTO, MODERNA CASA DE LA JUVENTUD

Concebida para enseñar. Tengo entendido que fue la primera sede del colegio “Gran Poder de Dios”. Albergó luego el antiguo Instituto Laboral, luego llamado Instituto de Formación Profesional. Era el ambiente estudiantil de sus alrededores, a primera hora de la mañana, o a la salida de clases, ya por la tarde, lo que denotaba el emplazamiento de aquella casona canaria, de sobria balconada, cercana a la plaza del Charco, en la céntrica calle Pérez Zamora.
Allí estudiaron numerosos compañeros de generación que siguieron luego el bachillerato de esta modalidad en Gran Canaria. Jóvenes que venían de otras localidades norteñas también cursaron en sus aulas un importante período de su formación. Y en esas aulas impartió enseñanzas un elenco de extraordinarios docentes que siempre serán recordados, por supuesto más allá de la identificación que se hacía con sus apodos o nombretes.
(Uno de ellos fue el célebre veterinario José Manuel Padrón de quien se cuenta una gozosa anécdota. En cierta ocasión, vino su conductor a buscarle avisándole del inminente parto de una vaca. Padrón estaba examinando y no podía dejar el aula de modo que le dijo al conductor que subiera a buscar un producto para administrar al animal.
-¿Por dónde subo don José Manuel?-, preguntó apurado el chófer.
-¡Por la escalera, rebenque!-, le espetó el profesor veterinario para regocijo general de los examinandos).
El centro, para acoger nuevas materias de los planes de estudio que iban evolucionando, creció y se extendió hasta la calle Puerto Viejo y la trasera que da a la calle La Verdad, más conocida por “el callejón cagado” y más recientemente por el finolis y sajón “Caca street”, que para eso, los del Puerto tenemos más chaveta y más ingenio.

En su salón de actos, un salón flamante para la época, allá por los setenta, vimos cantar en directo a Ricardo Cantalapiedra y escuchamos una interesantísima conferencia del escritor Tico Medina, que contó con evidente aire de suspense, cómo le tenían localizado los agentes israelíes de El Mossad.
Hasta que cambiaron los planes educativos, hasta que se produjo la mudanza al instituto de Las Cabezas. Allí quedó vacío, muriendo poco a poco, inservible e infrautilizado, aquel inmueble que ahora luce galas de restaurado para acoger la denominada Casa de la Juventud, abierta esta misma semana después de la larga ejecución de un proyecto ambicioso que se traduce en un recurso de primer nivel para el desarrollo de actividades de muy distinta naturaleza.
Algo tuvimos que ver con la iniciativa hace unos años, tramitando su lado burocrático-administrativo más complejo e impulsando vías de financiación con otras instituciones. A los posteriores regidores municipales les ha correspondido desbloquear y culminar una actuación necesaria, conscientes como somos todos de las limitadas disponibilidades de espacios físicos en el municipio para usos específicos.
Sólo cabe congratularse de la culminación de la rehabilitación y confiar en que el recinto se convierta en una auténtica caja de resonancia de la creatividad cultural portuense.

lunes, 20 de octubre de 2008

SANTIAGO, EL SECRETARIO

Curioso: él llego al Ayuntamiento justo cuando uno terminaba su primer ciclo municipalista, allá por 1987. La política quiso que nos reencontráramos ocho años después, cuando le tocó lidiar una de las más insólitas censuras que en la vida local canaria han existido. Posteriormente, casi coincidiendo con el cambio de siglo, palpó la alternancia en el poder y hasta fue testigo privilegiado de una derrota histórica del socialismo portuense.
O sea, que desde las tripas de la administración lo ha vivido todo, o casi todo. Porque antes, tras las oposiciones ganadas en Madrid, hay toda una dilatada trayectoria labrada en Telde, en el Cabildo Insular y en Icod de los Vinos. Es de los clásicos, de la vieja escuela de juristas críticos con la moderna producción legislativa pero celosos luego a la hora de aplicarla.
Persona de sólida formación intelectual, de profundas convicciones religiosas, lector empedernido, interesado en el rigor histórico, sensible a cualquier creación artística, funcionario intachable y portuense comprometido.
Hablamos de Santiago Díaz Baeza. El pasado viernes puso punto final a su vida laboral activa. Se fue despacio, como llegó, sin estridencias, sin oropeles. Secretario del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz durante más de veinte años, Santiago era ése, el secretario, el hombre al que todo el mundo acudía, el compañero que todo lo sabía y orientaba la solución, el tecnócrata al que consultar para poner en marcha un expediente y el leal asesor que decía lo que más convenía cuando se le preguntaba.
Discrepamos con él muchísimo, siempre respetuosamente, incluso en los momentos más tirantes cuando hacíamos recíprocamente un ejercicio de destreza en los debates. Santiago fue un exégeta personal de primer nivel. Sólo en una oportunidad, fuera del consistorio, con Nico Mederos como asombrado testigo, estuvimos a punto de traspasar esa delgada línea roja que separaba los pensamientos. No pasó nada.
Citamos el episodio porque los lectores que nos conocen reprobarían el tono elogioso de esta glosa, sabedores de que Santiago y uno discutíamos a menudo, a veces de forma altisonante y que en algún momento la relación fue distante y hasta se rompió temporalmente. Pero muchos también saben que hube de defenderle públicamente ante algún reproche que le hicieron desde otras filas. Traté de hacerle ver que su concepto de mesura y de equilibrio no siempre se cumplía, que su vara de medir no era siempre la misma. La máxima meta que alcancé en esas diferencias dialécticas fue que reconociera que con la izquierda siempre se ha sido más exigente. Por eso, nos advirtió en cierta ocasión de que incurríamos en responsabilidad penal si no respetábamos un artículo de la Ley de Patrimonio. O informaba oportunamente de los incumplimientos en la tramitación de un expediente. Satisfizo saber que, al menos en privado, admitiera que los socialistas le hacíamos más caso.
Sus planteamientos ideológicos, de otra época sin duda, le hicieron permanentemente crítico y extremadamente neutral, hasta el punto de que nunca votó. Pero eso no desvió jamás sus ganas de contribuir al progreso del municipio. A su manera, pero coadyuvaba. Siempre con criterio, siempre con argumentos. Llamaba la atención que en ocasiones su nivel intelectual no se correspondiera con las posiciones que defendía en alguna controversia doméstica.
Santiago, el secretario, fue un probo y leal funcionario. Con uno y con todos los alcaldes a los que ha servido. Si le diera por escribir memorias, nos enteraríamos de episodios inenarrables y de manías de quienes le agobiamos con preocupaciones edilicias. Administrativista relevante, defensor a ultranza de la legalidad, su celo le hizo acreedor del término “peguista” que puso de moda una parte del empresariado y de la derecha local a medida que avanzaba la tramitación de cualquier actuación y que él prefería pulcra en todos los órdenes.
Claro que le ponderamos. Como criticamos frente a frente, y sin intermediarios, algún proceder suyo. Claro que su concurso ha sido vital para entender muchas de las cosas del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz a lo largo de las dos últimas décadas. Como agradecemos las apelaciones a la concordia y al consenso político que destilara cuando las posturas políticas más se enconaban.
Hoy, cuando ya no ocupa su asiento y el pleno de la corporación celebra un pleno extraordinario, es de esperar no que alguien se acuerde de esa valiosa aportación sino que todos expresen de forma unánime su reconocimiento a Santiago, el secretario.

domingo, 19 de octubre de 2008

UN MUSEO PARA ENORGULLECERSE

El Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) -¡lo que darían en otras localidades por tener en ellas su sede!- presentó recientemente la Colección II (1966-1986) del Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl (MACEW), dando otro paso para la consolidación de una iniciativa extraordinaria que enriquece seriamente, y con carácter estable, la oferta cultural y museística, no sólo del Puerto de la Cruz sino de la isla entera.
El singular artista que da nombre al MACEW, allá por 1953, dio carta de naturaleza a una idea, “la más natural consecuencia de la vida íntima de las islas, de su espíritu abierto, de su inquietud universal”.
Y en efecto, la calidad y la originalidad de las obras expuestas son rasgos sobresalientes de la capacidad creativa de nuestros artistas o de quienes vinieron desde otras latitudes y bebieron de las fuentes de inspiración que brotan en nuestro territorio.
El Museo está emplazado en la Antigua Casa de la Real Aduana, en cuyas operaciones de adquisición y restauración por parte del Cabildo Insular de Tenerife algo tuvimos que ver en el ejercicio de nuestras responsabilidades edilicias. La Casa, ya saben, es el último vestigio, la última superviviente de un extraordinario conjunto arquitectónico que entornaba el refugio pesquero de la localidad.
La perseverancia de los dirigentes del IEHC logró que se materializara una muy noble pretensión: hacer honor a Westerdahl -y también a Alberto Sartoris, célebre arquitecto suizo- y recuperar la valiosísima obra de artistas de renombre y de primer nivel que vivieron temporadas en el Puerto o expusieron su obra en el Instituto, desde los primeros años de la década de los cincuenta del siglo pasado.
La Colección I abarca precisamente desde este año hasta 1965. La segunda entrega, sencillamente formidable, comprende hasta 1986, tres años después del fallecimiento de Eduardo. Son dos espacios expositivos: en uno, hay un conjunto de pinturas, grabados, dibujos y fotografías junto con tres esculturas. En el otro, hay una decena de obras, junto con una escultura que, pese a estar fechadas antes de 1966, la trayectoria de sus autores y el nivel de las mismas, son merecedoras de figurar en ese espacio.
En el acto de apertura estaban Eladio de la Cruz, Renate Müller, Vicky Penfold, Fernando Garciarramos, Arminda del Castillo, Imeldo Belllo y Ana Luisa González Reimers que recibió merecidos piropos a sus desvelos y a su sensibilidad con la causa museística. Todos ellos, creadores y estudiosos, todos comprometidos de alguna manera con el Instituto a cuyas llamadas jamás se negaron.
En aquel caluroso mediodía portuense gozamos de otra explosión artística, disfrutamos de la originalidad creativa y de poder compartir aquí, en nuestra ciudad, la realidad de un museo que, sencillamente, debe enorgullecernos.

sábado, 11 de octubre de 2008

De Soroa al Sitio Litre

Acto de presentación de libro en Sitio Litre, ese jardín mágico, ese jardín encantado donde siempre se está a gusto. Otra vez, un cierto aire bucólico. De nuevo, un ambiente flemático. Como en tantas otras ocasiones, con la sombra de Olivia Stone. Y de la señora “Moly”, claro. Allí, como siempre, la amabilidad y la calidez de John Lucas y familia. Buena asistencia pese a que, a esa misma hora, todavía se esforzaban en apagar -¡vaya susto!- las llamas de una parte del centro ‘Santa Rita 1’ en Punta Brava.
Libro y algo más porque la convocatoria servía para dar a conocer la Sociedad para la Promoción Cultural de Canarias en Europa, presidida por Jerónimo Saavedra Acevedo, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria. Entre él e Isidoro Sánchez, vicepresidente siempre al quite, describieron contenidos, alcance, filosofía y contenidos de un instrumento para proyectar la creatividad y la esencia cultural de Canarias. Milagros Luis Brito, consejera de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, también presente, dio las atinadas bendiciones y hasta anticipó la viabilidad de alguno de los proyectos.
A la llamada acudieron familiares y amigos del protagonista del libro así como de sus autores, intelectuales, gentes de Santa Cruz y de La Orotava, artistas, cineastas… Los habituales en las citas culturales portuenses tampoco dejaron escapar la oportunidad.
El libro se titula “Tomás Felipe Camacho. Un canario ilustrado del siglo XX”, escrito por Xiomara Brito de Armas, María Victoria Hernández y el propio Isidoro Sánchez García, con epílogo de Miguel Cabrera Pérez-Camacho, sobrino de una figura clave en la emigración canaria, un palmero que dejó huella y del que ahora, merced a esta obra, cuya edición, por cierto, corresponde a la ya consolidada y siempre efervescente Asociación Cultural “Pinolere”.

María Victoria y Miguel hablaron con la pasión que el personaje despierta. Tomás Felipe Camacho (1886-1961) no fue uno más entre los numerosos emigrantes canarios a Cuba. Todos los testimonios coinciden en su rica personalidad, en su valor intelectual y emprendedor. Abogado de prestigio, escritor, periodista, coleccionista y asesor empresarial. “Ejercía en Cuba una especie de honorario consulado espiritual de nuestro archipiélago. Ni un solo canario se acercó a su puerta que no fuera bien acogido, bien agasajado, bien favorecido si la ocasión se prestaba”, escribió Juan Rodríguez Doreste en una bellísima necrológica publicada en “Diario de Las Palmas”.
Se habló de Soroa, naturalmente, el lugar donde dejó un sello indeleble, el Rancho Pilila, su orquidario, la niña de sus ojos, jardín botánico, un lugar de obligada visita en la provincia de Pinar del Río, lleno de magia y de aromas.
María Victoria enfatizó sobre la sensibilidad de Tomás Felipe Camacho. Miguel puso el acento al valorarlo como la aportación más brillante de la emigración canaria. Las páginas de la obra que era presentada estaban ya abiertas para conocer mejor la vida y obra de este palmero singular.
Los Huaracheros, los descendientes, la última generación, pusieron el broche musical. ¡Vaya broche! Sus canciones de siempre, mezcladas con las dedicadas a La Palma y la emigración, terminaron emocionando al mismísimo Saavedra cuando entonaron las folías alusivas al Puerto de La Luz.
Y allí, en el Sitio Litre, siempre tan señorial y distinguido, la Asociación para la Promoción Cultural de Canarias en Europa dejó otra prueba de sus afanes.
Se percibían los aromas orquidarios de Soroa.

sábado, 4 de octubre de 2008

DE SELLOS Y MONEDAS

Sitúense en la segunda mitad de la década de los sesenta. Plaza del Charco, cercanías del antiguo “Dinámico” y proximidad a la pila de la ñamera, domingos y festivos por la mañana. Unas mesas rudimentarias, mejor, unos tableros reconvertidos. Sobre los mismos, álbumes y cajas de sobres, sellos y monedas. Unos cuantos curiosos del país. Numerosos extranjeros que pronto hicieron del lugar un punto de encuentro e intercambio.
Allí surgió una suerte de mercadillo de sellos y monedas. Allí, en aquel punto neurálgico del municipio rendido al desarrollismo turístico, se fraguaba una cita permanente que era también una puerta abierta a la cultura, la gran olvidada -y hasta penalizada- de aquel desarrollismo. Allí estaba el significado de dos términos, filatelia y numismática, que sonaban así de raros y distantes, pero que los teníamos al alcance, tan cerca que casi no le dábamos importancia.
Juan Cruz Ruiz llevó el mercadillo y a sus promotores, y a los habituales de cada domingo y festivo, a las páginas del periódico ‘El Día’ y la cosa cobró carta de seriedad y hasta de consolidación. Creo recordar que el periodista escribió que por aquella nota, acompañada de foto, los mentores y algunos coleccionistas quisieron gratificarle con quinientas pesetas de entonces pero Juan se negó cordialmente. La noticia o la información, por elemental o muy localista que sea, no tiene precio.
En el mercadillo, impregnado de un ambiente sano y de unos incansables afanes de búsqueda, adquisición e intercambios, sobresalía Angel Pérez, un numismático tan meticuloso como apasionado que quería hacer en España lo que en algunos planes o foros universitarios de Estados Unidos: considerar la numismática como ciencia auxiliar de la Historia.

Pero también, movidos por su afición, pululaban Pedro Montes de Oca, Peri Real, Arístides Hernández, José Antonio Marrero, Antonio Galindo padre e hijo, Masot, Agustín Carballo y Klaudius Heck, uno de los mejores profesionales de la hostelería que uno ha conocido, poseedor de unas colecciones extraordinarias.
Fueron modestos pero atinados emprendedores. Entre todos ellos y con la aportación constante de otros muchos aficionados y coleccionistas -perdón por la siempre injusta omisión- materializaron, ya en la década de los ochenta, una convocatoria anual, EXPOFIL, con sede en el hotel “Semíramis”. Deben haber quedado matasellos conmemorativos de la cita, que nació con vocación de reclamo turístico-cultural. A fe que lo lograron pues al cabo de unas cuatro o cinco ediciones no sólo reunieron valiosas y admirables colecciones sino testimonios de destacados expertos que ofrecieron y lucieron sus conocimientos y parte de su bagaje. Revistas y publicaciones especializadas dejaron constancia de las actividades y proyectaron el nombre del Puerto de la Cruz, como siempre, pionero o avanzado en tantas cosas vinculadas a la cultura y al arte pero también inconstante o incapaz de prolongar y renovar sus propias iniciativas.
Alguno de ellos, que no ha perdido la motivación y sigue buscando esas piezas con las que completar alguna colección personal o algún ejemplar insólito, cuenta, no sin desconsuelo, que el mercadillo de la plaza del Charco ya sólo se hace el primer domingo de cada mes. Que los jóvenes no se interesan por estas cosas. Que Internet también ha cambiado los hábitos y las opciones de los coleccionistas. Que aquel romanticismo ha dejado paso a otros afanes. Y que los precios, para variar, se han disparado.
Una lástima. Otro hecho que se pierde y que no se recupera sólo con nostalgia. Para los que han resistido, al menos, un reconocimiento.

P.S.- En la mañana del domingo, muy temprano, he visitado el mercadillo. Para saludar y refrescar nombres. Allí estaban Ascanio e Hilario, ¿los últimos de estas 'filipininas' filatélicas?, acreedores de ese reconocimiento. Recordamos a Julián y su familia, que venían de Santa Cruz y pedían permiso para acercar el coche y recoger las maletas. A Paco Purriños, a Kay, a Fischer, a Kalery y a un comisario de policía, ya jubilado, Gustavo Fernández de Terán. Y rescatamos a Matías, el taxista, siempre tan atento. Seguro que hay más. Perdón, de nuevo, pues, por las omisiones.