martes, 31 de julio de 2012

SACAR LOS COLORES


Ha dicho el polifacético Pablo Carbonell en Jot Down que “hace falta un periodismo que saque los colores a la gente”. La gente sirve para englobar, por tanto, cabe interpretar que este artista que ejerció de reportero en aquella célebre versión de Caiga quien caiga (CQC), en Tele 5, ha querido referirse a políticos, cargos públicos, deportistas, profesionales de toda laya, faranduleros, personajes de muy variada condición, osados, intrépidos, cuerdos y desequilibrados, colgados, aspirantes, casquivanos, pronudistas y periodistas, por supuesto.
            Él se confiesa que no lo es, conste. Ejerció como reportero de a pie durante más de seis años. Pulsó, por consiguiente, la realidad de quienes se muestran al público y habrá entendido lo difícil que es lidiar con la fama y la popularidad, con los afanes de protagonismo y lucimiento, con el sonsonete monocorde de algunos, con los esquivos y los impedimentos forzados, con la altanería de otros, con el aburrimiento, con el desenfado, con la arrogancia y el desdén… De todo habrá encontrado. Unos lo sobrellevaron bien; otros se habrán cuidado de eludir su acoso o de dar instrucciones tajantes para que ni se acercaran.
            De ahí que piense que hay que sacar los colores al personal. Aunque es muy subjetivo por nuestra parte, quizá debió añadir: “Sobre todo, a quien se lo merece”. En esas relaciones apresuradas de los dos primeros párrafos, puede encontrarse a un montón.
            El periodismo, es verdad, está para eso, para poner en evidencia. Depende también de cómo se haga. Porque ocurre que igualmente hay periodistas, colaboradores de medios o de programas, entrometidos y telepredicadores cuyo papel es merecedor de crítica o reprobación. Y hay que sacar los colores. Quizá por no haberlo hecho, por no haber enseñado o cortado a tiempo, por no haber orientado adecuadamente o por no marcar con claridad los límites o por no haber corregido de manera apropiada, han pasado -están pasando, además del drama del desempleo- tantas cosas desagradables, hemos leído y escuchado tantos disparates y hemos visto verdaderas atrocidades. Ha faltado, por lo general, destreza pero hay que darse cuenta de que promotores, propietarios o editores de medios y programas no conocían el mundo de la comunicación ni nociones de cómo conducirse, periodísticamente hablando. Difícilmente podían ponerse a orientar y corregir. Es más, puede que ni les interesara, en plena era del vale todo. Con tal de contentar a quien ponía las perritas, de autoengañarse con los índices de audiencia, de afianzar la precariedad en el empleo y de cerrar unas cuentas anuales con unas ganancias para seguir tirando, servía.
            Carbonell, en una jugosa entrevista, cuenta algunas experiencias de esa etapa, “cuando disparábamos con balas de goma” y cuando Wyoming, poco menos, era considerado un radical poco moderado.
            Lo bueno de sacar los colores, por emplear los mismos términos  -en periodismo, tiene sus riesgos, claro que sí- es que pone a prueba la humildad de la gente y contribuye a desmitificar muchas situaciones y a muchos protagonistas. No es el género de la denuncia sistemática sino el tratamiento tan respetuoso como desenfadado de la idiosincrasia, de unos hábitos y de unos perfiles sociales y culturales que, en ocasiones, han ido demasiado lejos.
            Como la cosa va a peor, tengamos presenta la reflexión de Pablo Carbonell.

lunes, 30 de julio de 2012

LOS DATOS DE IMPACTUR

Se habían despejado los nubarrones de la huelga en el sector turístico (“francamente, estamos más cerca del entendimiento que de la ruptura”, escuchamos decir al presidente de la patronal hotelera en los pasillos de una televisión local, cuando se hallaban en pleno trance negociador), cuando Exceltur, la asociación que engloba a los veinticuatro grupos empresariales turísticos del sector más relevantes, dio a conocer los resultados de su Estudio de Impacto Económico del Turismo (Impactur) referidos a Canarias en 2011, elaborado a instancias del Gobierno autonómico.


Los resultados constatan el peso determinante del turismo en la productividad económica de las islas, tal es así que generó 12.297 millones de euros, lo que se traduce casi en un 30% de participación que se incrementó un 6,5% respecto a 2010. De ese volumen generado, hay que señalar que el 66,9% tuvo un impacto directo en las empresas relacionadas con la actividad turística, lo que representa el 19,7% del Producto Interior Bruto (PIB) canario, en tanto que el 33,1% restante significó la generación de valor añadido inducido para otros sectores de actividad sin un contacto directo con el turista.

¿Repercusión en el ámbito laboral? El Impactur también se refiere a ese hecho y hay que agradecerlo para conocer la evolución del sector en todos los órdenes. De algo han servido juicios críticos en ese sentido, de los cuales se hicieron eco, por cierto, algunos responsables públicos que demandaban un mayor crecimiento del empleo en consonancia con las cifras de crecimiento de afluencia de visitantes y cuentas de beneficios del sector privado. Ahora que la reforma laboral sigue causando estragos -¡ay, esa precariedad!- bueno es saber que el mayor nivel de actividad turística favoreció una creación de empleo vinculada a la industria turística del 1,5%. Algo es algo. Supone, en números absolutos, 3.893 puestos de trabajo, un 34,2%, menos de un punto más que en 2010. El mensaje que se ha querido destacar, desde este punto de vista, es que por cada cien empleos creados directamente por el sector turístico, surgen indirectamente cuarenta y dos puestos de trabajo adicionales en otros sectores de la economía canaria. Algo es algo.

El vicepresidente ejecutivo de Exceltur, José Luis Zoreda, también se refirió al ámbito laboral y profesional en el momento de dar a conocer los resultados del estudio. Sólo abunda en apreciaciones que ya hemos expuesto en análisis anteriores: el papel crucial del turismo en la generación de empleo “si se le concede la prioridad necesaria y se aplican las medidas oportunas”. De acuerdo en que, entre éstas, figuren el reposicionamiento de la oferta derivado, por ejemplo, de la materialización de los planes de rehabilitación de destinos maduros y la reconversión de instalaciones mediante reclamos a la inversión; pero sin olvidar la necesidad de incentivar los programas de formación y las fórmulas de contratación para aumentar las oportunidades y contribuir a la indispensable competitividad de la industria, todavía muy pendiente de coyunturas en otras zonas del planeta para su expansión o relanzamiento.



sábado, 28 de julio de 2012

HACIA LA HISTORIA, POR LA ENSEÑANZA


La cosa empezó con noticia y petición.
El propio autor, Juan Bosco, dio a conocer que su novela, La lista (Principal de los libros) ha sido seleccionada para las lecturas y trabajos de los escolares canarios durante el próximo curso. Bien.
Uno de los asistentes pidió que actos como el que iba a celebrarse estuvieran exentos de formalidades y protocolo. Solicitud estimada. Y verificada. Bien.
Fueron dos notas de la convocatoria de una merienda en Casa Egon (La Orotava), una de las localizaciones del cada vez más comentado libro de Juan Bosco. Una experiencia, una búsqueda, un oasis en el desierto de la crisis… Resultados satisfactorios. Hablar sobre la novela, comentarla, pero también sobre la cultura, la bibliografía, la educación, la historia… Y hasta una suerte de reivindicación: la enseñanza, objeto de mayor atención y de mayor sensibilidad, la necesidad de esmerarse, la corresponsabilidad y el compromiso de quien la abraza.
Hacia la historia por la enseñanza. La erudición de Eligio Hernández la impulsó sin regatear el entusiasmo que le producía compartir aquel acto, “el mejor regalo de cumpleaños que me podía encontrar”, haciendo gala de su erudición histórica. Crítico, con la derecha y la jerarquía eclesiástica; autocrítico, con su partido “que se ha olvidado de las Casas del Pueblo como lugares donde se aprendía la historia”; analítico “del nocivo papel de algunos medios de comunicación, especialmente los televisivos” e incentivador de los afanes “de los creadores, de los docentes, de quienes encuentran en la cultura un arma contra la desazón y el pesimismo”.
Eligio fue uno más de los que arroparon a Juan Bosco que seguro no pensó que las tiras de almendra y los tambores de avellana, dos de las especialidades confiteras a las que da vida en su novela, iban a ser objeto de deleite para animar aquella merienda. Eligio, compañeros de estudios, profesoras, amigos, lectores… hablando, opinando y escuchando. La lista les convocaba para seguir descifrando algunas de sus claves, para revelar algunos trances de su elaboración… y para superar prejuicios, caray, que eso es lo que hace feliz al autor, más allá de los juicios que merece su obra.
Punto aparte para la enseñanza y la historia. Queja de los docentes, por un lado, sobre la imposibilidad material de tiempo para impartir la historia como realmente se merece. Apelación a los padres y a los mismos alumnos para que, desde la propia comunidad educativa, se haga llegar a los responsables la necesidad de revisar planes y programas con tal de colocarla en el lugar que corresponde. Opinión sobre algunos sistemas comparados de enseñanza. Y convergencia en torno a la importancia del conocimiento histórico para sensibilizar al alumnado y para que no se muestre indolente ante hechos en los que pudo haber parientes suyos participando.
Las intervenciones fluyeron con atención y respeto. Era claramente la contraposición de la memoria y el olvido, trufado éste de inmovilismo e indolencia. Una novela parece estar obrando cierto milagro, allí precisamente donde predominó el miedo, donde el gran manto de silencio se extendió para impedir -hay que volver a decirlo- el conocimiento de la historia. Hay personas que se han enterado de un fallido atentado al militar golpista, allí tan cerca de donde nos encontrábamos, gracias al texto de Juan Bosco.
Casi tres horas intercambiando criterios, conociendo episodios, rememorando fragmentos y citas, exponiendo pareceres… Sin maniqueísmos, sin imprecaciones. Casi tres horas que fueron un paso para entender que aún queda vida más allá de la política denostada y de la recesión galopante.
De manera informal, como querían unos asistentes. Dando vida a la proyección, de la obra de Juan Bosco y de su dimensión. Como quiere el autor. Como van configurando quienes se acercan a ella y terminan participando de alguna manera.
Un oasis, sí.

viernes, 27 de julio de 2012

UN PANORAMA DESOLADOR

En la radio acaban de facilitar los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), fiable indicador del desempleo en España. Las cifras son desconsoladoras, nada nuevas en su tendencia alcista, pero reflejo de que el drama se acentúa: una economía que no es productiva, en recesión, en una contracción que se agudiza. Cincuenta y tres mil personas más en el segundo trimestre. Disminuyó la ocupación. Aumentó el número de hogares con todos sus miembros en paro. El 24,6% de la tasa de desempleados es la más alta desde 1994.


Había llegado el Gobierno, con el aplauso ditirámbico de los empresarios, para tratar de mejorar los terroríficos índices: hasta la ministra del ramo se atrevió a decir que ya circulaban algunos contratos. Pero ya ven: la reforma laboral no da para generar empleo; al revés, propicia su destrucción.

Mejor, pues, que calle la ministra. Que no es la culpable exclusiva, evidentemente. Y que vayan afanándose en su partido y en el Gobierno a ver si hay forma de atajar la brecha abierta en la sociedad española. Una brecha de cuidado que pone al desnudo la exclusión social y todos los riesgos que ésta comporta.

Que hay mayores, oiga, que no pueden adquirir los fármacos de su tratamiento. Y que las Unidades de Trabajo Social de los ayuntamientos no dan abasto con la acumulación de sus expedientes y que sus profesionales están literalmente desbordados para poder atender tantas demandas.

Un panorama desolador. Por mucho que la dichosa prima se relaje.

Por cierto, ¿dónde está el presidente?

jueves, 26 de julio de 2012

RIDÍCULO ESPANTOSO

Un comunicado del ministerio de Asuntos Exteriores del Gobierno de España, en el que se señala que Francia, Italia y España convergen en la exigencia del cumplimiento de los acuerdos adoptados por el Consejo Europeo el pasado mes de junio, ha puesto en evidencia algo más que descoordinación.


No sólo porque los ejecutivos francés e italiano lo hayan desmentido sino porque el propio ministerio español lo retirase de su sitio web, generando el consecuente malestar interno en el propio departamento. “Información alucinante”, dijeron en París; “No hay nada parecido aquí ni en otras capitales”, señalaron en Roma.

Ha sido otra crisis dentro de la gran crisis. Pero muy negativa por la imagen que se proyecta de nuestra diplomacia y de la escasa credibilidad que las decisiones del Gobierno de España inspiran en foros europeos. Ridículo espantoso.

¿Precipitación? ¿Tantos apresurados? Hombre, hasta lo más profanos sabemos la delicadeza de las relaciones internacionales, máxime en fechas como las que se viven, tan intensas, tan variables, tan desconcertantes… Delicadeza es sinónimo de prudencia, en estos casos, donde una filtración, un descuido o una interpretación errónea pueden dar al traste con una negociación de envergadura encaminada a algún gran acuerdo o con una estrategia de amplio alcance que involucra, además, a países terceros. Aquí, en el caso que nos ocupa, no parece haber existido ni delicadeza ni prudencia. Lo dicho: en diplomacia, malo.

Sabido es que en el Gobierno de Rajoy abundan las vaguedades, las contradicciones y la descoordinación (queden las falacias y los incumplimientos para otro momento) pero lo sucedido con el comunicado desmentido de Exteriores añade otra gota de desconcierto, incluso para esos empresarios que aún sostienen que se trata de un Gobierno serio pero que eluden la conversación cuando relucen estas situaciones.

Pero la seriedad, francamente, no es lo que sobresale.

miércoles, 25 de julio de 2012

ENTREVISTA A GREGORIO PECES-BARBA

Fue un domingo por la mañana, temprano. En el hotel "Interpalace". Habíamos concertado la entrevista el día anterior, director mediante, Leopoldo Fernández, que para eso era paisano suyo. Y hasta allí nos fuimos con Enrique Serrano, el fotógrafo, fedatario de tantas conversaciones en etapas muy intensas y provechosas de la actividad periodística. Allí conversamos con Gregorio Peces Barba, uno de los padres de la Constitución, fallecido el pasado martes. Fue en 1987. "La única incongruencia del Estado de las autonomías es la organización del Senado", se titulaba aquella entrevista publicada en Diario de Avisos del martes 8 de septiembre de 1987 y en la que se refiere al modelo de Estado, hoy incluso cuestionado. Por eso tiene interés la recuperación del documento periodístico. El tiempo justo para dialogar con el periodista, visitar al profesor González Vicén y seguir hasta el aeropuerto, se lee en el texto, al  que se puede acceder pinchando en la siguiente dirección o hacerlo donde señala Ir a enlace. 


http://www.scribd.com/doc/101028248/Entrevista-Salvador-Garcia-a-Peces-Barba





lunes, 23 de julio de 2012

EL CALVARIO DE LA CRISIS


Señala un contertulio televisivo habitual que no apreció gran entusiasmo en las concentraciones de protesta del pasado jueves. Igual esperaba un tono de protesta o rechazo más elevado o más proclive al enfrentamiento abierto; pero ahí está el civismo de quienes quisieron decir al Gobierno, alto y claro, hasta aquí han llegado. Salvo incidentes de escasa/regular importancia que siempre ocurren en este tipo de convocatorias, la gente, miles de personas, han marchado y han exteriorizado su malestar, demostrando no tener apetitos violentos ni agresivos. Teniendo en cuenta la dimensión de la protesta, mejor puede hablarse de madurez y de racionalidad.
            Aquí, hay que tener en cuenta, además, que han sido los propios colectivos de funcionarios, los estudiantes, los desempleados quienes promovieron y se fueron sumando al llamamiento. Las centrales sindicales, también, pero con menos aparato. Empiezan a ser conscientes de que ese afán de criminalizar a sus dirigentes es un factor a tener en cuenta. Pero a pesar de que buena parte del derechío mediático está haciendo el ridículo y ya no sabe por dónde tirar para justificar la escalada gubernamental de reajustes y restricciones, el desgaste y la pérdida de credibilidad inducen una cautela ‘intersindical’ que no es mala, no. Al contrario, conscientes de que veteranos dirigentes no se van a arrugar ante un acoso y derribo como muy pocas veces se ha visto en una convivencia democrática, viene bien a los sindicalistas pulsar desde dentro estas reacciones para estudiar detenidamente su papel futuro y su propia acción. Sobre todo, pensando en el otoño caliente que se avecina -¿estaremos intervenidos para entonces?- y en la nueva huelga general que se barrunta.
            Nadie quiere una tragedia como la griega, con aquellas imágenes tan crudas, con aquellos incendios, las cargas policiales y los suicidios en plena vía pública. Los manifestantes, el jueves pasado, aspiran a que el Gobierno ofrezca alternativas y no prosiga con sus anuncios catastrofistas en sede parlamentaria y ocultando información de lo que deciden ejecutivos extranjeros. Frente a esa subjetiva carencia de entusiasmo, pudo palparse el malestar de una población que fue masivamente engañada y que no quiere que se la siga esquilmando porque sus niveles de resistencia ya están, en muchos casos, bajo mínimos.
            Las concentraciones, en Madrid, en todas las ciudades donde se desarrollaron, en  las dos capitales canarias, han sido un punto de inflexión en la crisis. Lo sabe el Gobierno, aislado políticamente, agobiado socialmente, y mucho más cuando comunidades autónomas que tienen el mismo signo político ya hablan de rescate sin reservas. Sus medidas, sus apelaciones al sacrificio y al esfuerzo, no están sirviendo para nada, son inútiles. Es lo peor de todo.
            La crisis ya es un calvario para casi todos. Quienes presumían de grandes gestores y alardeaban de “levantadores de peso” protagonizan, en veloz y desenfrenada carrera, un fiasco monumental acompañado de un descrédito exterior muy preocupante.
            Al menos, que las respuestas de los afectados y de los defraudados, de deudos y deudores, estén caracterizadas por la madurez y el civismo.

sábado, 21 de julio de 2012

MEMORIA VERSUS OLVIDO


La primera cuestión es discernir para quién hablamos: si para quienes ya han leído la novela o para quienes aún no conocen su contenido o se han enterado de su publicación mediante la convocatoria de este acto. Seguro que en el auditorio hay personas de ambos bandos, así que hemos procurado hilvanar ideas que sean apreciaciones o interpretaciones del texto y, a su vez, incitadoras de su lectura o alicientes de los múltiples descubrimientos que se hacen en la obra. Hablemos, pues, para todos.
Una obra ambientada en La Orotava de los primeros tiempos de la posguerra española pero concebida y elaborada en una suerte de tercer tiempo, casi setenta y cinco años después, liberadas casi todas las ataduras pero aún con ciertos atavismos, ya con una amplia perspectiva para imaginar y construir los pasajes novelados pero todavía con varios claroscuros, mejor dicho, aún con sombras que desnudan el miedo del que hablan el propio autor y algunos críticos, que afloran la necesidad del anonimato, del respeto elevado hasta el cambio de identidades y acaso de no querer desvelar parentescos o vínculos porque siguen esas sombras alargándose hasta nuestros días.
¡Ah! La memoria y sus ambientes. Escrita y publicada en nuestros días, La lista es la novela que faltaba, la creación literaria que nos acerca a la sordidez de aquellos años, la que nos estuvo vetada, intocable, la que mantuvieron convenientemente oculta, alejada o deformada.
Una creación que fue desbordando, seguro, la propia experiencia personal de quien concatenó los testimonios y las versiones de la tradición oral, de informaciones y leyendas de todo (que no era mucho) lo que se transmitía -hablen quedo, no eleven la voz, esto llévatelo a la tumba- y de todo lo que fue conociendo hasta interconectarlo y procesarlo en silencio. Esa obsesión de Juan Bosco por las imágenes literarias le impulsa no sólo a redactar un texto que no se detiene ni hace pausas innecesarias sino a secuenciar los hechos con un rítmico sentido lógico e instantáneo. Imaginar y escribir, además, sin que falte el rigor histórico.
Puede que le reprochen al autor en este sentido, en el de haber hecho demasiadas concesiones o el de haberse desviado. Pero no: la novela no se le ha ido de las manos a Juan Bosco. El suyo es el retrato de una época, de un ambiente, de unos hechos combinados con eventos ficticios. Es un retrato descriptivo hasta la minuciosidad: “El almuerzo comenzó a la hora prevista. A pesar de las carencias de aquellos días que afectaban, sobre todo, a quienes figuraban en la relación de familias pobres del Ayuntamiento, y a pesar de las restricciones del racionamiento, en la mesa clerical no faltaba ni vino ni pan ni buenas tajadas de carne de conejo en salmorejo y grandes canastos de papas bonitas. Eran casi veinte comensales que, además, disfrutarían de café, copa e incluso puro, en algunos casos. Mientras medio valle comía a base de gofio, leche y pan, el clero llenaba la panza con los presentes con los que la aristocracia compraba su silencio y sus bendiciones. Vinos de buenas cosechas, papas negras, plátanos, aguacates, naranjas, tomates, gallinas… Nada faltaba en la mesa particular de la mayoría de los que se congregaban en torno a aquella otra en el barrio realejero de la Cruz Santa. El poder se despacha en bandejas de plata. Los pobres, la mayoría, no conocían ni el poder ni las bandejas de plata pero en sus tazones de cerámica barata y en sus humildes tesoros de alpaca no había atisbo de confabulación ni existían briznas de pecado de omisión…”.
La lista es la obra pendiente de una época que supusimos pero que ahora está en páginas impresas y la conocemos o contrastamos con más fundamentos. Una época tenebrosa, de oscurantismos y temores, de silencios impuestos, de habladurías y conjeturas, de tramas insondables. Juan Bosco, como si quisiera dar respuesta a la pregunta del concejal republicano Wenceslao Martín, “-¿Cómo pueden tener la conciencia tranquila?”-, como si nos la trasladara, intenta desentrañarla, con el mismo lenguaje de los protagonistas, el más llano de los más desfavorecidos y el más culto y refinado de las clases pudientes que se convierte en vulgar y soez, por cierto, cuando de seleccionar víctimas y ejecutar se trata.
Lo consigue. Desde la llegada del fraile Lucas, el protagonista, el personaje principal, al puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde le aguarda el conductor de un camión “…entrado en años matando ojalás nacidos de su desespero…” -qué aserto tan ilustrativo-; y desde el relato del atentado fallido contra Francisco Franco, justo un mes antes de su alzamiento, producido en medio de la solemnidad del Corpus orotavense después de que el militar, con escoltas, admirara las alfombras, cumpliera con el ritual de asomarse al balcón del Ayuntamiento y siguiera desde la casona de los Brier el cortejo procesional. Contemplaba “desde la distancia la gran custodia de plata trepando por la inclinadísima calle Colegio”, cuando el brazo con un arma que apuntaba a Franco desde un balcón cercano nunca consumó su intención.
De haberlo hecho, es la cuestión subsiguiente, ¿se hubiera cambiado el curso de la historia? “En las calles del pueblo -se lee en la novela- podía haberse alterado el destino de España”.
Pero hablábamos de desentrañar, por ejemplo “…un pueblo dominado por familias de abolengo en el que muchos ejercían la solemnidad como una necesidad…”; o este otro relativo a la diferencia de clases en La Orotava que “se ponía de manifiesto de las maneras más inverosímiles. La plaza de La Alameda, el principal lugar de esparcimiento popular, estaba dividida en dos: por un lado paseaban los ricos y los que tenían algún tipo de poder; por el otro, los pobres. Es más, la terraza del bar del quiosco tenía unas mesas de madera medio destartaladas para la clase baja y otras mesas con tapa de mármol para la clase alta”.
Juan Bosco, así, nos traslada a los escenarios de su trama en la que quiere situarse en el fiel de la ineluctable balanza, adelantándose incluso a los acontecimientos. Leamos:
“Tras la procesión del Cristo a la Columna la noche del Jueves Santo del treinta y ocho, Luis Pastrana regresó a su casa apretando en su mano la efigie que pendía de la cinta de terciopelo verde de la hermandad a la que pertenecía desde hacía cuarenta años. Se encerró en su despacho. Extrajo de un cajón una libreta de cuentas nueva. La abrió por la mitad. Tomó su pluma. De otro cajón sacó un sobre de gran tamaño que contenía todos los mensajes inculpadores recopilados hasta ese momento. Lo vació a su derecha. Tomó uno entre los dedos y comenzó a anotar. Esa noche, ochenta y seis seres humanos quedaron marcados con la mancha de la sospecha. Todos serían vigilados, controlados y, si hiciera falta, aniquilados”.
Era aquella lista, “una amalgama de formas de sentir e impresiones de gente corriente, trabajadora, sencilla; una tela tejida por el delicado hilo de la libertad, que vagaba al viento como un diente de león, lejos de quienes más la añoraban, que también eran quienes más la malversan y negaban, porque la creían inalcanzable”.
En la trama aparece otro personaje destacado, Rosa Pastrana, hija del conde de Tres Cantos, para ser lado de un peculiar triángulo amoroso y para asumir un papel activo a la hora de evitar los asesinatos de ochenta y seis personas por parte de los adictos al régimen, leitmotiv de la novela.
Estos escenarios despliegan la visión del autor. En ellos se suceden la intimidación y las suspicacias, el inmovilismo, el afán de aniquilamiento… El terror envuelve la convivencia a medida que nada se sabe y nadie quiere saber ni decir nada de una oleada de misteriosos asesinatos en la Villa que son la expresión de la inmisericorde represión. En seguida se advierte la confabulación para preservar el secreto: el fraile Lucas no se resigna, a pesar de la incomodidad que genera en sus círculos más próximos y en aquella sociedad elitista, y cuando cae en sus manos el listado con los nombres de las personas que los franquistas quieren liquidar, el empeño en salvar sus vidas alcanza ribetes de ingenio y heroicidad. Rosa adquiere plena conciencia de que en sus manos está contribuir a esa salvación, por eso confía plenamente en Lucas.
Advertir, informar, anticiparse… Los movimientos en las penumbras, las conversaciones a duras penas inteligibles, los despistes, las trampas, las escapadas bajo las piñas de plátanos, los pasadizos, los túneles y los ardides como disfrazarse o suplantar personalidades para adecuar convenientemente lo que serían secuestros preventivos constituyen la urdimbre de un propósito muy claro: salvar a quienes unos pocos, sin legitimidad y sin moral alguna, han condenado a muerte por la vía rápida, no importa que sea el día de la Romería.
Juan Bosco va aumentando el nivel de la intriga y de la pasión enhebrando situaciones que culminan en el intento de evacuar de una tacada a veintitrés de los condenados en una barcaza que espera en el viejo muelle del Puerto de la Cruz. Uno no soporta la presión y les delata. En las cuevas de la azotea de la isla se van sucediendo, a ritmo trepidante, entre lágrimas, desprecios y desgarros, los disparos y los empujones del martirio. El conde de Tres Cantos se revuelve en su obcecación y acaba con la vida de Lucas. Su hija, no encontrada, “rota de dolor y con el amor herido para siempre”, salvó el pellejo.
“Había muerto la esperanza y, con ella, la dignidad”, escribe Juan Bosco en otro pasaje de la novela, calificada valiente por el crítico Eduardo García Rojas. Por eso mismo, engancha, subyuga (Eligio Hernández dixit), penetrando en los problemas y en las situaciones con apreciable belleza literaria donde antes nadie o muy pocos se atrevieron a hacerlo. La esperanza y la dignidad, igualadas en un trance mortífero, parecen querer resistir acaso porque el autor encontró esa visión valiente de la vida, la de un hombre o de unas personas luchando contra la adversidad. Es como la confesión del autor checo Milan Kundera, en su Libro de la risa y el olvido, a propósito de la lucha del hombre contra el poder: “Es la lucha de la memoria contra el olvido”, sentenció. Juan Bosco agita y refresca la memoria. El olvido, capitidisminuido.
Este es, en todo caso, el pugilato, que no el maniqueísmo. Es la cuestión de fondo, la pugna por quebrar de una vez la desmemoria, sobre todo, la impuesta. Novela historiada o historia novelada, lo cierto es que estamos ante una narración muy sólida y muy bien trabajada, plagada de aspiraciones más que de ambiciones, la principal de las cuales estriba precisamente en evitar que la historia, en especial la documentada, quedara relegada.
La lista, como es fácil colegir, es fruto de una densa investigación que se encamina hacia el impacto poco visible o casi desconocido de la represión, aquí donde no hubo contienda. No hay otro afán que un deber moral, explica el propio autor cuando “las personas conocen la verdad de la vida, lo saben; sólo que unos saben que la saben y otros no”.
Por eso Juan Bosco niega el maniqueísmo que advierten algunos intérpretes de su texto que prefiere impregnar -lo confiesa en una de las múltiples entrevistas que ha concedido en los últimos meses- de un propósito de exorcizar a personajes que desfilan con toda su crudeza, pasada y presente, y de demostrar que “el perdón está cosido a la piel de quien lo ejerce”, frase que le cambió la vida, según admite, después de que alguien le subrayara la trascendencia de ese argumento.
Buscaba un marco emocional y lo encuentra y lo desarrolla en los cuarenta y dos capítulos de la novela. Que nadie vea en sus más de cuatrocientas páginas un factor disuasorio. Al contrario, después de su lectura, parecerá haber vivido lo que nos contaron, lo que escuchamos con mayor o menor interés, lo que imaginamos y lo que sabíamos que sucedió pero que el manto de silencio y el miedo, con su opresión, apenas dejaban acercar. No estaba escrito.
En ese marco están las emociones perseguidas por Juan Bosco, las que le hicieron llorar o reír en el momento de escribir o de alumbrar su imaginación, y las que seguro producirá en el lector que descubrirá esa dimensión del miedo que sólo se palpa en las criaturas literarias. “El miedo es ese pequeño cuarto oscuro donde los negativos son revelados”, afirmó el escritor e investigador fotográfico Michael Pritchard.
Mucho miedo durante tanto tiempo. Con sus secuelas, que aún transpiran. Menos mal que la esperanza y la dignidad, aunque maltrechas, resisten, aún viven. En sus pliegues puede penetrar el lector seguro de superarlo desde la libertad, desde la interpretación crítica y desde la óptica de una novela a cuyo autor y a su firma editorial agradecemos la oportunidad de haberla presentado, con la sana intención de estimular su lectura. La lista, de Juan Bosco, es el eslabón que faltaba. Si un buen libro, en palabras del pedagogo y escritor norteamericano Bronson Alcott, es aquel que “se abre con expectación y se cierra con provecho”, tengan la plena seguridad que éste es uno de ellos.
¡Ah!, por cierto, gana la memoria.

miércoles, 18 de julio de 2012

NO ES LA NOCHE


Anghel Morales, editor, le echó desparpajo, entusiasmado con su proyecto Generación 21; Juan Bosco, introductor, con su prodigiosa voz de siempre, cautivó leyendo fragmentos que encendieron aún más su interpretación y el aprendizaje de las imágenes literarias; y Carlos  Cruz García, autor, desgranó algunas claves de su segunda novela, No es la noche (Ediciones Aguere/Ediciones Idea), en la que ha querido plasmar la tensión social, las preocupaciones particulares de la gente, “un caballo que va muy a tirones” sobre el desarraigo del sur tinerfeño, donde centra la acción que, en el fondo, entraña una ausencia de comunidad que, a su vez, es una falta de comunicación.
            Lo había propuesto Bosco, muy espontáneamente, una suerte de comentario de textos con las preguntas y las apreciaciones de los asistentes a la presentación del libro en un repleto Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Y redondearon un ejercicio sobresaliente, lleno de matices, de explicaciones y de sugerencias en torno a una escritura pasional que cristaliza en un texto osado por cuyas aguas complejas navega el autor con solvencia y con el estilo atrevido de su novela anterior, H., a la que se refirieron presentador y el mismo autor como germen de esas situaciones literarias que, plagadas de misterio, van concatenándose hasta lo recóndito y hasta la búsqueda incesante de su resolución.
            Entonces, auditorio, crítico y novelista disfrutaron a medida que los pasajes y las claves de No es la noche iban “sucediéndose a trompicones hasta hacerte chocar con las ideas”, en atinada definición de Juan Bosco quien dijo haber aprendido muchísimo con un texto que se va desarrollando en las diferentes mentes que operan en la historia, donde Eva y Juan, los personajes principales, encarnan, pese al escaso diálogo que su creador les confiere, los conceptos que le interesaban plasmar a partir de un primigenio suceso de violencia de género que, en cualquier caso, no es el principal pues hay mucho material (emigración, multiculturalidad, desempleo, acoso laboral…) que pone de relieve, con visceralidad, las singularidades del sur de la isla pero no para circunscribirlas pues está claro que el autor quiere ir más allá de las fronteras isleñas.
            En ese “escaparate de la sociedad del momento” (palabras de Bosco), el granado comentario de textos se detuvo también en la dualidad señalada al principio: no hay comunidad, luego no hay comunicación. Pero el propio reconocimiento del autor sobre la escasez dialogante no exime de la movilización de conciencia social que procura con el conjunto del texto que arranca con un adverbio de negación, con un título en negativo que, además de ser un reclamo, termina rompiendo un clímax, los atavismos, esa especie de tragedia que no se retroalimenta en un final que quiere despejar condicionantes o frustraciones y abrirse paso hacia la luz, acaso la luz de la madurez que adivinó Eduardo García Rojas en su crítica de esta novela cuyos lectores descubrirán una copiosidad literaria que permite augurar la conquista de ese puesto destacado en la literatura canaria que, según su editor, viene reclamando desde H.
            Ahora, que tanto mar le siga preguntando por la tierra.
            

lunes, 16 de julio de 2012

GLOSA DE UN CORRESPONSAL


Ya no se usa tanto, desde luego, o no se usa como antes, pero si alguna encarnación quiere hacerse de la figura del corresponsal, hay que situar como ejemplo a Antonio Expósito Mesa quien pone punto final a cuarenta y cinco años de ejercicio informativo desde su Villa natal.
Desde allí, desde La Orotava, ha venido cumpliendo ininterrumpidamente con una afición que alternaba con su profesión de dependiente comercial para dar cuenta de la actualidad villera, la que él mismo contribuyó a fabricar con crónicas e intervenciones que, a veces con alharacas, reflejaban el quehacer y el devenir de la localidad norteña.
Ahora que se despide, bueno será recordar que llegué a Radio Popular de Tenerife, a principios de los años 70, de la mano de Antonio Expósito Mesa. Un compañero suyo de trabajo, Felo, nos trasladó hasta La Laguna. Antes vimos un partido de infantiles en el desaparecido campo Don Pelayo. Antonio fue hablando de su actividad, de la búsqueda de resultados y del ‘modus operandi’. Uno había iniciado estudios de derecho pero la vocación podía y pudo más, de modo que aquel primer contacto con el padre Siverio, director de la emisora, era todo un impulso: nos estrenamos aquella misma noche en un programa inolvidable, Tablero deportivo. Fue con una crónica deportiva telefónica, rubricada con aquella despedida “Desde la ciudad turística…”, que quedó acuñada para los restos y que de vez en cuando el propio Antonio resaltaba en cualquier conversación amistosa o “intercomunicadores”.
Le estoy, pues, sumamente agradecido. Le conocía de sus inquietudes en el baloncesto, de su presencia en la plaza del Charco o en la de Franchy Alfaro, en  los tiempos heroicos del deporte de la canasta, sobre todo cuando llovía y había que obrar milagros en esas canchas. Y también de su trabajo en tiendas portuenses. De verle luego en cualquier rincón de los campos tomando nota para las crónicas que publicaba Jornada Deportiva.
Antonio fue el prototipo del informador, del corresponsal válido para todo. Ofició sin alardes, sin grandes pretensiones y sin grandes retribuciones a cambio. Su máxima era cumplir. Cumplir con cada envío, con cada transmisión, porque sabía que había gente esperando su información. Era una conciencia periodística, un compromiso con la comunicación adquirido sin enseñanzas ni manuales teóricos, sin otras guías que las que marcaba la propia experiencia y alguna que otra orientación.
Así trabajó durante casi medio siglo, repartiéndose en Radio Popular de Tenerife (COPE) y Jornada Deportiva. Y hasta hizo sus pinitos en Archipiélago Televisión (ATV), una local donde también dejó sello de su amor por la Villa, por sus tradiciones y sus celebraciones. Terminó, claro, haciendo de presentador de festivales o concursos y de maestro de ceremonias de toda condición. Siempre voluntarioso, siempre predispuesto: acabó convirtiéndose en el recurso fijo para cualquiera de esas convocatorias. Para eso le encantaba profesar de villero.
Ganó el premio Domingo Rodríguez Ramírez de periodismo deportivo y ha sido distinguido con las insignias de oro de la Asociación de Periodistas Deportivos de Tenerife y de la Federación Insular de Baloncesto.
En su última etapa activa, ya en el Ayuntamiento, en el gabinete de la alcaldía, siguió trabajando en todo eso que le gustaba y que, con su aportación, se proyectaba adecuadamente. Con razón, le ha confesado a Raúl Sánchez, en El Día, que se retiraba "con la satisfacción del deber cumplido de acuerdo con mis posibilidades, y de haber contribuido en todo este tiempo en honrar y divulgar el buen nombre de La Orotava".
Antonio Expósito Mesa, autodidacta, el corresponsal leal y cumplidor, dice adiós con la satisfacción de haber dado cuenta de tantos y tantos acontecimientos, en algunos de los cuales, fue, además, partícipe activo. En cualquier otro ámbito, sería un corresponsal más. Para nosotros, para aquel equipo inigualable de Radio Popular, desde luego que no.
Ahora, queriendo disfrutar de la familia y de los amigos, sacrificados durante muchos años para atender los deberes de informar, buscará tiempo para dedicarse a la Fundación proyecto Don Bosco y al coro de La Concepción.
Lo hará con el mismo espíritu del eficaz corresponsal que fue.
¡Gracias y suerte!

EL DIA DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR (AUNQUE PAREZCA RARO)

La primera fue la del abuelo paterno.

-Yo nunca he escrito en esa máquina-, debí decirle con cara angelical, impactado por el tecleteo y la impresión en aquel papel cuartilla.
-Algún día escribirás-, replicó él, sentado en la mesa del viejo comedor, casi descartando que accediera al artilugio con tan temprana edad.
Era una ‘Remington’, pequeña, pero parecía gigantesca. Aquel objeto debía estar activando los resortes de la vocación.
Y vaya que si escribimos. Las primeras crónicas, los primeros artículos, aún en el primer curso de bachillerato, las rudimentarias ediciones de aquellos intentos de periódico escolar. Lo cierto es que al principio fue la máquina, la máquina de escribir, compañera indispensable hasta su agotamiento, hasta que fue reemplazada por tal suerte de dispositivos que la liquidaron sin remisión.
Han instituido un Día Mundial de esa obsoleta e inservible máquina. Se celebró el 23 de junio pasado. Pasó inadvertida la fecha, como era de prever, pero en algún lado lo habrán celebrado. Puede que los coleccionistas. Puede que en el futuro tenga otro relieve, siquiera acordándose de una conmemoración en vísperas del universal san Juan y su fuego purificador.
Después de aquella ‘Remington’ vinieron otras. Una, en forma de regalo como premio por haber alcanzado cierta cantidad de pesetas en la libreta de ahorros. La entregó en persona el director de la sucursal. Era la ‘Olivetti’, con sus formas modernistas en azul y blanco. Se conserva. Con su estuche y todo. Descuiden: no está en venta.
Luego, también de reducido tamaño, pero valiente y predispuesta en cualquier rincón, hasta en la mesilla de un avión, funcionó la ‘Olympia’, nombre de cine y connotaciones griegas que alumbró no pocos originales, trabajos personales de la formación, además de periodísticos.
Y en las redacciones que íbamos frecuentando estaban las de otras marcas y las de carro más largo: ‘Imperial’, ‘Underwood’, ‘Mercedes’… Hasta una ‘Burroughs’, color caqui, aparece en la memoria.
Escribimos, a veces aporreando el teclado cuyas letras palidecían entre el sudor, la grasa y la debilidad de la pintura. Siempre el ‘qwerty’ de la segunda línea, bajo los números, tan recurrente para quienes habían cursado clases de mecanografía. Aprendimos y nos familiarizamos con la carcasa, con el tabulador, con la barra espaciadora, con el carro, con el tilín que anunciaba que se agotaba el espacio… Memorizamos su sonido instrumental, inmortalizado por Leroy Anderson, y del que circulan numerosas versiones de muy distintas orquestas. Escribimos, con ellas sobre la mesa, y luego a bordo de carritos con ruedas para facilitar el desplazamiento. Cuartillas, folios, papel milimetrado… Con goma de borrar en forma de lápiz rematado con una escobilla para despejar los restos. Y con papel carbón, aquel que se utilizaba para hacer copias, alguna de las cuales salía tan difusa que era ilegible. El cambio de carretes, obligado, cuando perdían tinta -algunos venían bicoloreados, rojo y negro- se convirtió, igualmente, en una prueba de destreza.
Hasta que aparecieron las eléctricas y la escritura mecanográfica cobró otra dimensión, sobre todo por la agilización en la producción y por una mayor facilidad para corregir los errores. Primero, la ‘Canon’; pero, sobre todo, la ‘Brother’ que había sido regalada por alguien muy querido y que un voraz incendio en la vieja Casa del Pueblo de la localidad destruyó con enorme pena, fueron las últimas antes de ceder el testigo a los ordenadores y a los nuevos sistemas de computación, siempre en permanente evolución.
Más grandes, mejor diseñadas, aún puede verse algunas unidades en departamentos de las administraciones o en dependencias donde la modernidad no ha entrado del todo, como si estuvieran disponibles para un postrero servicio. Han dejado de fabricarlas. Quizá por ello los coleccionistas y los propietarios de museos hablan ya de joyas y de obras de arte. Una foto, un cuadro, una composición son un motivo obligado para la nostalgia.
Alguien se apiadó de ellas, de su impagable aportación, e instauró el día en que se conmemora su invención, atribuida, por cierto, al norteamericano Lathan Sholes. Ya saben: 23 de junio. Los que aprendimos y nos curtimos con su funcionamiento debemos estar agradecidos.

(Publicado en Tangentes, número 48, julio 2012)

sábado, 14 de julio de 2012

DESASTRE CÍVICO


Con el título Fiesta, sí; desmadre, no, en julio de 2010 publicábamos un artículo en el que glosábamos la preocupante deriva del martes de la embarcación en el programa de las Fiestas de Julio del Puerto de la Cruz. Pese al innegable fondo constructivo con que estaba escrito, no gustó a algún responsable que habrá tenido que reconocer que no íbamos descaminados, tal fue así que, justo un año después, lo reproducíamos aportando nuevas apreciaciones que servían para contrastar la necesidad de tomarse en serio una dimensión lúdica de considerables proporciones que no sólo desnaturalizaban ambientes y tradiciones de ese portuense martes por antonomasia sino amenazaban con desbordar la propia capacidad de la ciudad y sus recursos para absorber una superpoblación coyuntural con ganas de diversión fácil en un ambiente propicio así como la organización misma.
Lo ocurrido el pasado martes en la ciudad confiere plena vigencia al artículo reproducido y pone en evidencia que se han confundido los planos: un macrobotellón, una aglomeración de miles de personas, muchas de las cuales consumen alcohol y se divierten con frenesí desde primeras horas de la mañana, han sustituido el fervor religioso y los aires costumbristas de la jornada. Cualquiera diría, siguiendo escrupulosamente el curso y los acontecimientos de la misma, que el Puerto está en crisis, que andamos en crisis. Vaya manera, desde luego, de “sufrirla”.
Esa superposición de planos alienta el dilema de la incompatibilidad entre los valores convencionales o tradicionales y los nuevos modos de diversión, incentivados por hechos a la larga perniciosos, como pueden ser la instalación de barras de despacho en los exteriores de bares y cafeterías, suplementadas con música que, por ritmo y volumen, según se quiera, espanta o anima. Es evidente que, en algunas fases, la incompatibilidad es manifiesta. Y como cuando se quiera curar o arreglar, en las condiciones que son fáciles de adivinar, ya sería tarde, lo mejor es prevenir, educar y corresponsabilizar. Era nuestra tesis de los artículos anteriores sobre el particular: el tiempo nos ha otorgado la razón.
Este desastre cívico que fue el martes -“cualquier portuense se siente avergonzado”, dijo encendido, en una tertulia de la plaza, un profesional de la construcción habitualmente muy dolido con los males que aquejan a la ciudad- fue de tal calibre que la alcaldía hubo de emitir un comunicado, cuando ya las redes sociales eran un clamor y los medios de comunicación daban cuenta de los hechos casi como una crónica de sucesos, apelando a medidas futuras para evitar una mayor degradación de la fiesta. Algunas de ellas, por cierto, como no despachar alcohol a menores, sobran. Ya están en normas, queremos decir. ¿Y la ordenanza, aquella célebre ordenanza que regulaba y penalizaba, supuestamente, ciertos hechos y ciertas infracciones? ¿Alguien se acuerda, alguien ha hecho algo por rescatarla e intentar aplicarla?
De modo que, causado ya el daño, servido ya el desmadre, mucho habrá que trabajar para reconducir la celebración y recuperar sus valores cívicos, entre los que están, por supuesto, los de la participación y la diversión. Y esa tarea no es sólo edilicia. Entidades sociales, colectivos sectoriales, los propios responsables religiosos y expertos o estudiosos de celebraciones festivas masivas deben afrontar lo que es un problema cuyas consecuencias futuras son impredecibles. Cualquier cosa puede suceder si brota una chispa, si ocurre un incidente.
Hay que distinguir los planos si no queremos revivir chifladuras de Berlanga, si pretendemos corregir el desmadre. O se llena de contenido y de paso se renueva el programa festivo -¿no es una jornada alusiva al mar?, pues venga, a imaginar la de cosas que se pueden hacer junto a él-; o se ambienta adecuadamente la celebración, impidiendo la proliferación de factores que la distorsionen; o se respeta la manifestación religiosa -sin necesidad de retroceder a rígidos esquemas del pasado- o mucho nos tememos que el desmadre cívico de 2012 -desgraciadamente, así pasará la historia- se acentuará.
Con penosas e indeseadas consecuencias, claro.

viernes, 13 de julio de 2012

UN GRITO DE ENSAÑAMIENTO

El grito, porque lo dijo gritando, es la expresión de un sentimiento. Y no era insincero, por su parte. Ya le habrán llamado la atención, seguro; pero otros la habrán dado unas palmadas de ánimo para sobrellevar el trance. Hay quien en este maremágnum de la crisis se gana a pulso un puesto en el escenario, aunque dure eso, un grito simple, tres palabras no más, y ya lo ha conseguido. Se podría escribir su chillido de gloria pero no, no lo es. Gloria ninguna. Quien desde un escaño parlamentario profiere un "¡Que se jodan"!, en alusión a los desempleados, cuando un presidente desbordado anuncia más reducciones que les afectan, no puede pasar de una consideración de bochornosa y reprobable insolidaridad. Ha desahogado su sentimiento de forma suficientemente clara. E indicativa de lo que le inspira la situación de paro en multitud de familias. Es probable que ella no tenga en su entorno y por eso se habrá ensañado. Porque ha sido el grito del ensañamiento, ¿verdad? 
El triste sino de los parados: a joderse tocan. Lo dicen -bueno, lo gritan- desde los bancos donde se sientan los que apoyan al Gobierno, los que aplaudían las medidas que empobrecen, merman la clase media y desmontan el Estado del bienestar.
Su señoría, la diputada popular Fabra, ni siquiera merece la condición de partiquina. Esa expresión de desprecio sólo merece reprobación. Y quedará grabada en la triste historia de todo este calvario que no se sabe cómo y cuándo va a terminar.

jueves, 12 de julio de 2012

¿QUÉ APLAUDÍAN SUS SEÑORÍAS?


Circulaba ayer tarde en las redes sociales una comparación fotográfica muy ilustrativa: a un lado, la ministra italiana de Trabajo, Elsa Fornero, en pleno llanto que no pudo contener el día en que daba a conocer medidas de reajuste económico y pronunciaba la palabra ‘sacrificio’; y a otro, los diputados del Grupo Parlamentario Popular en las Cortes, de pie, aplaudiendo al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, después de que éste pegara el tiro de gracia al Estado del bienestar con las determinaciones económicas más duras de la democracia.
¿Qué aplaudían sus señorías? ¿Las brutales medidas que vuelven a rascar los bolsillos de lo que queda de la clase media española? ¿La reducción de la prestación por desempleo? ¿El incremento del IVA en tres puntos porcentuales? ¿La supresión de la paga extra de Navidad a los funcionarios? ¿La reforma de las pensiones? ¿La reducción de la representación popular en los ayuntamientos? ¿Qué aplaudían?
Ni que hubiera hecho la mejor faena oratoria de su vida el presidente del Gobierno. Ni el culto político elevado a notables potencias hubiera merecido ese aplauso. Porque ni una sola medida de las señaladas beneficia a la mayoría de los ciudadanos ni favorece los intereses generales. De verdad, ¿qué aplaudían?
¿Se imaginan cómo sería de atronadora la ovación si el presidente Rajoy anunciara una bajada impositiva? ¿O si dispusiera un programa de becas que permitiera cursar estudios a alumnos que difícilmente podrán hacerlo? ¿O si dotara a la Ley de Autonomía y Dependencia Personal de recursos económicos suficientes para ampliar la cobertura? No es exagerado imaginar el trueno prolongado de sus palmeros (personas que acompañan con palmas los dichos y los anuncios) a la vista de tan sustantivas disposiciones pensadas, claro está, para beneficio de los españoles, especialmente de aquellos que más lo necesitan.
Ya puestos, aplaudían -se aplaudían- el rulo inmisericorde de un programa de reformas que no se detiene ante nada. Bueno, sí: ante los delitos fiscales, ante la evasión de capitales, tan generosamente tratados por un Gobierno que penaliza a quienes cumplen con sus obligaciones y condesciende con quienes demuestran no tener escrúpulos a la hora de manejas sus ganancias y sus excedentes.
El pensador y premio Nobel de Economía, Paul Krugman, lo ha sentenciado en un artículo publicado en The New York Times: “Las medidas de Rajoy no tienen ningún sentido… ¿De qué va a servir ahogar la maltrecha economía española y sumir aún más a los ciudadanos en un pozo sin fondo?”. Krugman da a entender en el título de este trabajo “el dolor inútil en España”.
Pero aplaudieron y sonrieron de oreja a oreja. El tendido exteriorizaba el contento que le producía la faena del jefe, no importa que haya más desempleados el mes que viene, merme la capacidad adquisitiva para afrontar gastos domésticos, haya menos profesores o los servicios sanitarios estén bastante bajo mínimos, nunca mejor dicho.
Aplaudieron acaso porque no pueden hacer otra cosa. Porque no hay argumentos, porque explicar lo inexplicable es imposible y porque la cuadratura del círculo, también.
Fue una escena poco edificante, lamentable de verdad. Una cosa es animar y entusiasmarse, no importa que el jefe haya estado regular o tibio, y otra muy distinta esa suerte de pleitesía anacrónica expresada de pie, para más inri.
Y esa era el contraste que supo atrapar quien hizo la composición fotográfica: lágrimas de una ministra italiana a la que seguro dolían las medidas que transmitía a la ciudadanía y aplausos de una bancada parlamentaria que, lejos de estar preocupada por la reacción y las consecuencia de lo que el jefe acaba de largar, se esmeró en dedicarle gráficamente su reconocimiento.
Para eso hay mayoría. ¿Y qué? 

miércoles, 11 de julio de 2012

Y PESE A TODO, ALGO FUNCIONA


Le preguntan a Angels Barceló, conductora de Hora 25 (Cadena SER),en JotDown, si hay algún  miembro del Gobierno que lo está haciendo bien. Responde que ninguno. ¿Y el que más está patinando?, nueva interrogante. “El propio presidente del Gobierno”, afirma tajantemente. Y cuando le piden el mayor fallo que tiene, su contestación no es menos contundente:
“No contarle a la gente la verdad. Tengo la sensación, y lo he dicho mil veces en antena, de que piensan que somos tontos. Piensan que nos pueden engañar con los eufemismos, que es lo más típico y lo más tópico. Y no pueden. La gente es mucho más lista de lo que se piensan. Y es que, a pesar de ellos, este país sobrevive, se levanta cada día, y lo poco que funciona, funciona. Tienen un gran desprecio hacia la gente”.
Tomando al pie de la letra las consideraciones de Barceló, primero: faltar a la verdad; después, tomar a los ciudadanos por tontos, sujetos de engaño sistemático sin que pase nada; y tercero, que la gente es despreciada, así, sin más, llegamos a la conclusión de que crítica tan severa y no menos objetiva es un golpe, junto a otros análisis mediáticos, a la línea de flotación de la credibilidad del ejecutivo. Barceló es una prestigiosa profesional; el programa que conduce, con una audiencia millonaria y un probado mosaico pluralista, una suerte de oráculo; y sus apreciaciones siempre fueron muy tenidas en cuenta.
Su interpretación de la realidad se puede compartir. El gobierno del Partido Popular, que flaquea en el ámbito de la comunicación desde el principio del mandato, aparece presionado hasta la obsesión por hacerse con el control de la RadioTelevisión pública. Es lo único que le preocupa. Y claro, falla en lo esencial: aún admitiendo que los políticos mienten, nadie lo hizo antes desde la esfera gubernamental con tanta reiteración y tan visiblemente. Acaso sea ese el fundamento del desprecio del que habla Angels Barceló.
Precisamente en tiempos que la ciudadanía reclama verdades, después de tantos episodios que han alimentado el descrédito de la clase política en general, las actuaciones gubernamentales se caracterizan por significar justamente lo contrario de lo que se anunciaba. Pero el caso es que eso no parece hacer mucha mella si repasamos los resultados de sondeos de opinión. No es elevado aún el desgaste, aunque sí constante, lo que revela un cierto grado de resignación en la ciudadanía que ya conoce de mentiras, escándalos, restricciones por doquier y subida de impuestos. Todo eso, unido a los gestos y a los errores de comunicación, que son de principiantes, desde luego, debería haber erosionado al ejecutivo. Hasta se entendería, cubierta la mitad de la legislatura, pongamos por caso. Pero aquí, al cabo de sólo siete meses, no se tiene esa impresión. Quizá por ello mismo, el Gobierno sigue confiado o confiando en que los españoles están asimilando sus controvertidas medidas.
El problema para Rajoy y los suyos es que cada vez son menos los que consideran serio al Gobierno. Pero es una dificultad atenuada si se la compara con la que realmente tienen los propios incondicionales del partido gubernamental, a quienes faltan argumentos para defender las cosas que realiza y cómo las realiza. El enemigo, por tanto, no es la hemeroteca, que también, sino la carencia de respuestas sólidas para los incumplimientos y la inexistencia de alternativas a los recortes y al desmantelamiento.  
Dice Barceló que, a pesar de los pesares, a pesar de las reformas incesantes, este país sigue levantándose cada día “y lo poco que funciona, funciona”.
Menos mal.

martes, 10 de julio de 2012

CARICATURAS DE JORDÁN


Sus trazos son lo suficientemente sencillos como para que el observador intente de inmediato identificar al personaje. Cualquiera diría que aquel hombre tan serio, pero siempre atento y correcto, era capaz de caricaturizar a sus compañeros de caminatas, a sus amigos, a personajes públicos de la época. El género es de los que obligan a esmerarse, a interpretar con la máxima fidelidad. Y eso sólo es posible con una observación constante, con el repaso visual o fotográfico de quienes van a pasar a la posteridad de forma tan peculiar.
Más de sesenta caricaturas de Vicente Jordán Hernández cuelgan en las paredes del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Algunos recordábamos una exposición anterior, también de caricaturas, allá por 1990, en la sala de Arte y Cultura de CajaCanarias. En esta ocasión, como que hubo más calor humano, de modo que entre las evocaciones de entonces, los rescates de ahora y las ganas que siempre aparecen cuando de artistas locales se trata, el acto de inauguración, inevitablemente impregnado de cierto aire nostálgico, resultó gratificante. Cómo hubiera gozado, por cierto, el doctor Alfonso Morales, quien dio fe entonces, en la prensa tinerfeña, de aquella convocatoria. El, que descubrió “los silencios” de Jordán, los hubiera ratificado
El caricaturista plasmó a los componentes de la célebre Peña Baeza, entre los que aún el doctor Luis Espinosa, por quien no pasan los años, presente en el acto, aún puede contar no pocas andanzas de aquellas excursiones que hacían sábados, domingos y festivos, conociendo los vericuetos de la isla. Cuando no se hablaba aún de naturalismo o del cuidado uso de los recursos naturales ya ellos los practicaban. Telesforo Bravo, Paco Ortiz, Imeldo Bello Baeza… Por si acaso, Vicente Jordán se encargó de inmortalizar sus caminatas y sus aventuras de mayores en aquel volumen, Tenerife a pie, editado por el Cabildo Insular de Tenerife. Pero este ‘suplemento’ gráfico viene pintiparado.
Alcaldes, con sus gestos adustos, también inspiraron a un Jordán que tuvo en el dibujante Luis Bagaría una referencia de cómo conducirse con el lápiz y ante la lámina. Isidoro Luz, Santiago Baeza, Felipe Machado González de Chaves, Félix Real… Los hermanos Pérez Trujillo, Domingo y José, amigos suyos, están en la colección, de la que forman parte personajes que alcanzaron en el Puerto una notoria popularidad, casos del doctor Celestino Cobiella, el padres Flores, Andrés Martín, Eladio Santaella Antonio Ruiz, Luis Castañeda o Manuel Yanes Barreto.
No hacía distinciones; desde los señalados como destacados en distintos ámbitos hasta los más cercanos o callejeros como fueron Jesús Hernández ‘el Maestro’, Paco Marrero  o Ramón Torres. Como buen portuense que no se conforma con lo que tiene en casa, se fijó, asimismo, en ciudadanos de otras localidades, como Egon Wende, García Bartlet o Vicente Miranda. Ya en sus últimos años tuvo arrestos para trazar a políticos autonómicos de postín como Jerónimo Saavedra, Victoriano Ríos y José Miguel González. Dos mujeres aparecen en la serie, Minita Carmona y Margalida Hernández.
Nicolás Rodríguez, presidente del Instituto, e Isidoro Sánchez, destacado promotor de la Sociedad para la Promoción Cultural Canarias en Europa y yerno de Vicente Jordán, antecedieron a la visión de Cayetano Barreto, o Rafael Abraham, al que las caricaturas de Jordán sugieren un desfile silencioso y animado de personas y personajes que sabían, más o menos, de la afición del autor. Hoy ya son parte de su legado, redivivo en una calurosa tarde de julio, vísperas de las fiestas que hoy, por cierto, congregan a los portuenses en torno al fervor marinero.

lunes, 9 de julio de 2012

PAISAJE DESPUÉS DEL CONGRESO


Superado el XII Congreso entre desconcierto e insatisfacción, al socialismo canario aún le quedan unas cuantas etapas de montaña para culminar su aspiración de reasumir un liderazgo político, muy menguado desde el punto de vista electoral. Las convocatorias congresuales insulares del próximo otoño y la renovación de las agrupaciones locales antes de que termine el presente año, o durante los primeros meses del próximo, serán unas duras pruebas para contrastar si está en condiciones de recuperar espacios políticos -todos esos que se diluyen entre el desencanto generalizado y las expectativas que generan otras opciones no necesariamente configuradas como organizaciones partidarias- y respaldos electorales.
            Duras pruebas porque el viento de la inquietud social no sopla a favor. Peor se puede poner porque estudios de opinión revelan que, a pesar de todas las medidas gubernamentales encabezadas por Rajoy, el desmantelamiento del Estado del bienestar y la peor comunicación que se recuerda pese a los aliados mediáticos, el supuesto desgaste no es aprovechado por el primer partido de la oposición. El pueblo español parece resignado: confiamos en la derecha, nos ha engañado masivamente, se contradice, gobierna en contra de la clase media, elimina derechos, abre brechas sociales sin ton ni son y sube impuestos. Pero es lo que hay y qué más da, qué harían los otros. Es la conclusión.
            El caso es que el socialismo canario está ante el dilema de saber aprovechar el poder institucional del que dispone y fortalecer la organización para poder ofrecer una alternativa innovadora y creíble a la crisis que se vive en Canarias. Ya hemos dicho que no es un problema exclusivo de del PSC, que el desapego de los ciudadanos hacia la política y, en concreto, hacia los partidos, debe hacer reflexionar a éstos, a sus bases y a sus aparatos directivos que no sólo están tardando demasiado en dar respuestas convincentes sino que se pierden en pugnas intestinas cada vez más personalizadas y radicalizadas, equilibrios de territorialidad y café para todos que semejan la cuadratura del círculo, debates nominalistas y adhesiones inquebrantables. Así es difícil devolver ilusión y producir renovación.
            Es verdad que la gente quiere partidos serios, sólidos y cohesionados. Pero no es menos cierto que también quiere saber lo que ofrecen. Y así, una semana después del cónclave socialista de Adeje, poco o nada ha trascendido de lo aprobado y resuelto allí, de lo que quieren hacer los socialistas en asuntos tan dispares como la modificación del Estatuto de Autonomía, el modelo energético, las políticas sociales y la progresiva devaluación de lo público. Faltan elementos y las concreciones en el paisaje.
            Está demorándose, sí, la nueva dirección en realizar un ejercicio didáctico intramuros y explicativo ante la ciudadanía que refleje cuáles son los objetivos y cuáles son los caminos. Cuando se pide preservar señas de identidad, desde la propia actuación en las instituciones, eso sólo es posible con una comunicación fundamentada, fluida y constante. Una comunicación que empieza por tener presencia, activa y física, en la sociedad. Es asignatura, desde luego, salvo en alguna isla, flaquea y sigue pendiente.  

sábado, 7 de julio de 2012

LA ENSEÑANZA DE PERSONAS ADULTAS NO TIENE QUIEN LA ACOJA


Desmantelado el Estado del bienestar, la cuestión ahora es cómo sobreviven los náufragos. Ya se ha visto que hasta los que parecían pilares intocables, educación y sanidad, se están resquebrajando. Los rigores de la crisis y las contradicciones del Gobierno de la nación, al que tampoco se le ve mucha voluntad política que digamos -y menos, alternativa- se llevan por delante dos sostenes de la sociedad de nuestros días. Ya nada será como antes.

Puerto de la Cruz tiene un claro ejemplo de lo que hablamos: el Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA) no tiene quien le acoja. La situación es crítica desde el momento en que el gobierno local ha respaldado una iniciativa de la alcaldía para que el CEPA abandone las dependencias de la Universidad Popular Municipal Francisco Afonso que le habían sido cedidas provisionalmente. Hablamos de unos mil trescientos alumnos, no solo de la ciudad turística, sino de municipios limítrofes; y hablamos de enseñanzas de Alfabetización, Secundaria, Acceso a la Universidad a mayores de 25 años, Inglés, Cualificación profesional de confección y preparación de acceso para el ciclo de Grado superior, entre otras materias que se imparten.

El Ayuntamiento ofrece como alternativa el traslado al colegio infantil primaria César Manrique pero la inspección de la consejería de Educación del Gobierno de Canarias lo considera inviable. Alega el alcalde la necesidad de recuperar las aulas así como de racionalizar el funcionamiento de la Universidad Popular y los gastos añadidos que el CEPA comporta. Pese la inviabilidad señalada, el gobierno local se mantiene en que, finalizado el presente curso, no habrá más clases ni actividades del CEPA en las instalaciones que venía ocupando en el inmueble de la calle Mazaroco. Ojalá ese planteamiento signifique tomarse en serio de una vez la revitalización del Organismo Autónomo Local (OAL) hasta el punto de garantizar la continuidad de la propia UPM. Porque no queremos pensar en otras salidas que equivalgan a desentenderse casi por completo de estas políticas sectoriales y de los espacios físicos donde desarrollarlas.

A la espera de la evolución del contencioso que se adivina, la conclusión es preocupante: se pierde una opción de enseñar y aprender. La desazón de Mercedes Lima, la tenaz directora del Centro de Adultos, tiene que haberse acentuado. Son ya varios años de lucha con la angustia de la provisionalidad. El alumnado es el gran perjudicado y la incertidumbre de este limbo en el que ahora mismo se encuentra, es decir, ni UPM ni el colegio César Manrique, en pleno proceso de matriculaciones para el próximo curso, sin atisbos de soluciones estables a corto plazo, es más que inquietante.

Más sensibilidad, más diálogo, más acercamiento, más cooperación interinstitucional… Son conceptos que se repiten, ideas ya reiteradas pero que es inevitable hacerlo cuando se palpa que no hay soluciones. Es como predicar en vano, la verdad. ¡Cielos! Una educación sobre la que pesan riesgos de desertización. Y encima, desde La Orotava se han apresurado con la oferta de unos locales para albergar el centro. Sería, de consumarse, otra pérdida para un Puerto de la Cruz que, hasta hace poco, fue abanderado de políticas sociales, entre ellas, las educativas.

¡Qué lástima!


martes, 3 de julio de 2012

SUPERAR EL DESAPEGO


Un breve recorrido por las redes sociales, un par de conversaciones con amigos más o menos entendidos y un somero examen de algún estudio sociológico sobre el particular convergen en la misma conclusión: los partidos políticos atraviesan en nuestro país acaso su etapa más crítica desde el advenimiento de la democracia. En recuperar la confianza de la ciudadanía, tal es el desapego hacia la política en general, deberían concentrarse casi todos sus esfuerzos y la mayor parte de sus estrategias: el sistema puede correr peligro.
            Las organizaciones políticas han perdido credibilidad y la gente se ha cansado. Aquel eufórico florecimiento de opciones en los primeros años del pluralismo libre y democrático dejó paso a la teórica estabilidad derivada de dos grandes partidos que en tanto van alternando la estancia en el poder en cuanto observan y procuran modular las relaciones con los partidos nacionalistas en la confianza de que los sentimientos que alimentan estén siempre bajo control. El panorama es similar en casi todo el país. Sólo las fluctuaciones electorales inclinan la balanza.
            Tras la estabilidad y la consolidación del bipartidismo, asistimos a ese preocupante fenómeno del desapego, alimentado por las penurias de la crisis, pero también por los escándalos descubiertos en instituciones y poderes públicos; por los comportamientos inadecuados y reprochables de algunos cargos públicos y, sobre todo, por la carencia de respuestas firmes y directas de los propios partidos a los problemas más acuciantes de amplios sectores de la sociedad.
            Está siendo muy lenta y muy limitada la reacción de las organizaciones políticas para asimilar el momento histórico que se vive. Es como si no hubiera conciencia en los núcleos dirigentes y en las propias bases de que estamos ante una crisis estructural, de capacidades y de modelo. Una crisis en la que la política ha empequeñecido ante los mercados y las manos negras que tanto aprietan hasta apenas dejar los resquicios para la evasión de capitales y amnistías fiscales. Lo que queda del Estado del Bienestar, para entendernos, es apenas un foco de resistencia, una referencia, todo lo más, de una etapa que ya no volverá.
            Los partidos políticos deben replantearse muchas cosas para superar el trance. Ahí tienen fenómenos sociales como el del 15M que son espejo de lo que disgusta a la gente. Han surgido, entre otras cosas,  porque desconfían de la actitud de los partidos y de su funcionamiento. Mientras ahí se fragua, posiblemente, otro modelo de participación y reivindicación social, las organizaciones partidistas deben elaborar su propia alternativa. Está bien que debatan más y sin corsés, está bien que renueven y vayan arrinconando los nominalismos, está bien que flexibilicen sus canales de participación y que las bases, por fin, sean dinámicas y reacias al inmovilismo y la manipulación. Pero sus intereses cortoplacistas o electorales no bastan. Ahora está en juego mucho más: ni más ni menos que frenar la incredulidad de la ciudadanía; ni más ni menos que producir alternativas para motivarla y vertebrarla. Sin bagaje ideológico, no hay nada que hacer.
            Parece increíble pero es así: para revitalizar la democracia.

lunes, 2 de julio de 2012

ESPLENDOR EN LAS CANCHAS

Esplendor balompédico español, con su triunfo arrollador e indiscutible en la Eurocopa de naciones. La historia ya tiene un capítulo nuevo, escrito por la mejor generación de futbolistas que haya parido el país. Además de los títulos, en cuatro años, está el juego, una concepción distinta, una forma de entender cómo hay que afrontar un encuentro de competición. 
Sangre canaria, por cierto, en esa generación, uno de cada lado, para que el equilibrio sea perfecto y para que las aportaciones de uno y otro, Silva y Pedro, sean ponderadas como hay que hacerlo: valiosas, sustanciales.
Además de los valores que caracterizan ese juego, los otros, los que se adicionan para completar el cuadro: caballerosidad, deportividad, respeto al adversario... Lo tienen todo. Hasta un director técnico que casi siempre acierta y cierra los debates sin estridencias... y con aciertos. En otros países se han sorprendido de que, aún teniéndolo todo, aparecieran controversias que luego se evaporaban con goles, el lenguaje de los ganadores y de los campeones.
Esplendor para el éxtasis porque las calles y las plazas fueron una fiesta popular, porque la alegría es contagiosa y hasta las mujeres que hasta hace nada rechazaban la pesadez del fútbol también se han sumado a la celebración. Qué bueno es ganar. O tener un seguro de victoria. Y qué fácil ha prendido el sentimiento.
Y una válvula de escape. Porque los goles y los festejos, los títulos y el nivel alcanzado no deben hacer olvidar cuál es la realidad del país, donde los males y las incertidumbres ya se conocen. Cuando baje la marea de la euforia y de la alegría ilimitada, veremos de nuevo las cifras del paro, del copago farmacéutico, de la vergonzante e inmoral amnistía fiscal y el incremento del coste de la vida, apagado, inadvertido, entre tanto grito, tanto claxon, tanta bandera y tanta celebración.
Cuando no ruede el balón, en efecto, la cruda realidad de un país que se ha desahogado durante unas fechas y ha dado rienda suelta a esa particular catarsis que omitió la palabra crisis.