Ha dicho el polifacético Pablo Carbonell en Jot Down que “hace falta un periodismo
que saque los colores a la gente”. La gente sirve para englobar, por tanto,
cabe interpretar que este artista que ejerció de reportero en aquella célebre
versión de Caiga quien caiga (CQC), en
Tele 5, ha querido referirse a
políticos, cargos públicos, deportistas, profesionales de toda laya,
faranduleros, personajes de muy variada condición, osados, intrépidos, cuerdos
y desequilibrados, colgados, aspirantes, casquivanos, pronudistas y
periodistas, por supuesto.
Él se
confiesa que no lo es, conste. Ejerció como reportero de a pie durante más de
seis años. Pulsó, por consiguiente, la realidad de quienes se muestran al
público y habrá entendido lo difícil que es lidiar con la fama y la
popularidad, con los afanes de protagonismo y lucimiento, con el sonsonete
monocorde de algunos, con los esquivos y los impedimentos forzados, con la
altanería de otros, con el aburrimiento, con el desenfado, con la arrogancia y
el desdén… De todo habrá encontrado. Unos lo sobrellevaron bien; otros se
habrán cuidado de eludir su acoso o de dar instrucciones tajantes para que ni
se acercaran.
De ahí que
piense que hay que sacar los colores al personal. Aunque es muy subjetivo por
nuestra parte, quizá debió añadir: “Sobre todo, a quien se lo merece”. En esas
relaciones apresuradas de los dos primeros párrafos, puede encontrarse a un
montón.
El
periodismo, es verdad, está para eso, para poner en evidencia. Depende también
de cómo se haga. Porque ocurre que igualmente hay periodistas, colaboradores de
medios o de programas, entrometidos y telepredicadores cuyo papel es merecedor
de crítica o reprobación. Y hay que sacar los colores. Quizá por no haberlo
hecho, por no haber enseñado o cortado a tiempo, por no haber orientado
adecuadamente o por no marcar con claridad los límites o por no haber corregido
de manera apropiada, han pasado -están pasando, además del drama del desempleo-
tantas cosas desagradables, hemos leído y escuchado tantos disparates y hemos
visto verdaderas atrocidades. Ha faltado, por lo general, destreza pero hay que
darse cuenta de que promotores, propietarios o editores de medios y programas
no conocían el mundo de la comunicación ni nociones de cómo conducirse,
periodísticamente hablando. Difícilmente podían ponerse a orientar y corregir.
Es más, puede que ni les interesara, en plena era del vale todo. Con tal de
contentar a quien ponía las perritas, de autoengañarse con los índices de
audiencia, de afianzar la precariedad en el empleo y de cerrar unas cuentas
anuales con unas ganancias para seguir tirando, servía.
Carbonell,
en una jugosa entrevista, cuenta algunas experiencias de esa etapa, “cuando
disparábamos con balas de goma” y cuando Wyoming, poco menos, era considerado
un radical poco moderado.
Lo bueno de
sacar los colores, por emplear los mismos términos -en periodismo, tiene sus riesgos, claro que
sí- es que pone a prueba la humildad de la gente y contribuye a desmitificar
muchas situaciones y a muchos protagonistas. No es el género de la denuncia
sistemática sino el tratamiento tan respetuoso como desenfadado de la
idiosincrasia, de unos hábitos y de unos perfiles sociales y culturales que, en
ocasiones, han ido demasiado lejos.
Como la cosa
va a peor, tengamos presenta la reflexión de Pablo Carbonell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario