miércoles, 18 de julio de 2012

NO ES LA NOCHE


Anghel Morales, editor, le echó desparpajo, entusiasmado con su proyecto Generación 21; Juan Bosco, introductor, con su prodigiosa voz de siempre, cautivó leyendo fragmentos que encendieron aún más su interpretación y el aprendizaje de las imágenes literarias; y Carlos  Cruz García, autor, desgranó algunas claves de su segunda novela, No es la noche (Ediciones Aguere/Ediciones Idea), en la que ha querido plasmar la tensión social, las preocupaciones particulares de la gente, “un caballo que va muy a tirones” sobre el desarraigo del sur tinerfeño, donde centra la acción que, en el fondo, entraña una ausencia de comunidad que, a su vez, es una falta de comunicación.
            Lo había propuesto Bosco, muy espontáneamente, una suerte de comentario de textos con las preguntas y las apreciaciones de los asistentes a la presentación del libro en un repleto Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias. Y redondearon un ejercicio sobresaliente, lleno de matices, de explicaciones y de sugerencias en torno a una escritura pasional que cristaliza en un texto osado por cuyas aguas complejas navega el autor con solvencia y con el estilo atrevido de su novela anterior, H., a la que se refirieron presentador y el mismo autor como germen de esas situaciones literarias que, plagadas de misterio, van concatenándose hasta lo recóndito y hasta la búsqueda incesante de su resolución.
            Entonces, auditorio, crítico y novelista disfrutaron a medida que los pasajes y las claves de No es la noche iban “sucediéndose a trompicones hasta hacerte chocar con las ideas”, en atinada definición de Juan Bosco quien dijo haber aprendido muchísimo con un texto que se va desarrollando en las diferentes mentes que operan en la historia, donde Eva y Juan, los personajes principales, encarnan, pese al escaso diálogo que su creador les confiere, los conceptos que le interesaban plasmar a partir de un primigenio suceso de violencia de género que, en cualquier caso, no es el principal pues hay mucho material (emigración, multiculturalidad, desempleo, acoso laboral…) que pone de relieve, con visceralidad, las singularidades del sur de la isla pero no para circunscribirlas pues está claro que el autor quiere ir más allá de las fronteras isleñas.
            En ese “escaparate de la sociedad del momento” (palabras de Bosco), el granado comentario de textos se detuvo también en la dualidad señalada al principio: no hay comunidad, luego no hay comunicación. Pero el propio reconocimiento del autor sobre la escasez dialogante no exime de la movilización de conciencia social que procura con el conjunto del texto que arranca con un adverbio de negación, con un título en negativo que, además de ser un reclamo, termina rompiendo un clímax, los atavismos, esa especie de tragedia que no se retroalimenta en un final que quiere despejar condicionantes o frustraciones y abrirse paso hacia la luz, acaso la luz de la madurez que adivinó Eduardo García Rojas en su crítica de esta novela cuyos lectores descubrirán una copiosidad literaria que permite augurar la conquista de ese puesto destacado en la literatura canaria que, según su editor, viene reclamando desde H.
            Ahora, que tanto mar le siga preguntando por la tierra.
            

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