sábado, 10 de diciembre de 2011

Y LA ESTACIÓN DE GUAGUAS, ¿QUÉ?

Se van a cumplir dos meses de una concentración popular que, sesgada y manipulada a conveniencia, reivindicaba la construcción de un puerto deportivo-pesquero en el Puerto de la Cruz. Es una vieja aspiración que ha chocado con múltiples imponderables hasta representar una de las más notorias frustraciones de la población, muy incrédula cada vez que se habla del asunto a la vista de los escasos o nulos avances para materializar el proyecto, hasta el punto de que a la hora de contabilizar las personas que acudieron a aquella convocatoria, posiblemente sumaran las foráneas o de otras localidades que los propios portuenses.

¿Qué ha quedado desde entonces? Nada ha trascendido del destino de aquellos millares de firmas de dudosa validez, recogidas en pliegos durante los días previos. Y lo más importante, o lo que más pudiera interesar: en los Presupuestos Generales de la Comunidad Autónoma para el próximo año, pendientes aún de aprobación en el Parlamento de Canarias, hay consignación de un millón de euros que, unido a los dos del presente ejercicio y no utilizados, suman tres millones, cantidad desde luego insuficiente para financiar la magnitud de esa obra.

No queda más. O sea, muy poco, casi como al principio, a la espera de que las gestiones y decisiones políticas pudieran impulsar la tramitación, trabada ahora mismo en los vericuetos administrativos. La consideración de interés general y la adscripción de la infraestructura al órgano competente son pasos determinantes para desbloquear. Luego vendría, se supone, el largo y tortuoso peregrinaje -máxime en los tiempos quie corren- para contar con una ficha financiera mínimamente sólida y plurianual, por supuesto, y empezar a creerse que sí, que el puerto es factible.

Hasta que eso ocurra, se fía largo. Lo peor es que hay otras infraestructuras en la ciudad que requieren también de una actuación urgente. Y son más necesarias, desde luego, que el propio puerto deportivo-pesquero.

El ejemplo más claro es la estación de guaguas. Cerrada la que existía por orden judicial, a la vista de los peligros que entrañaban estructuras dañadas, la solución provisional adoptada, consistente en unos espacios habilitados en la avenida Hermanos Fernández Perdigón, una de las más transitadas de la ciudad, es inadecuada y poco funcional. La de problemas cotidianos que se acumulan, en determinadas franjas horarias, es para preocupar. Todo tiene visos de prolongarse: hasta la empresa que presta el servicio ha dispuesto unos locales estables y bien acondicionados porque un par de inviernos, en el mejor de los casos, no se los quita nadie.

La estación es una puerta de entrada a la ciudad. Luego debe ser una instalación que esté en las mejores condiciones posibles. Todos sabemos, más o menos, que sus condiciones de accesibilidad, funcionalidad y operatividad deben estar a la altura de las exigencias de la sociedad de nuestros días que, en materias como el transporte público, se muestra cada vez más escrupulosa. Es la información interior, el mobiliario, los baños, las estancias de espera...

Por la reconstrucción de la estación de guaguas sí habría que hacer una manifestación popular reivindicatoria. En el caso que nos ocupa, tengamos presente la dotación de aparcamientos subterráneos, ubicada en una zona céntrica y que serviría para mitigar la escasez de plazas y contabilizar ingresos a la empresa que la explotaba.

Que se prolongue la actual estampa, entre coches estacionados en la vía exterior, casos de 'okupas' e indigentes y malos olores, es un hecho negativo que refleja decadencia e incapacidad.

Otros ejemplos de actuaciones inacabadas o pendientes de recepcionar serían el polideportivo de La Vera, el que lleva el nombre de Manolo Santaella -si bien aquí ya se ve a grupos de jóvenes practicando, aunque entren o salgan por las paredes laterales cuando la instalación permanece cerrada- y la biblioteca que ocupa la superficie de los antiguos juzgados, anexa a la Casa de la Juventud.

Para estas cosas -se insiste: necesarias- no hay movilizaciones ni sensibilidad. Son bienes sociales y culturales, de clara utilidad para fomentar valores cívicos, participativos e intelectuales.

Quizás por eso mismo, por esa misma naturaleza, nadie, que se sepà, da un paso al frente.

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