César ha regresado. Dio la vuelta al mundo. Era un sueño lo
suyo pero se convirtió en una experiencia vital. Se marchó allá por julio del
pasado año, tras una audaz presentación de su iniciativa en CajaCanarias. Algo
cansado ya de lidiar en las coordenadas donde se desenvolvía, en las
político-mediáticas, se empeñó en demostrar que la emprendeduría empieza por
cada cual, de modo que si había que buscar nuevos horizontes, nada mejor que
poniendo rumbo a lo desconocido, no con ánimo aventurero sino con ánimo de
hacer efectiva esa triple aspiración de conocer otras latitudes, para informar,
para conocer sus costumbres, su realidad, sus culturas y sus usos sociales; de
viajar, para plasmar y contrastar, para saber qué hay y cómo se vive más allá
de nuestra fronteras; y de cocinar y comer, cuáles son los usos, las costumbres
y hasta las tendencias culinarias desde la vieja Europa hasta las Antípodas.
César Sar ha vuelto y nos ha anticipado una parte del
resultado de sus vivencias que ahora convertirá, en una fase de
post-producción, en ese producto que debe llamar la atención de cualquier canal
televisivo que aspire a incluir en los
contenidos de su programación espacios que sirvan para entender qué pasa en el
mundo más allá de la crisis cotidiana. Se necesita suerte, claro que sí, pero
estamos seguros de que el producto es lo suficientemente atractivo y tiene el
gancho adecuado para atraer la atención de quienes tengan capacidad decisoria
para incorporar la serie o lo que sea a sus parrillas. Como no menudean las
innovaciones y como la televisión, en general, está necesitada de ellas,
acreditada la solvencia profesional de Sar, seguro que los itinerarios en los
que ha pensado para contrastar los frutos de su experiencia tendrán final
exitoso. Tan sólo por lo conocido y vivido en primera persona ha valido la
iniciativa. Ahora tiene que demostrarnos que no es un bon vivant: el periodista que va por dentro, quien ya ha explicado
el por qué de su idea, materializará su experiencia -y debe hacerlo sin
vedetismos- sabiendo que eso no va a durar toda la vida.
Sar ha querido emplear el mismo formato de su despedida, es
decir, su expresión dinámica y ágil, apoyada en las imágenes que recopiló. A
propósito, esa fue la gran diferencia: esta vez había algo que mostrar, algo
que tuvo, si se quiere, una secuencia
precipitada e incompleta pero que sirvió para hacernos una idea global de tanto
cuanto ha acumulado. Paisajes de todo tipo, urbanos y campestres, animados y
monótonos, perdidos y atrayentes, ignorados y concurridos, arriesgados y
apacibles, montaña y litoral, gente captada en cualquier lugar, sin distingos,
hasta coincidencias con otros aventureros que hacían lo mismo que él.
Con la misma capacidad de convocatoria, con ganas de
compartir los frutos de sus vivencias, la síntesis de César Sar -eso: un
anticipo, un aperitivo- tuvo como único pero el que se alargó. Pero, claro, hay
que entenderlo: es tanto lo que quieres exhibir y contar, que inevitablemente
hay que extenderse. Hasta eso, el ejercicio de condensar una vuelta al mundo
-con dos pasaportes, varios medios de transporte, una maleta que jamás se
perdió y unos aviones que nunca demoraron su salida más allá de treinta
minutos- es muy meritorio dada la evidente complejidad.
Pero, en fin, razones había para que desahogara una
inevitable emoción a su llegada, para que la compartiera con su madre y amigos
y para que sigamos atentos a los resultados de un afán emprendedor que, en el
mundo de la comunicación, actualmente, es indispensable.
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