miércoles, 20 de julio de 2011

DE SU PROPIA MEDICINA

Sencillamente, está probando de su propia medicina. O por recurrir a otra frase hecha, muy propia de los escándalos o lo sucesos que se complican: estas cosas se sabe cómo empiezan pero nunca cómo acaban.
Él mismo dijo, en sede parlamentaria, que el de ayer era el día más humilde de su vida. Claro: por la mañana, un grupo denominado Lulz Security había pirateado la edición digital de “The Sun” para insertar la noticia de su muerte. Y por la tarde, en la comisión correspondiente de la cámara de los Comunes, después de que uno de su brazos derechos -se supone que un magnate tiene varios, ¿no?- admitiera que el periódico utilizara detectives privados para obtener información y alegara que desconocía las escuchas -pero, ¿a quién engañan a estas alturas?- estuvo a punto de ser agredido por una persona que, en el interior de la comisión, intentó alcanzarle con un plato lleno de espuma de afeitar. Su esposa lo impidió y llegó a abofetear al agresor, inmediatamente reducido y expulsado de la sala. Todo este 'show', en el Parlamento británico, en el Parlamento por antonomasia, ni más ni menos.
Rupert Murdoch, el dueño de News Corporation, el australiano magnate de la comunicación, jamás olvidará ese 19 de julio. Le dan por fallecido -aún queda a los ingleses resquicio para su humor caústico-, comparece ante un órgano de la representación de la soberanía popular -qué lista aparentó ser Rebekah Brooks, el brazo aludido- y le intentan agredir. Su estrategia de victimismo -en todas las latitudes cuecen esas habas-, a base de cierre de un tabloide, de pedir perdones y de renuncias se revela como inútil. Lo ocurrido son señales evidentes de que el imperio se desmorona.
Y mientras José María Aznar guarda un elocuente silencio -para quienes no lo sepan, el ex presidente español se sienta en el consejo de administración de Murdoch-, las repercusiones y las responsabilidades políticas, por ahora, sólo asoman la cabeza. Cierto que ya hay un par de dimisiones y que el primer ministro, James Camero, tiene las barbas en remojo pero la crisis apunta profundo. La cosa no ha hecho más que empezar.
Y es que nada como la propia medicina para saber lo que escuece. Ya verán.

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