lunes, 19 de mayo de 2014

ANDRÉS HERNÁNDEZ, VERSÁTIL DEPORTISTA Y PROBO PROFESIONAL

Le hubiera encantado disfrutar de la consecución del título del Atlético de Madrid, el equipo de sus amores, pero unas pocas horas antes, al mediodía del sábado, recibió cristiana sepultura en el portuense barrio de San Antonio, Andrés Hernández García, biólogo marino, agente local sanitario y practicante regular de varias disciplinas deportivas.
            Su corazón había enviado un par de avisos y al final no pudo resistir los embates de una enfermedad que sobrellevó con entereza. Incluso, ya jubilado, mostró su predisposición a continuar ayudando en aquellas cuestiones que requerían de pruebas y análisis bioquímicos o precisaban de gestiones ante otros organismos. La sanidad, en efecto, le apasionaba. Disfrutaba con su trabajo, vivía para él. Su hermana, doctora en ejercicio, le aconsejó en múltiples ocasiones, sobre todo después de los infartos, pero podía más su responsabilidad.
            Andrés Hernández García fue un celoso guardián sanitario, preocupado como el que más por la situación higiénico-sanitaria del municipio. Defensor de valores naturalistas y del cuidado medio ambiental a duras penas soportaba infracciones o descuidos que se prolongaban más de la cuenta y de hecho ocasionaban un riesgo para la sanidad pública. Fue él -y así se lo hizo saber a responsables políticos y técnicos- quien advirtió de los peligros que para los acuíferos del valle y las galerías subterráneas que surtían al Puerto de la Cruz derivaban de la apertura de una gran superficie en el límite con La Orotava.
            Se encargó de la coordinación (obtención de datos, elaboración de tablas, estudios comparados y tramitación) de los requisitos para acceder a distinciones como la Bandera Azul, otorgada a varias playas del litoral portuense; y la Bandera Verde, apta para reconocer la calidad de los servicios de recogida de residuos sólidos y el mantenimiento de los recursos humanos y materiales. En una ocasión, nos acompañó a Madrid, junto a José Expósito, concejal-delegado de Servicios, para recoger el galardón que compartimos con los trabajadores. Su satisfacción como portuense era innegable. Era lo que le preocupaba: que el Puerto sobresaliera por cualidades como esa.
            Atento, servicial y observador. Lo suficientemente prudente como para no emitir un juicio antes de tiempo o antes de haber verificado parámetros y analíticas. Cuando la ciudad dormía, era frecuente verle revisando tareas de abastecimiento, limpieza o extracción de alcantarillados y fosas sépticas. Hasta en el cementerio se preocupaba de enterramientos o exhumaciones y apertura de sepulcros. Sus jefes siempre tuvieron un alto concepto de su responsabilidad profesional.
            Otra faceta en la que destacó: su condición de deportista. A los dieciocho años partió hacia Inglaterra. Quería irse a estudiar y trabajar en un ‘camping’. En las competiciones de amateur que disputaban los fines de semana, un entrenador profesional se fijó en sus habilidades y le quiso incorporar a la primera plantilla. Anecdóticamente, se produjo una primera gran transformación: hubo que teñirle de rubio y ¡hasta cambiar de nombre! Para poder jugar y reconocerle fácilmente, le terminaron llamando Andy Herga. Sus familiares conservan recortes de prensa en los que se señala su militancia en el Chelsea, Bristol Rovers, Brighton y un fugaz paso por el mismísimo Bayern Munich.
            Pero Hernández fue también ciclista y corredor de coches. Hizo natación y también practicó saltos de trampolín. Estaba en posesión del cinturón negro de kárate, disciplina que quiso enseñar gratuitamente cuando regresó del Reino Unido y se asentó definitivamente en su ciudad natal, donde era muy apreciado. En el parque San Francisco, lamentablemente no había suficientes colchonetas para poder seguir con la iniciativa que completó con un libro de técnicas y aprendizaje que nunca vio la luz.
            Y la pesca, su gran afición. Le gustaba la submarina pero la caña terminó siendo su gran compañera. En la niñez, acompañaba a su padre Chencho (quien llegó a tener altas responsabilidades en el cuerpo de la policía local) para traer el sustento del día. En otra información periodística de un diario local, puede leerse la captura, junto a su hermano Jesús, de un mero gigante de más cien kilos en las proximidades del antiguo fondeadero de El Penitente.
            Sus habilidades para la carpintería y la electricidad las suplementaba con la pintura artística a la que, según confesaba, le hubiera gustado dedicar más tiempo. No obstante, en paredes de viviendas y otras superficies quedaron pruebas de su facilidad para dibujar. Prefirió aplicar los conocimientos de biología y oceanografía adquiridos en Cambridge. Obtuvo, a su regreso, la titulación de agente sanitario y de laboratorio (analíticas de agua) y ejerció las actividades derivadas como un oficio que quería inculcar a sus familiares cercanos.

            En el departamento de sanidad municipal, desde luego, le echan de menos. Le recordaremos como un portuense comprometido, deportista versátil y celoso y probo profesional. 

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