martes, 27 de mayo de 2014

DE LOS PEOR VALORADOS

Piden nuestro parecer para una memoria de fin de curso alumnos universitarios sobre telebasura y contenidos televisivos de esos que inspiran más repulsión que otra cosa, y albergamos la esperanza de que su elaboración valga -siquiera en las coordenadas de modestia con que está concebida y hacia donde está destinada- para analizar y desgranar los males de un ejercicio profesional que no suele estar a la altura de las exigencias de la sociedad de nuestros días. En definitiva, para elevar el nivel de autocrítica que permita superar factores como el victimismo y otros clichés que condicionan la realización y las prestaciones de quienes afrontan la tarea de informar, comunicar u opinar.
         Un sitio web de empleo, CareerCast, especializado en publicar cada año las mejores y peores ocupaciones, es implacable con respecto del periodismo durante 2013. Ocupa, sobre doscientos, el lugar 199, por delante solo del oficio de leñador. Cierto que el estudio consigna algunos factores comunes entre periodistas y leñadores, como las variantes de medición del grado de estrés y el desempleo. Pero señala que, lastimosamente, el periodismo es una profesión que ha perdido su brillo de forma notable durante los últimos cinco años. No es de extrañar, por tanto, que en esa clasificación, estemos muy alejados de los mejor valorados que son matemático, profesor universitario y estadístico o informático.
         Tampoco salimos bien parados de las últimas encuestas hechas en nuestro país por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En la pregunta sobre aprecio ciudadano, los periodistas somos penúltimos, solo por delante de los jueces. Hace unos cuatro años, mirando la comparativa, estábamos en los primeros lugares de valoración popular, luego en algo estamos fallando e incumpliendo, hablando de forma generalizada que siempre acarrea alguna injusticia por la que, naturalmente, pedimos disculpas.
         Los resultados hacen que insistamos en que la mejora dependerá de nosotros mismos. Estamos obligados a operar, previas todas las reflexiones que se quiera, previos todos los diagnósticos que seamos capaces de poner en común. En aulas, en seminarios, en cursos, en el seno de las propias organizaciones profesionales y corporativas, y por supuesto, en las redacciones, hay que avanzar con decisión para sintonizar mejor con la ciudadanía, enriqueciendo la formación y escuchando la voz de la sociedad. Para actuar siempre con rigor, que empieza por respetar las reglas elementales. Solo esas pautas harán posible que predominen la ecuanimidad y el pluralismo como sostenes del equilibrio informativo. Solo así, independientemente de otros factores condicionantes que llegan a desnaturalizar, seremos más coherentes y más creíbles, nos acercaremos a la excelencia, aunque con las referencias estadísticas que hemos manejado, mejor sería decir para ir abandonando la cola de las mismas.
         No somos apreciados, esta es la conclusión. A ello han contribuido también -principalmente en determinados géneros- algunos fenómenos mediáticos que para mantenerse tienen que ‘vender’ sin escrúpulos y algunos comportamientos individuales que han extendido una sombra de rechazo y de descrédito hacia el profesional del periodismo.

         Por eso es necesario insistir en la necesidad de autocrítica, en defender sin reservas ciertos valores, en mantener principios de decencia, decoro y coherencia y en cumplir o revisar códigos deontológicos. Hay que dignificar el periodismo y la profesión. Pensar en la comunidad a la que nos debemos y en los intereses generales que abogamos. No hacerlo significará seguir incrementando el desprestigio social y hundidos en esos fondos clasificatorios.

No hay comentarios: