“Independientemente del
soporte, lo importante es que se produzca información de calidad”, es la
conclusión a la que llega la ensayista francesa y doctora en Economía por
Harvard, Julia Cagé, en su reciente obra Salvar los medios de comunicación(Anagrama),
a la que aludimos brevemente durante el acto de presentación del Anuario 2014 de la
Asociación de la Prensa de Tenerife en el que invitábamos a ejercer el periodismo
con profesionalidad, responsabilidad, mesura y un alto sentido de la humildad.
La autora francesa hurga en los
pliegues de la dicotomía que embarga a los medios impresos que siguen perdiendo
tirada y los diarios digitales que no paran de ganar lectores o visitantes. Las
incógnitas se acentúan cuando no está nada claro el rumbo de los ingresos
directos o derivados de la inserción publicitaria. “El papel está destinado a
desaparecer”, afirma Cagé partiendo, por un lado, de cifras contabilizadas de
ciberlectores inimaginables en tanto que los compradores de la edición impresa
a duras penas cientos de miles; y por otro, del criterio, cada vez más
aceptado, relativo a que los contenidos de pago “son el futuro de una industria
de la que está huyendo la publicidad”. Así las cosas, cada vez está más
extendida la apreciación de que “hoy ya
nadie está dispuesto a pagar por obtener información”.
nadie está dispuesto a pagar por obtener información”.
En la segunda parte de su obra,
la economista gala, de 31 años, formula una interesantísima propuesta, al menos
desde la sensibilidad que se va consolidando en su país. Los medios
informativos, viene a señalar, deben ser considerados como un bien público,
equiparables a la universidad. Aceptando esta premisa, el siguiente paso
consistiría en crear unas entidades sin ánimo de lucro (como fundaciones, por
ejemplo) que se nutrirían de fondos de distinta naturaleza: desde los que sea
posible obtener a partir de considerables ventajas fiscales, a los que traen
causa de inversiones privadas irrecuperables. Añade otras opciones, como las
recapitalizaciones en casos de pérdidas, las primas de presencia accionarial y
una gestión profesional independiente.
Por supuesto, es complejo que
la idea cristalice. Con la de acuerdos leales que conlleva y la ingeniería
transparente que habría que aplicar, hay un arduo trabajo que llevar a cabo
para comprobar que salvar los medios impresos es viable. El escritor y
periodista Alex Grijelmo pondera el rigor sobre la que Julia Cagé construye su
–digamos– proyecto. Es una mirada, dice, distinta, idealista y creativa.
Natural: este tipo de propuestas, si no va acompañado de audacia o de osadía,
se agota en los papeles o en los debates que genere. No pasa, queremos decir,
de un estudio teórico. Y sin embargo, es factible. Ya es de agradecer el reto
al inmovilismo.
De ahí que la conclusión a la
que llega, producir información de calidad, sea cual sea el soporte que la
sustente, sobresalga en su aportación, sin duda una de las más interesantes en
medio de las incertidumbres que azotan el presente y el futuro de los medios y
de la profesión periodística. Como mensaje, desde luego, muy preciso.
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