El escritor agradecía tanto afecto, tanta felicitación, sin perder ese tono conspicuo que le caracteriza.
-He hecho lo que creía que tenía que hacer a lo largo de mi vida-, resumía su pensamiento esbozando una sonrisa.
Son admirables los centenarios. Mejor dicho: las personas que los alcanzan en plena lucidez, como le ocurrió al portuense Rafael Abreu, hombre de memoria prodigiosa, plenamente consciente de lo que decía hasta el último de sus días.
Y en el Puerto también tuvimos oportunidad de conocer a doña Anselma, una mujer que memorizaba los nombres de sus nietos y los reconocía sin error. Nos correspondió, desde la alcaldía entonces, participar en el austero homenaje a esta "abuela del Puerto", que diría Agustín González.
Cumplir un siglo, alcanzar el siglo... Hablar de las tres guerras era una manera de marcar el tiempo, de controlarlo, de decir "confieso que he vivido". Era abarcar el tiempo. Era como marginarlo, hacer añicos conceptos tales como la vejez, los mayores, la senectud...
Llegar a los cien o superarlos es una prueba de longevidad extraordinaria. Cada quien sabrá su secreto para llegar ahí, a la centena, cuando las nieves del tiempo tiene más que plateada la sien y cuando corresponder a tanto afecto, tanto cariño, como le ocurría a Francisco Ayala ante las cámaras de televisión, es otra prueba del reconocimiento y de la admiración ante tamaña longevidad.
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