lunes, 25 de abril de 2011

DERECHA EXTREMA

Con casi el veinte por ciento de los votos emitidos en Finlandia y un anterior avance -sobre el diez por ciento exigido- de Marine Le Pen en unas elecciones cantonales francesas, la extrema derecha gana posiciones. Inquietante. Favorecidos por las circunstancias de la gran depresión y con una muy tibia respuesta del poder político, los vientos radicales populistas, entrecruzados con los xenófobos y los racistas comienzan a soplar con cierta fuerza. Preocupante. Otros países (Italia, Suecia, Austria…) ya conocen corrientes y en el Parlamento Europeo (PE) también han hecho su aparición. Desasosiego. En España, la derecha más extrema, alentada por impúdicos altavoces mediáticos que no reparan en gastos de ignominia y vituperios, sigue moviéndose hasta agitarse. Desazón.
Las situaciones que, históricamente, han propiciado fenómenos de este tipo, cobran en nuestros días forma de respuesta a la recesión económica que ha ido produciendo efectos de perturbación miedosa y recelos crecientes en una ciudadanía cada vez más perpleja que, en su indefinición y ante el escapismo estatalista, intenta mantener la cabeza a flote en el desigual mar de las redes sociales. Por ahora, parece insuficiente.
Una respuesta que va más allá del malestar que pueden causar la inmigración o el islamismo. Estos problemas se ven desbordados o empequeñecidos cuando la dimensión global de la crisis aún no ha dado -posiblemente por una auténtica ausencia de liderazgo en el escenario internacional- con un modelo alternativo que haga barruntar la salida. La población europea lleva mucho tiempo sumida en las malas noticias, en la incertidumbre, en los recortes sociales, en los decrementos de la productividad y en los rescates financieros. Los paliativos, una socialización de la pérdidas mientras los beneficios han seguido siendo pasto de la privatización y, por tanto, de unos pocos, han generado todavía más desesperanza.
El panorama es sombrío. La derecha se encuentra a gusto, se muestra encantada con la abstención y explota al límite la irritación ciudadana, sin aportar fórmulas o programas que hagan ver la alternativa. Es como si quisiera ignorar lo que ocurre, se aferra al neoliberalismo y deja entrever que todo volverá a ser como antes. Si en las aguas revueltas, el conservadurismo extremo hurga y hurga sin rubor, hasta aniquilar valores ideológicos, termina socavando cimientos del mismo funcionamiento democrático. Parece exagerado pero no lo es.
Y no lo es porque, en el otro lado, la izquierda, mejor dicho: la socialdemocracia está cuasi noqueada, a la defensiva, sin reacción y sin discurso, sin saber qué rumbo tomar para superar las tribulaciones, a las que se ha añadido este inquietante fenómeno neopopulista y demagogo. Comoquiera que las prescripciones del poder político o de las instituciones que lo representan están siendo tan alicortas, no son de extrañar ciertas tendencias sociológicas y los propios resultados electorales a los nos referimos.
El caso es que hay un campo abonado en el que algunos ya están recogiendo los frutos. Y si las circunstancias persisten, o sea, si se acentúan el escepticismo y el malestar, seguirán germinando aquellos factores que atenazan el porvenir de forma clara. O el poder político se pone las pilas y planta cara de una vez o las complicaciones crecerán severamente. Hasta hacer que caiga el tinglado.
Después vendrán los lamentos. Ya será tarde y no servirán de nada.



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