martes, 9 de octubre de 2012

FRASES


No están teniendo mucha fortuna últimamente algunos dirigentes y responsables del Partido Popular (PP) con su dialéctica. Cierto que varios de otras formaciones, en otros tiempos, no se han quedado atrás y que la laxitud en las coordenadas políticas a la hora de manifestarse se ha desorbitado, pero de quienes ejercen cometidos públicos e institucionales siempre cabe esperar sensatez, mesura y respeto, por mucho apremio mediático en  busca de titulares gruesos que den idea de cierta magnitud, tanto para ganar un espacio o una mención  como para dimensionar adecuadamente el perfil de quien pronuncia tamañas “boutades”, esa voz francesa, pretendidamente ingeniosa, con la que se intenta impresionar pero que luego refleja una barbaridad. En los tiempos que corren, además, se agradecen cuantas manifestaciones reflejen valores que han caído en desuso y que no contribuyan al encono o la crispación que se convierten así en otra fuente de rechazo al desapego político.
            Antes de su adiós, Esperanza Aguirre, por ejemplo, nos obsequió con aquel “Habría que matarlos”, dirigido a los arquitectos por algunas de sus creaciones, retirado, rectificado y disculpado por ella misma cuando comprendió el alcance de tan penosa afirmación que ni siquiera tuvo ese matiz sarcástico con el que hubiera atenuado la frase que dio pie, por cierto, a un desagradable y reprobable cántico en la apertura del curso académico en la Universidad Autónoma de Madrid.
            Dio la vuelta al país aquel infausto “!Que se jodan!”, dicho por la diputada Andrea Fabra desde su escaño cuando el presidente Rajoy hablaba de un nuevo modelo -recortado, por supuesto- en la prestación por desempleo. Fue una expresión dislocada, no sólo por el lugar donde fue proferida, sino por la concepción que le merecían a la autora los destinatarios. Ni todo el fragor de una bronca parlamentaria merece una interjección así.
            Cuando Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno de Madrid, se había quedado en una aparentemente morigerada “modulación” del derecho de manifestación, surgen el diputado Rafael Hernando para tildar de “pijo ácrata” a un juez que incluyó en una resolución una expresión alusiva a la clase política, si acaso sobrante por ser más propia de foro de debate, tertulia o artículo de opinión; y el ex presidente de los españoles en el exterior, José Manuel Castelao, que se despacha un incumplimiento legal de quórum como si de una violación femenina se tratara, que las mujeres son o están para eso. Tampoco es cuestión de distinguir el grosor o la gravedad de estas consideraciones -la segunda, por cierto, saldada con una dimisión- pero que sería positivo contar hasta diez antes de hablar u optar por el silencio en determinados trances es un hecho que agradecería el personal en tiempos de tribulaciones.
            Y lo agradecería el conjunto de las formaciones políticas a las que pertenecen los autores. Eso de justificar luego, como que cada vez se antoja más complicado.

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