El buen uso del idioma, la precisión de
los términos y el buen estilo. Son los tres elementos en los que descansa la
responsabilidad ética del periodismo, según ha definido el periodista y
académico chileno Abraham Santibáñez.
Se trata de una
interesante aportación de quien fuera componente del Tribunal Nacional de Ética
y Disciplina del Colegio de Periodistas de Chile. Los que somos sensibles con
estos temas, siempre con voluntad de aprendizaje y de enriquecer la formación,
nos fijamos en las enseñanzas de los profesionales de largo recorrido que se
esforzaron en perfeccionar los instrumentos de los que dispone el informador o
el periodista para llevar a cabo su trabajo.
En ese sentido,
Santibáñez, en el curso de una ponencia titulada “Ética periodística y cuidado
del idioma”, presentada en la Academia Chilena de la Lengua, en el marco del Día del Idioma, ponderó, precisamente,
que los viejos periodistas trabajaron con denuedo para traspasar los límites de
la vulgaridad, los conceptos manidos y las repeticiones injustificadas.
Efectivamente, acabar con los tópicos y los lugares comunes, evitar
reiteraciones y obviedades, con tal de ir fraguando un estilo propio y conferir
verdadera originalidad a la información, han sido sustantivas contribuciones de
aquellos maestros que procuraron empapar a las redacciones de un afán por
mejorar la producción propia y la realización profesional.
Es claro que para
acercarse a tales objetivos es indispensable hacer un buen uso del idioma. Y
para ello hay que luchar contra las circunstancias porque, como apunta Abraham
Santibáñez, hasta las nuevas tecnologías poco favorecen. La prontitud y la
inmediatez, el apremio con el que trabajan los redactores, son enemigos. Esa
mal denominada “economía del lenguaje” hace un daño atroz. No digamos la
brevedad con que hay que desenvolverse en las redes sociales y en las
conexiones telefónicas, con los ‘sms’ o los ‘mensajitos’. Así se llega a lo que
el periodista y académico chileno llama “empobrecimiento del idioma”, un
verdadero mal de nuestra época en la esfera mediática.
¿Habrá cosa más
patética y reprobable cuando se corrige a un hijo o a un becario sobre el
empleo de algún vocablo mal pronunciado o de significado contrario a lo que se
ha querido decir y aquéllos replican, muy convencidos: “Lo dijo la tele o la
radio” o “Lo dijo Fulano”? Como si no se equivocaran… Esa situación, cada vez
más frecuente, implica un problema: el uso del lenguaje por parte de los medios
debe ser riguroso so pena de producir unos efectos indeseados. Es un problema
que se coloca, destacado, en el nivel de la ética profesional.
Estas
prescripciones que nos vienen de otras latitudes permiten insistir en que el
buen periodismo y la credibilidad de sus profesionales y de los medios a los
que se deben dependerán del esfuerzo que hagamos para repasar, verificar y
corregir, para beber de fuentes solventes y para perseverar en la formación.
Utilizar bien el idioma es esencial, claro que sí. Precisar los términos, sin
necesidad de ser rebuscados, cualifica, imprime originalidad y abunda en la
credibilidad. Hasta lograr ese buen estilo que distinguirá al profesional
celoso y esmerado. Es una cuestión de responsabilidad ética, sí señor.
Los periodistas
veteranos, sin sabérselo todo ni mucho menos, lo tenían claro. Empezando por
consultar el diccionario.
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