martes, 14 de octubre de 2014

LA SONRISA DEL NIÑO

Juan Cruz Ruiz, como si no se agotara su recorrido por el territorio de la memoria, desveló otra de las intimidades de su infancia: la mirada, la suya, en realidad la de su madre, la que transmitía lo que estaba pasando ahí fuera y la que atravesaba los cristales del ventanal hasta llegar a la montaña de Las Arenas, en el límite del Puerto de la Cruz natal. Ahora, décadas después, es Oliver, el nieto del escritor, el que mira, el que balbucea y el que inspira esta intimista entrega El niño de las siete (las seis en Canarias), (Diego Pun Ediciones), presentada en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) -lleno hasta agotar las sillas suplementarias- en ese ambiente que tanto gusta a Cruz, que toma apuntes sobre la marcha, evocando el préstamo de sus primeros libros y la redacción corregida por Analola Borges quien advirtió que una expresión malsonante había echado a perder la categoría del trabajo. Estaban los familiares -solo echamos en falta a Oliver y a sus padres- y los amigos de Juan, los de siempre, los que agradecen la ruptura del academicismo para descubrir con absoluta naturalidad cómo la hija de José Rodríguez Barreto se identifica entre el público cuando el pintor José Luis Fajardo (autor de las pinturas que aparecen en el libro), desvela parte de sus correrías y del republicanismo que atesoró a principios de los años sesenta en aquel Skandinavia de recuerdo imperecedero, como lo prueban las pocas palabras suecas que repetía con tanta gracia. “Entonces, ¿tú eres la hija de don José?”, se preguntó incrédulo un Fajardo que revelaba las reconfortantes sensaciones de la mañana, cuando acompañó a Juan Cruz Ruiz en el acto durante el que se materializaba la concesión de su nombre al colegio de enseñanza infantil primaria de La Vera y un niño -al que veía por primera vez en su vida, claro- se acercaba para abrazarle y preguntarle: “Oye, ¿tú eres Diego Pun?”. El pintor afirmó porque advirtió la ingenua ignorancia de la criatura y porque acaso pretendía prolongar la calidez que imprimió a sus pinturas cuyos originales Cruz fue exhibiendo de forma deshilvanada. Para rigor, ya habíamos contrastado el de Benigno León Felipe, profesor de la Universidad de La Laguna, con una explicación del intimismo de la obra y de la dimensión editorial. Y Ernesto Rodríguez Abad, de Diego Pun Ediciones, imprimió con ribetes de teatralización perfecta, la que tanto ambiciona en sus cuentacuentos, la lectura del perfil biográfico de los autores de El niño de las siete (las seis en Canarias)  que un día, si lee este artículo o le digan cómo fue el acto, es probable que se pregunte qué hizo para merecer esos honores y esas apreciaciones críticas y afectuosas que, en todo caso, respondían a una calidad bien ganada en todos los órdenes.


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