La zona alta del
municipio sigue sufriendo problemas de deficiencias en los servicios públicos.
Hace unos meses, recordemos, el suministro de agua potable fue irregular y
riesgoso, aunque la población aguantara tres semanas con ánimo estoico y sin
mayor alarde que una manifestación de apenas quinientas personas cuando la
población afectada superaba los diez mil habitantes. La empresa concesionaria y
el propio Ayuntamiento se las vieron y desearon, si bien al final encontraron
una solución cuyas repercusiones económicas se conocerán algún día. Porque
alguien tendrá que pagar, no nos engañemos.
Ahora es La Vera la que padece la
interrupción del servicio de suministro de energía eléctrica. Desde la alcaldía
han justificado la consecuencia de una obsolescencia del sistema y de una
avería que ya está en vías de solución. Bien. ¿Pero por qué no se informó con
previsión, por qué no fueron advertidos los vecinos de que era necesario
proceder a cortes graduales hasta que el suministro quedara repuesto con
garantías?
Es lo inexplicable. Así, varios días a
oscuras -siete, según información periodística- para desplazarse o para dejar
los residuos sólidos en los contenedores ayudados por linternas y embutidos en
chalecos reflectantes. Y hasta murió una cabra atropellada de las dos que
escaparon de una finca de los alrededores.
Pónganse en lo peor si se hubieran registrado víctimas personales.
Que los vecinos afectados se sientan
abandonados, aunque parezca exagerado, es normal. Cuando se prolonga una situación
anómala, una falta de cobertura en la prestación de un servicio básico, es
consecuente el malestar. Se supone que constatada la deficiencia y contrastados
los riesgos para la integridad física, era necesario informar y prevenir. Y
miren que hay sistemas o dispositivos para hacerlo.
Pero no: siete días sin alumbrado
público y con apenas tardías explicaciones para justificar el corte. Claro que
sí: razones para quejarse. Pero en este Puerto, ya se sabe: como si de
indolencia o anestesia colectiva se tratase.
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