martes, 18 de noviembre de 2014

EL VALOR DE UNOS PREMIOS

En ocasión del acto de entrega de los premios 'Paco Afonso', en su primera edición, leímos el siguiente texto:  

Paco nos quería a todos alegres, de modo que, por encima de legítimos sentimientos emotivos y de  utilitarismos nostálgicos, habrá que congratularse de que se esté saldando una deuda con la que perpetuar su memoria. Es absolutamente cierto que nadie abusó de ella -y de ello debemos sentirnos plenamente satisfechos- pero la historia se fragua con fórmulas, con hechos, con pruebas que sean reflejo del dinamismo y de los avances.

Estos son, entonces, unos premios para abonar su espíritu y su talante. Precisamente, es como si hubieran permanecido inalterados. ¿Se dan cuenta que esa es la quintaesencia del respeto? Como si todos nos hubiéramos puesto de acuerdo para estipular que siguieran intocables ciertos valores que distinguieron una personalidad, un modo de hacer política, de gestionar lo público y de amar a un pueblo que, en determinado momento sociohistórico, transmitieron las mejores y más positivas vibraciones que se registraron en la localidad desde que recuperamos la democracia. Quienes las sintieron son/somos unos privilegiados.

La convocatoria de esta noche, la iniciativa en sí, sirve entonces para identificarnos con los versos del médico y escritor español Gregorio Marañón: “Vivir no es solo existir,/ sino existir y crear,/ saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar./ Descansar es empezar a morir”.

Paco, desde luego, no se conformó con existir. Quiso crear y lo hizo. Gozó y sufrió. Y soñó como lo hacen las personas emprendedoras y las que se forjan con una dedicación plena en el desempeño cotidiano.

Nada portuense le fue ajeno, de ahí que este reconocimiento que lleva su nombre, a la cultura, al altruismo, a la solidaridad, a la proyección de la ciudad y de sus características, sea un tributo que enorgullezca a sus receptores y a sus mentores.

Nos quería alegres. Libres y activos, como era él. Porque el Puerto, en metáforas de Pedro García Cabrera, “hilo le dio a sus cometas… Y así han quedado las huellas que otros pasos sonrieron injertando tolerancias que no han caído en el desierto”.



Hay huellas indelebles, sí. Quienes las sigan, saben que hay metas hacia las que se debe avanzar con denuedo y perseverancia. Los premios con su nombre, el nombre de un creador, de un servidor y de un soñador,  son un buen estímulo y hacen honor a quien defendió la alegría como un principio, como una certeza, como un destino.

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