martes, 11 de octubre de 2016

DISCUSIONES REPROBADAS

La fiebre demoscópica desatada tras el harakiri político del PSOE en su máximo órgano converge en que los restos del naufragio están lo suficientemente dispersados como para hacer pesimista cualquier expectativa de respaldo electoral. A estas alturas, después de que encuesta tras encuesta siempre salen malparados, los socialistas serán los menos extrañados, pero valgan algunos indicadores para contrastar lo que vale un cisma.

Por supuesto que hay que relativizar los sondeos, de modo que sean tenidas en cuenta todas las circunstancias que concurren, desde el momento o la fecha de elaboración hasta el método seguido, el universo de población consultado y, por supuesto, el margen de error. Pero al socialismo no le basta ya su refugio de haber ganado a las encuestas en algunas ocasiones. Ahora, el hastío político puede causar estragos en la población: si antes, lo fácil era castigar al PSOE -en los sociobarómetros y en las urnas-, existe, tras el infausto 1 de octubre, un nuevo motivo para presuponer que los ciudadanos le retiran la confianza.

Eso es lo que los socialistas deberían hacerse mirar: la población parece no perdonar el desbarajuste interno de una organización, en este caso, política. En alguno de los sondeos, seguro que confeccionado a toda prisa, intencionalidades al margen, se concluye que el PSOE puede llegar a perder hasta un millón de electores (un millón, se dice fácil y pronto). Si eso fuera así o se materializara en la práctica, es para reflexionar y convenir que los españoles son muy peculiares. De modo que las discordias públicas y la trascendencia de las luchas intestinas son objeto claro de reprobación, mucho más, incluso que la propia corrupción política.

Veamos un ejemplo: en las elecciones autonómicas y locales de 2011, presidentes y alcaldes socialistas recibieron un voto de castigo -pese a casos de evidente buena gestión- por el malestar ciudadano con las políticas llevadas a cabo para afrontar la crisis galopante (aunque no causada) por los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero. Cinco años después, tras dos consultas electorales y tropecientas encuestas de toda laya, se ha demostrado que la extendida corrupción política en el actual partido gubernamental no merma la confianza. Los ciudadanos siguen confiando en el PP pese a la prolija casuística, al incesante flujo judicial y la sospecha extendida, bien es verdad que con una proclividad a generalizar muy acusada. La diferencia estriba en que con unos se es más permisivo o condescendiente que con otros.

Pero, volviendo al principio, no deja de ser curioso que las trifulcas internas en el socialismo sean menos condonadas. Ese es un aspecto del análisis que estarán haciendo en busca de la cicatrización de heridas, de proyecto mínimamente sólido y de liderazgo renovado. Si en el sector derecho -medios del espectro incluidos- se ha llegado a decir que las urnas ya han indultado (con apenas costo y sin apenas contrición) tanta conducta pública irrespetuosa, viciada e indigna de una democracia moderna, en el socialismo español, entre el derrumbe de la socialdemocracia, una visión alicorta y los personalismos antepuestos en los legítimos juegos de poder, el sombrío panorama se enreda y oscurece cada vez más sin que aquel socorrido recurso de la madurez histórica y responsable parezca que esta vez vaya a prosperar y a surtir efectos positivos.


Cuestión de valorarlo y hacérselo mirar. Por el bien propio y el de la democracia.

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