Se ha reducido -en medida
variable, supeditada a voluntades y circunstancias- esa inveterada
costumbre de ofrecer un ágape, un brindis, un refrigerio o una copa
de vino español/canario tras la celebración de algún acto público
de muy distinta naturaleza, desde una conferencia a la presentación
de un libro, desde la apertura de una exposición artística a un
breve concierto vocal o de cuerdas. La crisis -es fácil echar la
culpa, pero influyó, desde luego- sirvió para la supresión, una
medida de contención de gastos que, independientemente de cuantías,
justificaba por sí misma la medida. Y casi todo el mundo la entendía
y la aceptaba.
La
costumbre se había hecho casi consustancial. La copiosidad de
algunas ofertas hacía el resto. Se llegó a decir que muchos
asistentes o espectadores acudían atraídos por el dichoso brindis
(Las malas lenguas señalaban que eran fijos y que se ponían
morados). Había quienes interpretaban que se trataba de un simple
detalle de agradecimiento, de correspondencia a quienes asistieron,
de homologación de usos extranjeros similares. No faltaron quienes
creían que se trataba de un reclamo más para garantizar la
asistencia de unas cuantas personas más.
El caso es que empezaron a
sucederse los actos… sin más, sin la propina de ‘manises y
aceitunas’, coloquial fórmula simplista con la que englobar la
dichosa costumbre. Las instituciones o entidades promotoras -al menos
las habituadas a la convocatoria y promoción de actos públicos-
vieron aliviadas sus cargas.
Pero
ha surgido una alternativa para quienes se resisten a no tomar algo
tras la convocatoria o a no corresponder a los invitados que han
tenido la deferencia de asistir: son los propios artistas,
conferenciantes o ponentes, de lo que sea, quienes cargan con los
gastos de un brindis, aunque sea modesto. Ellos mismos traen los
productos, las botellas, los vasos plásticos, el menaje siquiera
rudimentario. Además de pintar, unas tortillas, otros canapés y
botellas de vino, que tampoco es cuestión de entretenerse demasiado
con otros alcoholes. Así, la entidad se libera de un gasto, los
promotores quedan bien y a los invitados les cunde en tanto no se
marchan de vacío.
No deja de ser curioso (gastos
aparte) el papel invertido para que la costumbre siga siendo
inveterada. ¿O lo apuntamos definitivamente en las consecuencias de
la crisis?
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