martes, 18 de octubre de 2016

NO HAY TRUMP EN ESPAÑA, PERO...

Imaginemos por un momento la campaña electoral de Estados Unidos (USA) extrapolada a España. ¡Jesús! Un candidato a la presidencia haciendo de su discurso una permanente defensiva de sus apetitos y desafueros sexuales, más o menos basados en su poderío capitalista. Imaginemos: en los debates no se habla de política exterior ni de igualdad ni de fiscalidad ni de proteccionismo económico ni de seguridad nuclear ni de carrera armamentística ni de seguridad social ni de innovación tecnológica ni de avances aeroespaciales… Y si se habla, no nos hemos enterado porque la prioridad son los devaneos y los caprichos de uno de los aspirantes, la supuesta alternativa para gobernar. Eso, en nuestro país, sería el acabóse, con los Sálvame, Ana Rosa, Zapeando (miren que es feo el gerundio), Cita a ciegas y demás farándula incorporados al fragor de la campaña comentando sin parar sobre los excesos del macho alfa (o del ibérico), del acosador, del dandismo, del histrionismo, del ligón trasnochado o, simplemente, del insaciable.

Cierto que a finales de los años ochenta, el candidato demócrata Gary Hart hubo de renunciar cuando algún medio descubrió su relación sentimental con una modelo. Son muy suyos los norteamericanos en esto de la doble moral y de castigar severamente los deslices en plena carrera electoral pero habrá que aguardar a los comicios para saber si el comportamiento va a ser el mismo de aquellos antecedentes de Hart, una vez comprobado que siguen apareciendo testimonios de maltratadas o vilipendiadas por el inefable -no por este hecho sino por otras extravagancias más- Donald Trump. Aún así, hay mujeres ‘trumpistas’, ¡eh!

Con razón dicen que los desmanes de éste han provocado cortocircuitos en el periodismo de Estados Unidos. Además de las circunstancias señaladas, al candidato republicano se le atribuyen mentiras sistemáticas, tantas que ya casi nadie opta por rebatir. Así, el eterno debate en el ámbito periodístico, información versus opinión, ha adquirido colateralmente notoria relevancia. Claro: a falta de sustancia política, de confrontar ideas y modelos, los medios hacen ejercicio de autocrítica y sientan premisas para luego fijar posiciones ante la elección: apoyar a Clinton o a Trump.

No hay que dar muchas vueltas: si todos esos factores tuvieran prolongación carpetovetónica, estaríamos hablando del bajo nivel, de la devaluación de la política, de la democracia de menguante calidad, de retroceso de incalculables proporciones, de ‘no-nos-queda-nada’, de un escándalo creciente al galope tendido… Pero es en la democracia USA cuyas fortalezas, históricas, sociales y políticas, no vamos a cuestionar. Lo malo es que por los resquicios de esas fortalezas se cuelen los estrafalarios o la telerrealidad misma de manera que la imagen del país -el más poderoso del planeta, siguen diciendo- y de la propia democracia se van deteriorando a pasos agigantados. Habrá que aguardar a los resultados pero las reacciones desde las filas republicanas hacen intuir desde ya daños de muy costosa reparación. Que vayan socializando las pérdidas.
Claro que aquí, trescientos días y dos investiduras fallidas después, todavía se debate qué es menos malo, si abstenerse o negarse; si la mayoría absoluta, en caso de nuevas elecciones, es posible (cuanto más corrupción descubierta, mejor); o si las encuestas -cada vez más sesgadas- entreveran adelantos que, sin duda, serían carne de titulares.

No hay Trump en España. Pero siempre tendremos peculiaridades.


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