viernes, 2 de febrero de 2018

MENOS SOLOS

La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre”, escribió el norteamericano Tom Wolfe, considerado el padre del “nuevo periodismo” y autor, entre otros muchos libros de éxito, de La hoguera de las vanidades (Anagrama) y Todo un hombre (Ediciones B). Su afirmación será cribada ahora que desde el Reino Unido llega una iniciativa política a la que habrá que prestar atención: la creación por parte de la primera ministra Teresa May de un ministerio de la Soledad, concebido como un instrumento de lucha contra lo que se considera como una “epidemia social”.
Filósofos y profesionales de distintas ramas analizan la soledad desde muy distintos ángulos para obtener conclusiones diferentes. Por ejemplo, el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos estima que “habría que diferenciar entre la soledad referida a estar solo sin nadie, y el sentimiento de soledad”. Esta última apreciación entraña la sensación de estar solo, aunque se esté rodeando de gente. Rizaldo matiza que “también puede ser la combinación de ambas cosas: estás solo y te sientes solo, consideras que no le importas a nadie”.
Lo cierto es que se incorpora al vasto campo de la política esta cuestión que brota en plena sociedad del conocimiento o de la comunicación, cuando, en teoría, más cerca estamos todos unos de otros o mejor conectados. Que esa facilidad para saber de aquí y de allá, para comunicar de forma más directa y más ágil, para multiplicar las opciones en las redes de ciudadanía haya nutrido el sentimiento o la sensación de soledad, haya propiciado el aislamiento, resulta toda una paradoja.
Hay unos nueve millones de personas que viven en soledad en el Reino Unido. Y en España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), cada vez hay más personas que lo hacen. En 2016, llegó a contabilizar más de cuatro millones seiscientas mil personas que habitan sin compañía, siendo el tipo de hogar que más aumentó, alcanzando el 25,2 % del total de hogares. ¿Por qué se habla de “epidemia social”? Probablemente porque no es el caso de personas jóvenes que deciden por voluntad propia desenvolverse en soledad, pese a vivir hiperconectados en plataformas o redes sociales, sino también de mayores o ancianos que se desenvuelven sin apoyo externo. Otras fuentes señalan que hasta un millón de personas mayores de sesenta y cinco años viven solas en nuestro país. Es fácil deducir que muchas pasan días y días sin hablar con nadie. Otra profesional de la psicología, la tinerfeña Tamara de la Rosa, explica que este aumento posiblemente se deba “más a un cambio de mentalidad y las circunstancias de cada uno. Muchas veces el ritmo de vida, obligaciones y responsabilidades dan poco margen para tener la vida social que realmente nos gustaría”.
El caso es que la soledad ya es un asunto de Estado en el Reino Unido. Aquí creen que, dadas las circunstancias, hay que tratarlo como un proceso de reeducación que requiere de una estrategia nacional que afronte las consecuencias derivadas de una sociedad consumista en exceso de conceptos publicitarios simplistas, pero, a la vez, también generadora de una descohesión o de una desvertebración considerables en tanto los desequilibrios sociales y económicos se van acentuando.
Un asunto de Estado. Que no lo estropee la política. Porque entonces va a tener razón el poeta inglés John Milton: “La soledad a veces es la mejor compañía”.

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