jueves, 15 de febrero de 2018

ZAPATERO, EL MEDIADOR

Más de doscientas personas, entre las que figuraban políticos en activo, ex ministros, cargos públicos socialistas, profesores, profesionales de toda condición y militantes habían firmado ayer un manifiesto en defensa del papel de mediador en el conflicto venezolano del ex presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero.
Venezuela atraviesa una crisis sin precedentes en el país y puede que en todo el continente sudamericano. Leer diariamente un periódico como El Nacional es deprimirse. No ya por el contencioso político que ha desembocado en una fractura social evidente sino por informaciones que versan sobre calidad de vida, carencias, inseguridad, casos de desnutrición infantil, pobreza extrema, en fin...
Cada vez más aislado y sin credibilidad, el Gobierno de Nicolás Maduro resiste como puede. Abrumada por acusaciones de todo tipo y que han terminado acuñando el término narcorégimen, exprimiendo el victimismo y agitando la bandera que viene el yanqui, sufriendo cómo galopa la inflación, aquella revolución bonita de la que hablaba “el Comandante eterno”, según definición de los propios bolivarianos, se estira y estira hasta agotarse, hasta hacer que se añoren otros tiempos, muy denostados por cierto cada vez que sube, uno o más puntos, el termómetro del descontento.
En medio de ese embrollo, acentuado por las ostensibles diferencias entre el Gobierno (oficialismo) y la oposición, representada por la muy frágil y descreída Mesa de Unidad Democrática (MUD), aparece un Rodríguez Zapatero que intercede a favor del diálogo entre las partes, tratando de acercar posiciones y de evitar más tensión que haga inviable una convivencia siquiera de mínimos. Su papel fue reclamado por la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) y ha sido apoyado por el Gobierno de España, por la Unión Europea (UE), el Vaticano y hasta por Washington. El proceso dura ya dos largos años y no parece que los avances, si es que los hay, permitan vislumbrar una salida. Al contrario, entre unas cosas y otras, el túnel aparece cada vez más oscuro.
Sobre Zapatero han llovido muchas críticas, claro. Ha desempeñado, junto al presidente de la República Dominicana, Danilo Medina, un activo papel para intentar fijar unas bases que sean respetadas y den paso a una etapa menos crispada. Pero ese papel no contenta, especialmente a la oposición que interpreta una cierta parcialidad y un alineamiento con el arco gubernamental. Ni siquiera su decisiva intervención para la liberación de Leopoldo López, por ejemplo, está mereciendo reconocimientos.
El ex presidente español, un demócrata convencido, un político de paz y concordia, está empeñado en facilitar el diálogo en el país hermano, donde la polarización ideológica y social es una latente amenaza de confrontación civil. Pero peor es el progresivo empeoramiento de la convivencia, ahora sacudida por la convocatoria de elecciones presidenciales sobre las que se ciernen todas las dudas del mundo, incluso las de si hay candidaturas alternativas a la de Maduro. El régimen totalitario venezolano hace lo que está a su alcance para sembrar el pánico. Y la oposición, a estas alturas, aún no ha sido capaz de ponerse de acuerdo para encontrar un liderazgo aceptado y un proyecto político ilusionante. Cómo será el calado de la crisis que están dudando de si acuden o no a las urnas. Ir o no ir, esa es la cuestión. Esa democracia, desde luego, sigue muy amenazada.
De ahí que tenga sentido el manifiesto público de la defensa de su papel. Las tribulaciones del pueblo venezolano merecen afanes como los del ex presidente, a sabiendas de que será difícil, por no decir imposible, dadas las circunstancias y el encono que se aprecia en lontananza, obtener resultados positivos que esclarezcan el panorama social y político, ahora mismo caracterizado por sombras inquietantes bajo las que se puede afirmar que mucho tiempo ha de pasar para superar esta crisis, en la que algunos, como Zapatero, se esfuerzan, por el momento sin fruto.

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